domingo, 21 de enero de 2024

CARLES FUIGALMONT

 

CARLES FUIGALMONT

Para quien no esté familiarizado con la lengua de por aquí aclararé que fuig es la tercera persona del singular del presente de indicativo—además del imperativo— del verbo fugir (huir, en castellano), con lo que el apellido del insigne Beatle de Waterloo evoca aquello de “huir al monte” o “echarse al monte”, cosa propia de huidos de la justicia. Ahora bien, los que se echaban al monte tradicionalmente eran aquellos prófugos como Serrallonga o Tragabuches, este último por degollar al sacristán conocido como Pepe “El Listillo” y despeñar a su novia, la bailarina María “La Nena”, al descubrirlos liados en Ronda cuando volvió inesperadamente a la población al sufrir una caída del caballo en el camino a la feria taurina de Málaga en donde debía actuar como banderillero.

Otros que se echaron al monte fueron esos maquis que combatieron a Franco por las sierras de España con la idea romántica y poco realista de derrotar al franquismo. Estos, de manera más honrosa, se ocultaron en la frontera para “entrar” a combatir. El de Waterloo se ocultó en el maletero de un coche para “salir” y evitar así las consecuencias del desaguisado que otros (como su vicepresident) sí tuvieron que afrontar con estoica dignidad.

Hoy se está negociando en el Parlamento el asunto de la amnistía que liquidaría sus cuentas con la justicia. No estoy en contra. Su actuación no causó muertos ni heridos, se desdijo a los pocos minutos y al fin y al cabo soy de los que piensan que en el país en el que vivo debemos caber todos y, a ser posible, en libertad. Fuigalmont también.

Lo dicho anteriormente no quita el malestar que debo confesar que me produce el hecho de que el tipo, con un puñado de votos exiguo que supone la tercera fuerza en Cataluña, muy por detrás del Hombre Tranquilo (también conocido como Illa, Maravilla), tenga la capacidad de influir de manera decisiva y desproporcionada en los destinos de España gracias a una carambola propiciada por el sistema electoral español y un cúmulo de desgracias que le convierten en la piedra angular de la política, ya no de Cataluña sino de España.

Temo también el momento en el que el personaje pise territorio catalán, se suba a un balcón barcelonés convenientemente prominente (que no será el del Palau mientras gobierne quien gobierna), saque pecho y pronuncie las palabras: “Ja soc aquí”, para humillación de tantos españoles como quien esto escribe. Y no solo seré yo el incómodo con la escenificación de la inmerecida victoria: mucho más ofendido que un servidor quedará un tal Junqueras, que con menor responsabilidad que el huido se mamó unos cuantos años en las cárceles españolas y con su realpolitik después  perdió la posibilidad de convertirse en héroe de la patria catalana, algo a lo que el de Girona aún parece estar en disposición de aspirar.

Hay que ver lo rentable que puede resultar a veces “pegar a fugir”. Otra cosa es que sea honroso.

Román Rubio

Enero 2024

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