EL PARTO DE LOS MONTES
Un día de esta semana, al abrir la prensa mañanera,
me llevé un sobresalto: los dos partidos mayoritarios se habían puesto de
acuerdo en llevar a cabo una reforma exprés de la Constitución. Noté como
empezó a alterárseme el pulso. ¡Dios! ¿Me habré despertado en una república
tras haberme acostado la noche anterior abotargado por el tedio de la última
nimiedad de Netflix? ¿Habrán acordado los dos púgiles la desmembración de
España? ¿Se habrá empadronado Puigdemont en Chamberí? Ansioso, me lancé a la letra pequeña y allí
encontré al ratoncillo recién nacido: se corregía el artículo 49 de la llamada
Carta Magna para cambiar la palabra “disminuidos” por “personas con
discapacidad”, lo que suponemos que será de gran alivio para las personas que
de una u otra manera se ven incluidos en este grupo afectado por causas tanto
físicas como psíquicas.
Algunos recordarán o habrán oído hablar de aquel
lejano decreto de 1968 en que el franquismo protegía los derechos de los “menores
subnormales”, palabra hoy muy fea pero que en su momento supuso una razonable
protección a muchas familias con ayudas y ventajas económicas y sociales para
un grupo de gentes que empezó a llamarse “minusválidos” y que devinieron en “disminuidos”
para pasar a ser, ya no discapacitados, sino personas con discapacidad, en un
ejercicio de malabarismo lingüístico que no acabo de entender del todo.
Lo cierto es que reformar la ley marco en asuntos
esenciales que afecten a la estructura del estado, a la soberanía nacional y a
la integridad territorial es casi misión imposible. Para ello habría que
conseguir el acuerdo de los tres quintos de ambas cámaras, disolver estas, convocar
elecciones y volver a ratificar el acuerdo, proceso que agota solo de pensarlo.
Para ratoncillos como el que nos ocupa, se arreglan con las dos terceras partes
de las dos cámaras y, a ser posible, de tapadillo.
La primera vez que se usó el método fue en 1992 para
añadir la coletilla de “y pasivo”, que facultaba a los ciudadanos comunitarios
a formar parte de las listas municipales como consecuencia de la firma del
Tratado de Maastritch. La segunda fue en 2011, en pleno agosto, y casi sin
avisar, como las bodas de penalti aquella España del NoDo, para aprobar la
prioridad de las directrices de Bruselas sobre las cuentas nacionales y la
deuda del Estado. En esta ocasión se ha perpetrado en plenas fiestas navideñas,
mientras los actores principales silbaban mirando al cielo de Coruña, Waterloo
o dondequiera que pasen sus fiestas navideñas.
Lo cierto es que nuestros próceres ponen mucha
prudencia en el asunto de abrir el melón constitucional. No me extraña; se
empieza por un descosido y se acaba en pelota viva. No se puede votar hoy
república y mañana monarquía para preferir esta cuatro años después ni se puede
abolir las autonomías para reclamarlas de nuevo pasados un par de trienios o pedir
independencia para arrepentirse tras unos días al ver que no llega la nómina de
la pensión.
No sé como lo tienen otros países. Se habla de que
Alemania ha hecho innumerables correcciones al texto (unas sesenta, de hecho),
pero se olvidan de decir que existe la “clausula de eternidad” (art. 79.3) que
impide la modificación de la configuración del estado como república federal e
indivisible. Los estadounidenses han introducido 27 enmiendas desde que se
promulgara la ley en 1787, pero lo cierto es que lo han hecho consiguiendo
enormes consensos, y a veces ni con estos han logrado cosas que a nosotros los
europeos nos parecen de cajón, como la limitación de las armas. Para que se
promulgue a cabo una enmienda a la Constitución de los EEUU se debe de conseguir
un acuerdo del 60% en las dos cámaras (Senado y Congreso). A continuación se
manda la propuesta a las cámaras de los Estados de la Unión que deben aprobarla
en un número superior a las tres cuartas partes, motivo por el que se ha
devuelto la ley de restricción de armas una y otra vez al Congreso.
Como ven, aquí y allá se necesitan grandes consensos
para grandes partos. Es mucho más fácil parir ratoncillos, y siempre llevando
el embarazo con sigilo y la boda y posterior parto con nocturnidad, como en épocas
pretéritas.
Román Rubio
Diciembre 2023