viernes, 29 de diciembre de 2023

EL PARTO DE LOS MONTES

 

EL PARTO DE LOS MONTES

“En tiempos muy remotos dieron los montes tales señales de desasosiego, que todos creían que iban a suceder cosas muy espantosas, pero al fin se abrieron con grande estruendo y apareció un ratoncillo. Dejaron a su vista de tener miedo los hombres y todos se echaron a reír”. Así contó Esopo que ocurrió allá por el siglo VI a.C. Y no hay nada que habiendo ocurrido una vez no pueda volver a pasar.

Un día de esta semana, al abrir la prensa mañanera, me llevé un sobresalto: los dos partidos mayoritarios se habían puesto de acuerdo en llevar a cabo una reforma exprés de la Constitución. Noté como empezó a alterárseme el pulso. ¡Dios! ¿Me habré despertado en una república tras haberme acostado la noche anterior abotargado por el tedio de la última nimiedad de Netflix? ¿Habrán acordado los dos púgiles la desmembración de España? ¿Se habrá empadronado Puigdemont en Chamberí?  Ansioso, me lancé a la letra pequeña y allí encontré al ratoncillo recién nacido: se corregía el artículo 49 de la llamada Carta Magna para cambiar la palabra “disminuidos” por “personas con discapacidad”, lo que suponemos que será de gran alivio para las personas que de una u otra manera se ven incluidos en este grupo afectado por causas tanto físicas como psíquicas.

Algunos recordarán o habrán oído hablar de aquel lejano decreto de 1968 en que el franquismo protegía los derechos de los “menores subnormales”, palabra hoy muy fea pero que en su momento supuso una razonable protección a muchas familias con ayudas y ventajas económicas y sociales para un grupo de gentes que empezó a llamarse “minusválidos” y que devinieron en “disminuidos” para pasar a ser, ya no discapacitados, sino personas con discapacidad, en un ejercicio de malabarismo lingüístico que no acabo de entender del todo.

Lo cierto es que reformar la ley marco en asuntos esenciales que afecten a la estructura del estado, a la soberanía nacional y a la integridad territorial es casi misión imposible. Para ello habría que conseguir el acuerdo de los tres quintos de ambas cámaras, disolver estas, convocar elecciones y volver a ratificar el acuerdo, proceso que agota solo de pensarlo. Para ratoncillos como el que nos ocupa, se arreglan con las dos terceras partes de las dos cámaras y, a ser posible, de tapadillo.

La primera vez que se usó el método fue en 1992 para añadir la coletilla de “y pasivo”, que facultaba a los ciudadanos comunitarios a formar parte de las listas municipales como consecuencia de la firma del Tratado de Maastritch. La segunda fue en 2011, en pleno agosto, y casi sin avisar, como las bodas de penalti aquella España del NoDo, para aprobar la prioridad de las directrices de Bruselas sobre las cuentas nacionales y la deuda del Estado. En esta ocasión se ha perpetrado en plenas fiestas navideñas, mientras los actores principales silbaban mirando al cielo de Coruña, Waterloo o dondequiera que pasen sus fiestas navideñas.

Lo cierto es que nuestros próceres ponen mucha prudencia en el asunto de abrir el melón constitucional. No me extraña; se empieza por un descosido y se acaba en pelota viva. No se puede votar hoy república y mañana monarquía para preferir esta cuatro años después ni se puede abolir las autonomías para reclamarlas de nuevo pasados un par de trienios o pedir independencia para arrepentirse tras unos días al ver que no llega la nómina de la pensión.

No sé como lo tienen otros países. Se habla de que Alemania ha hecho innumerables correcciones al texto (unas sesenta, de hecho), pero se olvidan de decir que existe la “clausula de eternidad” (art. 79.3) que impide la modificación de la configuración del estado como república federal e indivisible. Los estadounidenses han introducido 27 enmiendas desde que se promulgara la ley en 1787, pero lo cierto es que lo han hecho consiguiendo enormes consensos, y a veces ni con estos han logrado cosas que a nosotros los europeos nos parecen de cajón, como la limitación de las armas. Para que se promulgue a cabo una enmienda a la Constitución de los EEUU se debe de conseguir un acuerdo del 60% en las dos cámaras (Senado y Congreso). A continuación se manda la propuesta a las cámaras de los Estados de la Unión que deben aprobarla en un número superior a las tres cuartas partes, motivo por el que se ha devuelto la ley de restricción de armas una y otra vez al Congreso.

Como ven, aquí y allá se necesitan grandes consensos para grandes partos. Es mucho más fácil parir ratoncillos, y siempre llevando el embarazo con sigilo y la boda y posterior parto con nocturnidad, como en épocas pretéritas.

