SOR PEDROCHE Y EL REY BALTASAR
Me
encontré hace poco con un amigo que me dijo que su fecha favorita de estas
fiestas es el 7 de enero. La verdad es que le entendí perfectamente. Vuelve la
bendita rutina a nuestras vidas y nos deja una resaca (en mi caso y en de mi familia,
amenizada por la gripe) y me congratulo al pensar en una vida de asquerosa
rutina y libre de virus y otras distracciones.
Así y
todo, “estas fechas”, como suelen llamarlas tipos con poca imaginación como
quien esto escribe, nos traen siempre un par de sainetes que ayudan a sobrellevar
el tedio social. El primero, como siempre, es la aparición de la Pedroche dando
las campanadas y sermoneándonos, una vez más, con los inanes discursos oportunistas
de buenismo: salvar el planeta, con incrustaciones de vidrio de botellines de
Mahou en los zapatos, “concienciación de la importancia del agua”, con un
vestido hecho con la cuarta parte de una cortina de baño pequeña y otras parvulistas
obviedades ¿Se imaginan lo que podría ser la vallecana en cueros a cero grados
predicando, como una Charles Bukowski del extrarradio, sobre lo ameno que sería
ser borde, egoísta y, a ser posible, asquerosamente rico?
Me
proponía escribir algo sobre la aparición de la escultural Virgen del Arrabal y
la competencia sufrida por TVE1 en donde
una tal Ana Mena (quienquiera que sea),
pero he recordado que escribí algo sobre ella hace unos años y me dedico a
ejercitar el corta y pega, que es más cómodo:
“Habría que preguntar a
Jesucristo si es lícito que la criatura de Vallecas se exponga año tras año en
un balcón de cierta céntrica plaza madrileña a medianoche con una cantidad de
tela cada vez más escueta, en pleno invierno mesetario. Ya saben: el de Nazaret
era un maestro en salir airoso de las preguntas trampa a las que se veía
sometido por los taimados fariseos, siempre prestos a cogerle en un renuncio.
“¿Es lícito pagar impuestos a Roma?”, preguntaron los fariseos. Si el hijo del
carpintero decía que no, se congraciaba con el pueblo judío (su pueblo),
sometido por la colonización de Roma y se buscaba un lío con el centurión. Y si
decía que sí, quedaba ante sus compatriotas como un pelota, indigno de liderar
las aspiraciones nacionalistas del Frente Judaico Popular y el Frente Popular
de Judea. Jesús, viendo la perfidia en la insidiosa pregunta, se salió por la
tangente con aquello de: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es
de Dios” (Mateo 22.21), que no sé si es decir mucho o nada, pero sale del paso
de maravilla.
El feminismo está dividido con el vestido de la Pedroche. Una parte (la
parte farisea) sostiene que el hecho de que la descarada muchacha
aparezca en semicueros, año tras año, a la intemperie madrileña, luciendo sus
bien definidos atributos junto al irrelevante tipo de turno con esmoquin, es
una vergüenza, un retroceso en la lucha por la liberación de la mujer que la
hace merecedora de lapidación. Otra parte (la herodista) sostiene
que no hay nada más feminista que ponerse (o quitarse) lo que a una le venga en
gana, y que si a la joven presentadora le apetece desnudarse en mitad de la
noche invernal y exhibirse de esa guisa en un balcón de la plaza del pueblo por
una bolsa repleta de denarios, ¿quién se puede arrogar la autoridad moral para reprobar
tan animosa actitud? Como dijo el de Nazaret: “Quien esté libre de pecado que
tire la primera piedra”.
El otro sainete al que nos tiene acostumbrados estas fechas es el de los Reyes Magos, esa tradición tan española que rememora la Adoración a Jesús de unos Magos que ni consta en sitio alguno que fueran reyes, ni que fueran tres, cuatro o doce. El único evangelista que habla del asunto fue Mateo, que habla de Magos (probablemente sacerdotes de religiones paganas), sin especificar número alguno y provenientes del Este (¿imperio persa?), con lo que ustedes mismos pueden evaluar las probabilidades de que hubiera un negro.
Recuerdo un año en el que siendo Carmena la alcaldesa de Madrid salieron vestidos
de magos de Oz, con una especie de cortina de baño (más amplia, eso sí, que la de
la Pedroche), propiciando el llanto inconsolable de la hija de Álvarez de
Toledo.
Este año, en muchas partes de España han salido de Rey Baltasar gentes con
la cara pitada de Kanfort; y en Madrid, rizando el rizo, hablando a los niños
como la criada de Escarlata O’Hara, lo que no sé si será racista, pero desde
luego no es de muy buen gusto.
Hemos sobrevivido a estas fechas un año más. No sé qué ocurrirá de aquí hasta
la próxima Navidad, pero lo que sí sabemos es que la Pedroche volverá a amenizar las campanadas con un mensaje
facilón, un vestido aún más breve y una bolsa de denarios más repleta. Y los
Reyes… no sé, algo se inventarán para amenizar el cotarro. Y yo, Dios mediante,
se lo contaré a ustedes.
Román Rubio
Enero 2024
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