CARLES FUIGALMONT
Para quien no esté familiarizado con la lengua de por aquí aclararé que fuig es la tercera persona del singular del presente de indicativo—además del imperativo— del verbo fugir (huir, en castellano), con lo que el apellido del insigne Beatle de Waterloo evoca aquello de “huir al monte” o “echarse al monte”, cosa propia de huidos de la justicia. Ahora bien, los que se echaban al monte tradicionalmente eran aquellos prófugos como Serrallonga o Tragabuches, este último por degollar al sacristán conocido como Pepe “El Listillo” y despeñar a su novia, la bailarina María “La Nena”, al descubrirlos liados en Ronda cuando volvió inesperadamente a la población al sufrir una caída del caballo en el camino a la feria taurina de Málaga en donde debía actuar como banderillero.
Otros que se echaron al monte fueron esos maquis que
combatieron a Franco por las sierras de España con la idea romántica y poco
realista de derrotar al franquismo. Estos, de manera más honrosa, se ocultaron
en la frontera para “entrar” a combatir. El de Waterloo se ocultó en el
maletero de un coche para “salir” y evitar así las consecuencias del
desaguisado que otros (como su vicepresident)
sí tuvieron que afrontar con estoica dignidad.
Hoy se está negociando en el Parlamento el asunto de
la amnistía que liquidaría sus cuentas con la justicia. No estoy en contra. Su
actuación no causó muertos ni heridos, se desdijo a los pocos minutos y al fin
y al cabo soy de los que piensan que en el país en el que vivo debemos caber
todos y, a ser posible, en libertad. Fuigalmont también.
Lo dicho anteriormente no quita el malestar que debo
confesar que me produce el hecho de que el tipo, con un puñado de votos exiguo
que supone la tercera fuerza en Cataluña, muy por detrás del Hombre Tranquilo
(también conocido como Illa, Maravilla), tenga la capacidad de influir de
manera decisiva y desproporcionada en los destinos de España gracias a una
carambola propiciada por el sistema electoral español y un cúmulo de desgracias
que le convierten en la piedra angular de la política, ya no de Cataluña sino
de España.
Temo también el momento en el que el personaje pise
territorio catalán, se suba a un balcón barcelonés convenientemente prominente
(que no será el del Palau mientras gobierne quien gobierna), saque pecho y
pronuncie las palabras: “Ja soc aquí”, para humillación de tantos españoles
como quien esto escribe. Y no solo seré yo el incómodo con la escenificación de
la inmerecida victoria: mucho más ofendido que un servidor quedará un tal
Junqueras, que con menor responsabilidad que el huido se mamó unos cuantos años
en las cárceles españolas y con su realpolitik
después perdió la posibilidad de
convertirse en héroe de la patria catalana, algo a lo que el de Girona aún
parece estar en disposición de aspirar.
Hay que ver lo rentable que puede resultar a veces “pegar a fugir”. Otra cosa es que sea
honroso.
Román Rubio
Enero 2024
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