LEVÍTICO
Andaba
yo tonteando con la radio del coche cuando me paré en una emisora de RNE en el
que la periodista de la tarde (cuyo nombre desconozco) estaba entrevistando a
la que parecía ser su amiga, la escritora Carmen Posadas. En el transcurso de
la conversación salió la pregunta tan manida como fatídica y difícil de
responder de: “¿Cuál es el libro al que
vuelves una y otra vez a lo largo de tu vida?” O, como reformuló la
escritora, “¿qué libro te llevarías a una
isla desierta?” Esta pregunta nos la hemos hecho alguna vez todos aquellos
lectores amigos de fustigarnos con enigmas estériles y les diré que no tiene
respuesta fácil, al menos por lo que a mí respecta. Partamos de la premisa de
que Google (favorito de tantos) no vale; primero porque no es un libro y segundo
porque ¿qué clase de isla deshabitada sería esa con acceso a internet?
Descartado
el buscador universal habría que pensar en uno de los volúmenes que pueblan
cualquier biblioteca, pues otra condición sería elegir un solo tomo, nada de la
enciclopedia británica o trampas similares.
La
escritora en cuestión eligió la Biblia, cosa muy notable, ya que en ella hay
ficción, historia, biografías disparatadas, realismo mágico, crimen, poesía,
ciencia-ficción (véase Apocalipsis), comedia (véase la borrachera de Noé) y otras
muchas cosas sabrosas, de lectura a veces tediosa y a veces apasionante. Puro
entretenimiento.
A
continuación, la periodista invitó a la autora señalar un pasaje reseñable y esta, tras un pequeño titubeo,
señaló el Levítico, uno de los libros del Antiguo Testamento que configuran el
Pentateuco o Torá judía (la Ley) y que viene a ser como una especie de manual
litúrgico para los hijos de la tribu de
Leví, encargados de las funciones sacerdotales.
El libro
es de lectura algo monótona por su detallismo, ya que describe minuciosamente
las diversas clases de sacrificios y otras expiaciones, la consagración de los
sacerdotes, la pureza e impureza de oficiantes y víctimas, medidas higiénicas y
otras instrucciones y reglamentaciones impuestas por Yavhé y transmitidas por
Moisés.
Veamos
algunos ejemplos:
Sobre la
pureza:
“De entre los animales, podéis
comer todos los de pezuña hendida, casco partido y que rumian; pero no comeréis
de los que solo rumian o solo tienen pezuña hendida. El camello, que rumia,
pero que no tiene pezuña hendida, será inmundo para vosotros; el conejo, que
rumia pero no tiene pezuña hendida, será inmundo para vosotros (…); el cerdo,
que tiene la pezuña hendida y el casco partido, pero no rumia, será inmundo
para vosotros. No comeréis sus carnes ni tocaréis su cadáver, pues son para
vosotros animales impuros”.
También
hay instrucciones sobre los animales de agua (solo se pueden comer aquellos con
escamas; olvídense pues de comer mariscos o calamares), así como las aves y los
insectos, condenando a la impureza de forma explícita a “animales cuadrúpedos que anden sobre la planta de sus pies” además
de “el topo, el ratón y toda clase de
lagartos, el musgaño, la tortuga, la salamandra, la escolopendra y el camaleón”
y también cualquier reptil o animal que se arrastre por el suelo. No solo son
inmundos para comer sino que el propio contacto casual con alguno es
susceptible de purificación, cuyo procedimiento también detalla el libro, así
como lo hace con la impureza del hombre (de su secreción seminal) y de la
mujer:
“Si una mujer padece flujo de
sangre de su cuerpo, permanecerá siete días en su impureza, y quien la toque
será impuro hasta la tarde. (…). Quien toque la cama de ella, lavará sus
vestidos, se bañará en agua y será impuro hasta la tarde. (…). Si un hombre yace
con ella, contraerá la impureza de la menstruación de ella y será impuro siete
días; y todo lecho sobre el que él se acueste será impuro”. (…) Cuando ella
sane de su flujo, contará siete días, después de los cuales será pura”.
Para con
los leprosos —que deben ser diagnosticados por los sacerdotes—, entre otras
cosas, dice el libro:
“El enfermo atacado por lepra
llevará los vestidos desgarrados, dejará crecer sus cabellos sin cubrir su
cabeza, se tapará las barbas e irá gritando: ¡Impuro, impuro! Y será impuro
todo el tiempo en que haya llaga en él. Es impuro y vivirá aislado; fuera del
campamento tendrá su morada”.
En las
admoniciones de Moisés hay también instrucciones precisas acerca de la
observancia del sábado, el año sabático (año séptimo en el que está prohibido
por la ley divina cultivar la tierra) y del año jubilar: cada cincuenta años se
produce esta circunstancia en la que todo judío tiene derecho a reclamar sus
tierras y propiedades que vendiera por necesidad en el periodo anterior de
manera gratuita. Asimismo, cualquier persona o familiar cercano puede rescatar
la propiedad vendida pagando la parte de años de cosecha que restan hasta el
año jubilar.
El
anecdotario es extensísimo: habla de la propiedad, la beneficencia, la
esclavitud y la libertad. Y si la observancia de las leyes no es la debida,
llegamos al capítulo de las maldiciones:
“…, si detestáis mis preceptos, y
no cumplís todos mis mandamientos, sino que rompéis mi alianza, entonces yo
haré esto con vosotros: os enviaré el terror, la consunción y la fiebre, (…).
Sembraréis en balde vuestra semilla, pues serán vuestros enemigos quienes se la
comerán. Yo me volveré contra vosotros, y seréis derrotados por vuestros
enemigos; os dominarán los que os odian y huiréis sin que nadie os persiga”.
Y añade:
“Y a vosotros os dispersaré entre las
naciones y desenvainaré la espada detrás de vosotros, mientras vuestro país
será arrasado y vuestras ciudades reducidas a escombros”.
¿A que
finalmente el Levítico no es tan aburrido? Lean, lean y verán. Si va a tener
razón Carmen Posadas…
Román
Rubio
Noviembre
2023.
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