 Román Rubio

Diciembre 2023 




sábado, 9 de diciembre de 2023

PROCUSTO

 

PROCUSTO Y PISA



Procusto es aquel personaje de la mitología griega representado en ocasiones como un gigante que vivía en una casa aislada en las montañas de Ática con su esposa Silea. Allí acogía a viajeros de paso y les ofrecía cobijo. Si eran más largos que la cama les aserraba los pies, las manos y lo que hiciera falta y a los pequeños los descoyuntaba hasta que se adaptaban a la medida. Al final, Teseo, con engaños acabó con él dándole de su propia medicina, pero eso es otra historia.

De igual manera nos conducimos los humanos en cuanto a idearios se refiere. Cualquier cosa que acontece debe adaptarse a la hipótesis preconcebida y ajustarse al marco doctrinal propio, como el viajero a la cama del desalmado posadero. No me digan que no reconocen el síndrome: en cualquier reunión de amigos, familiares, compañeros de trabajo o miembros del club de lectura, sabemos de antemano que pensará cada uno del grupo, se trate de inmigración, turismo, clima, economía, geopolítica o delincuencia. Cada cual se manifestará según lo previsto, no vaya  a ser que el pensamiento libre, como explicó Erich Fromm, nos ponga a la intemperie, fuera del rebaño.

Hace unos días salió el resultado de las pruebas PRISA, ese test al que se someten los países de la OCDE para conocer la salud del sistema educativo midiendo competencias en escritura, matemáticas y ciencias a escolares en el año previo al bachillerato.

Como de costumbre, España obtuvo un resultado mediocre. Había caído algo (pandemia de por medio) pero no tanto como otros países del entorno. Había, eso sí, una novedad inquietante: el País Vasco y, sobre todo, Cataluña habían experimentado una bajada brutal. Esta última (Cataluña) se sitúa muy por debajo de la media española, en el puesto número 14 de las autonomías, solo por delante de Castilla-La Mancha, Andalucía y Canarias. Hasta aquí, los hechos.

¿Y cuál ha sido la lectura de los mismos? Pues, previsible:

—Para los del PP, Vox y demás peñas del espectro conservador y tradicionalista la culpa es del bilingüismo por un lado y del abandono de la excelencia  por otro. ¿Cómo va a aprender lo mismo un chico manejando una lengua que dos? Y, ¿cómo vamos a sacar buenos resultados si bajamos contenidos e igualamos por abajo?

—Los catalanistas (separatistas o no) argumentan que la culpa la tienen los inmigrantes, como se apresuró a decir  el Secretario de Políticas Educativas Ignasi García, desmentido (o matizado) al día siguiente por la Consellera del ramo. Claro, que había que tener en cuenta que Madrid, con un número de inmigrantes similar, quedó arriba, en el cuarto lugar, muy por encima de Cataluña. La razón del Procusto catalán fue que en Madrid los inmigrantes son mayoritariamente hispanos y en Cataluña africanos y asiáticos. También se quejaban los responsables catalanes que los chicos que reciben la escuela en catalán están sometidos luego a un gran input de castellano e inglés por los medios de comunicación y redes sociales, lo que crea disfunción.

Los partidos de izquierda salieron a la palestra para atribuir a la pobreza y las situaciones familiares precarias la causa del descalabro, obviando conscientemente el hecho de que pobreza e inmigración están fuertemente correlacionadas, mientras los sectores católicos militantes aseguran que la causa está en la “falta de valores” que impera en la escuela pública.

¿Y los sindicatos?, ¿qué dicen los sindicatos? Pues, como pueden anticipar, estos atribuyen al fiasco a la ratio de alumnos por aula, que en Cataluña es mucho mayor que en las regiones de resultados buenos como Castilla-León, Asturias o Cantabria, de población más dispersa.

Como ven, cada cual cita y omite aquello que no cuadra con su ideario, pero, ¿y si tuvieran razón todos juntos y ninguno por separado?

Veamos: Castilla-León, Asturias y Cantabria, que han obtenido los mejores resultados tienen en común varios factores (y sigo el análisis que encontré en el periódico que leo a diario, de tendencia socialdemócrata):

Tienen poblaciones relativamente pequeñas (el 7% de España entre las tres), las tres cuentan con pocos alumnos extranjeros, que suelen sacar peores resultados (un 7.6% en Castilla-León por un 15.7% en Cataluña), las tres comunidades tienen en común estar bien financiadas por el estado e invierten entre un 15% y un 20% por alumno, por encima de la media, y cuentan con una ratio de alumnos inferior a la media española, sobre todo en la escuela pública, que es la que da servicio al área rural. ¡Ah!, y el diario al que aludo ha olvidado señalar (¿intencionadamente?) que son comunidades monolingües (en su sistema educativo, al menos), lo que quedaría muy feo señalar en el rebaño socialdemócrata.

