viernes, 24 de marzo de 2023

TRAICIÓN

 

TRAICIÓN


Para Dante, el pecado más abyecto es el de traición, de ahí que los traidores ocuparan el noveno y último círculo del infierno en donde se congelaban sumergidos en un lago helado tipos tan infames como Caín, Bruto o Judas Iscariote. El primero, por haber matado a su hermano y tratado de engañar a Dios; el segundo, por haber traicionado a César, cuando este había sido su protector y hasta bien podía haber sido su padre, siendo como era el amante de su madre. El tercero, Judas, por haber vendido a su líder y maestro, Jesucristo, por treinta monedas.

La suerte de Caín, tras la maldición de Yavhé, es confusa. La de los otros dos es más bien mala: el romano se suicidó lanzándose contra su propia espada años después tras su derrota por Marco Antonio en la batalla de Filipos. En cuanto al discípulo de Cristo, hay división de opiniones: según el Evangelio de San Mateo (Mateo 37:5), avergonzado y arrepentido de su villanía, quiso devolver las monedas, que no fueron aceptadas por los pagadores, las tiró al suelo del templo para ver de mitigar el remordimiento y acto seguido se ahorcó. Según la versión de los Hechos de los Apóstoles (Hechos 1:18), compró un terreno con el botín y allí, de acuerdo con el relato de Pedro, “habiendo caído de cabeza, reventó y se le salieron todas las entrañas”, lugar aún hoy conocido con el nombre de "campo de sangre" y dedicado al uso de cementerio de extranjeros y peregrinos durante muchos siglos.

En el año 1904 se descubrió en Egipto el códice de papiro de Beni Masar, y en él un texto conocido como El Evangelio de Judas, que no es tal, sino una serie de (supuestos) diálogos entre Judas y Jesús (por cierto, los dos únicos judíos del grupo, ya que los otros eran galileos) en el que se afirma que, de entre todos los discípulos, es Judas el único que entiende con precisión las palabras de su maestro. Al traicionar a Jesús, el traidor no hizo sino cumplir con el propósito de Dios. “Pero en cuanto a ti, tú harás más que todos ellos, pues ofrecerás en sacrificio al hombre que me sirve de envoltura carnal”, llega a decirle Jesucristo a Judas en ese Evangelio de quita y pon.

Ya ven, hay versiones para todos los gustos. Y entre ellas, las de los beneficios de la traición.

En esto estaba pensando yo el otro día cuando leí una entrevista a Javier Cercas en la que señalaba algo de Perogrullo, pero que, como tantas otras verdades, hace falta que alguien te lo señale con el dedito.

El 23 de febrero de 1981 (23F) el teniente coronel Tejero entró en el Congreso de los Diputados y al grito de “Quieto todo el mundo”, sólo (permítanme la licencia de la tilde) hubo tres personas que se mantuvieron erguidas: El Presidente del Gobierno, Adolfo Suarez, el Secretario General del Partido Comunista, Santiago Carrillo, y el Ministro de Defensa, Gutiérrez Mellado.  Los tres, grandes traidores: El primero (Suárez) traicionó los principios del Movimiento al que había pertenecido toda su carrera y había jurado lealtad; el segundo (Carrillo) a la doctrina comunista, aceptando nada menos que la bandera rojigualda y la monarquía constitucional y el tercero (Gutiérrez Mellado) a sus compañeros de armas, que en sus altas esferas estaban por el golpe.

Que Alá bendiga a los traidores (a algunos, claro).

Román Rubio

Marzo 2023









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