martes, 14 de marzo de 2023

LA FERIA DE LAS VANIDADES

 

LA FERIA DE LAS VANIDADES


https://youtu.be/kHqNMD3wyIQ

En tiempos pretéritos solía empaparme más o menos de la ceremonia de los Oscar. No porque me interesaran los agradecimientos a las mamás, los papás, los hijos y las hijas,  los miembros del equipo, los contendientes, la raza (siempre que fuera minoritaria), el género (siempre que fuera el femenino) o las patrias —cosas todas ellas que considero de mal gusto expresar en público, de manera tan oportunista y explícita, y que además me importan un bledo—,  sino por razones de trabajo en el teaching bussiness, ya que lo usaba con mis alumnos en clase, dado que vienen a expresarse todos en inglés.

 Este año, quizá por el escaso interés que despertaban en mí las películas o disuadido por la vergonzosa escena del galardonado del año pasado cuyo nombre prefiero omitir, no he visto nada de la ceremonia de los Oscar. Bueno, casi: no he podido evitar ver en la prensa el vídeo de la criticada y divertida entrevista que Ashley Graham hizo a Hugh Grant a la entrada del teatro y por la que las almas cándidas han puesto al actor de vuelta y media.

El contexto es el siguiente: una modelo superguapa con un cuerpo que le permite publicitar tallas grandes (un encomiable guiño del mundo del cine a la diversidad, heterogeneidad, pluralidad, o como quieran ustedes llamar), vestida con una especie de salto de cama negro, con sus amplias y estudiadas transparencias, toda sonrisas y vana superficialidad, entrevista a un zorro inglés de esmoquin, que está a la vuelta de casi todo, poco dispuesto a seguir el hilo de las trivialidades inanes que le propone la americana. ¡Ay, estos ingleses! ¡Si no existieran, habría que inventarlos!

Empieza la mujer preguntando al raposo de Hyde Park qué es lo que le gusta del hecho de venir a los Oscar, ante lo que este, desconcertado, le dice con retintín que es fascinante, que toda la humanidad parece estar allí y bla, bla, bla, bla, haciendo referencia a Vanity Fair (La feria de las vanidades), la famosa novela de Thackeray que satiriza la sociedad inglesa de la época victoriana cegada por la vanidad. La entrevistadora (poco versada, al parecer, en literatura inglesa del siglo XIX) entiende que el actor se refiere a la fiesta que la revista del mismo nombre da después de la ceremonia y contesta con no se qué de relajarse y pasárselo bien, para desconcierto del inglés. Algo así como si yo le hablo a usted de Fortunata y Jacinta y usted entiende que me refiero a las primas del pueblo.

El resto de la conversación se desarrolló en los siguientes términos:

A.G. ¿Qué es lo que más te apetece ver esta noche?

H.G. ¿Ver?

A. G. Sí, bueno, sé que probablemente has visto algunas películas. ¿Te emociona ver ganar a alguien?¿Tienes tus esperanzas puestas en alguien?

H.G. Eh, eh, (tocándose la nariz y mirando a Texas). No, nadie en particular.

A.G. Bueno, ¿y que llevas puesto esta noche?

H.G. Sólo mi traje.

A.G. ¿Tu traje? (aparentando sorpresa), ¿Y quién te lo hizo? Tú no lo hiciste, ¿no?

H.G. No recuerdo. Mi sastre.

A.G. Es O.k. Saludos al sastre. Dime, ¿qué se siente al estar en Glass Onion? Fue una película increíble. De verdad que me encantó. Me encantan los thrillers. ¿Es divertido rodar algo así?

H.G. Bueno, apenas salgo en ella. Salgo unos tres segundos.

A.G. Sí, pero aún así, apareciste y te divertiste, ¿no?

H.G. Eeeeh, casi.

Habida cuenta del éxito de la entrevista, la modelo devolvió con gran contento la conexión al estudio central, mientras el actor hacía un gesto de enorme alivio. A continuación, como aquel valentón sevillano, caló el sombrero, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

Román Rubio

Marzo 2023

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