TRAICIÓN
Para Dante, el pecado más abyecto es el de traición,
de ahí que los traidores ocuparan el noveno y último círculo del infierno en
donde se congelaban sumergidos en un lago helado tipos tan infames como Caín, Bruto
o Judas Iscariote. El primero, por haber matado a su hermano y tratado de
engañar a Dios; el segundo, por haber traicionado a César, cuando este había
sido su protector y hasta bien podía haber sido su padre, siendo como era el
amante de su madre. El tercero, Judas, por haber vendido a su líder y maestro,
Jesucristo, por treinta monedas.
La suerte de Caín, tras la maldición de Yavhé, es
confusa. La de los otros dos es más bien mala: el romano se suicidó lanzándose
contra su propia espada años después tras su derrota por Marco Antonio en la
batalla de Filipos. En cuanto al discípulo de Cristo, hay división de
opiniones: según el Evangelio de San Mateo (Mateo 37:5), avergonzado y
arrepentido de su villanía, quiso devolver las monedas, que no fueron aceptadas
por los pagadores, las tiró al suelo del templo para ver de mitigar el
remordimiento y acto seguido se ahorcó. Según la versión de los Hechos de los
Apóstoles (Hechos 1:18), compró un terreno con el botín y allí, de acuerdo con
el relato de Pedro, “habiendo caído de
cabeza, reventó y se le salieron todas las entrañas”, lugar aún hoy conocido con el nombre de "campo de sangre" y dedicado al uso de cementerio de extranjeros y peregrinos durante muchos siglos.
En el año 1904 se descubrió en Egipto el códice de
papiro de Beni Masar, y en él un texto conocido como El Evangelio de Judas, que no es tal, sino una serie de (supuestos)
diálogos entre Judas y Jesús (por cierto, los dos únicos judíos del grupo, ya
que los otros eran galileos) en el que se afirma que, de entre todos los
discípulos, es Judas el único que entiende con precisión las palabras de su
maestro. Al traicionar a Jesús, el traidor no hizo sino cumplir con el
propósito de Dios. “Pero en cuanto a ti, tú harás más que todos ellos, pues
ofrecerás en sacrificio al hombre que me sirve de envoltura carnal”, llega a decirle Jesucristo a Judas en ese Evangelio de quita
y pon.
Ya ven, hay versiones
para todos los gustos. Y entre ellas, las de los beneficios de la traición.
En esto estaba
pensando yo el otro día cuando leí una entrevista a Javier Cercas en la que
señalaba algo de Perogrullo, pero que, como tantas otras verdades, hace falta
que alguien te lo señale con el dedito.
El 23 de febrero de
1981 (23F) el teniente coronel Tejero entró en el Congreso de los Diputados y
al grito de “Quieto todo el mundo”, sólo (permítanme la licencia de la tilde)
hubo tres personas que se mantuvieron erguidas: El Presidente del Gobierno, Adolfo
Suarez, el Secretario General del Partido Comunista, Santiago Carrillo, y el Ministro
de Defensa, Gutiérrez Mellado. Los tres,
grandes traidores: El primero (Suárez) traicionó los principios del Movimiento
al que había pertenecido toda su carrera y había jurado lealtad; el segundo
(Carrillo) a la doctrina comunista, aceptando nada menos que la bandera rojigualda
y la monarquía constitucional y el tercero (Gutiérrez Mellado) a sus compañeros
de armas, que en sus altas esferas estaban por el golpe.
Que Alá bendiga a los
traidores (a algunos, claro).
Román Rubio
Marzo 2023
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