Ya ven, Procusto siempre ajustando a los peregrinos  para amoldarlos al tamaño de la cama.

Román Rubio

Diciembre 2023 



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lunes, 4 de diciembre de 2023

PAROLE

 PAROLE



He escuchado (y leído) a más de un escritor decir que hay que ser comedido con los adjetivos y algo tacaño con los adverbios si se quiere ser preciso y efectivo con los textos. Algunos tenemos el vicio de fijarnos en las palabras y buscar en ellas si no la verdad, sí al menos, la precisión, que es algo mucho más humilde. Y no solo con los adjetivos sino también con los sustantivos y expresiones. Como decía aquel: ¿Por qué dicen amor cuando quieren decir sexo? 

Mi antena de vigilancia de las palabras, de alta sensibilidad, condicionada quizá por mis muchos años en las aulas y algo de presunción, ha detectado algunas confusiones y usos viciados de ciertas palabras en los medios de comunicación:

Lluvias persistentes.- ¿Por qué decir persistentes cuando se quiere decir copiosas? Aficionado como soy a las predicciones del tiempo he notado que muchos de los comunicadores usan lo de lluvias persistentes cuando se espera mucha lluvia, relacionando el término con la cantidad de agua esperada. Pues no: persistentes serán si son duraderas o se repiten una y otra vez en un periodo de tiempo relativamente corto. Si cae mucha agua hablaremos de lluvias abundantes o copiosas. Y estas serán persistentes o no dependiendo solo de la duración.

Envergadura.- Desconozco la razón, pero no hay transmisión futbolística televisiva en la que los pregoneros del micro no se refieran a la envergadura hablando de los defensas centrales. Que si los centrales del Athletic tienen más envergadura que los delanteros del Cádiz o que si el entrenador, para dar consistencia defensiva, da entrada a Fulano que tiene más envergadura. Pero, ¿por qué decir envergadura cuando quieren decir altura, estatura, corpulencia o poderío físico? La envergadura es lo que mide el cóndor de Simon y Garfunkel con las alas extendidas y es un parámetro muy importante en algunos deportes. En el baloncesto, por ejemplo, en donde el jugador ocupa espacio con los brazos extendidos o alzados. También en el boxeo, en donde se mide la envergadura del luchador con los brazos extendidos al frente y pasando la cinta métrica por hombros y espalda y que proporciona o no ventaja manteniendo el rival a raya, pero es algo irrelevante (o incluso contraproducente) en el fútbol, ya que lo único que potencia es la posibilidad de hacer penalti por manos en el área.

En el último partido que me tragué en televisión, además de sentirme incomodado por la envergadura de los centrales rivales, me topé con algo realmente singular. Resulta que a cierto jugador de mi equipo, que había hecho una actuación algo menos mediocre que los demás, se le había declarado “embipí” del partido. ¿”Embipí”?, dije yo: ¿qué carajo es eso? La persona que estaba junto a mí, más puesta al día de las caprichosas bufonadas de los predicadores del micro, me dijo que la palabreja responde a las siglas inglesas de MVP (Most Valuable Player) que quiere decir algo así como jugador más valioso o, todavía más claro y sencillo, “Mejor jugador”. Nunca lo habría adivinado al escucharlo: en primer lugar porque en inglés, cuando se trata de nombrar siglas no se hace a modo de palabra sino con una ligerísima pausa en la entonación (em-bi-pi) y en segundo lugar porque la “v” inglesa es labiodental en tanto que la “b” es bilabial, por lo que ni siquiera un nativo de Minnesota habría entendido de qué estaba hablando el pregonero. Y digo yo: ¿Qué hay de malo en decir que Menganito ha sido elegido el “Mejor del partido”?

Habrá quien me acuse de estar desfasado. No solo lo acepto sino que me congratulo a menudo de estarlo; sobre todo cuando veo tanta estupidez que va llegando. En ocasiones anteriores, en este mismo blog, he mostrado mis filias y fobias sobre las palabras nuevas (esencialmente anglicismos) que van apareciendo en nuestro idioma. Amo algunas y detesto otras. Entre ellas (las que detesto) hay una nueva que quizá no hayan oído aun. Se trata de delulu. No sé el recorrido que tendrá en español. Espero que sea corto. Parece estar muy de moda en Tik Tok y otros altavoces. Viene del inglés delusion (engaño, ilusión) y se refiere a esa actitud positivista de que todo es posible y al alcance de uno. Hablaré de ello si la palabra cuaja.

Román Rubio

Diciembre 2023


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