PATÉTICO
Con mi amigo Benito Ledesma, profesor y filósofo, a
quién ya he nombrado en algún escrito anterior, he comentado en ocasiones la
profusión en el uso del dichoso adjetivo que hoy es objeto de mi comentario.
La palabra patético no figuraba en el léxico del
personal en mis tiempos juveniles de estudiante de Bachillerato. Bueno,
existía, pero raramente se usaba, como raramente se usa ahora peripatético o epistemológico en la
cola de la caja del súper. De hecho, yo la conocía por ser el nombre que se le
daba a la Sonata para piano número 8 de Beethoven “La Patética”. También se
llama así la 6ª Sinfonía de Tchaikovsky. El vocablo, rotundo, culto y culterano,
algo pretencioso pero bello me sugería solemnidad, pompa y tristeza, y mi sentido
común me aconsejaba no tenerla en la boca cada dos por tres a riesgo de ser
tildado de presuntuoso, vanidoso y cursi, sobre todo en la barra del bar de mi
barrio, y yo tengo por norma intentar no usar lenguaje que no pueda usar en el bar del barrio sin correr el riesgo de hacer el
ridículo o de ser abucheado.
No andaba, pues, desencaminado. Según el diccionario
de la RAE, patético es “ que es capaz de mover y agitar el ánimo
infundiéndole afectos vehementes, y con particularidad dolor, tristeza o
melancolía”
Algunos años después, viviendo en un país anglosajón, aprendí que el adjetivo “pathetic”,
allí, era de uso común. Continuamente oía expresiones como “This is pathetic” o “What a pathetic woman Martha is” con esa
rotunda intensidad con que se carga el adjetivo y se le llena de conmiseración,
desprecio y lástima. Tengo que decir que estaba encantado de la adquisición.
Podía decir “pathetic” todas las
veces que quisiera, cargando la palabra con acentuada intensidad sin parecer pretencioso ni cursi. ¡Bravo!
Claro que, en inglés, según
el Oxford Dictionary of the English Language, “pathetic” tiene dos acepciones, muy próximas entre sí: “Arousing pity, specially through
vulnerability or sadness” -que produce
lástima, especialmente por vulnerabilidad o tristeza- y “Miserably inadequate” –tristemente
inadecuado. El Merriam-Webster, la otra biblia de la lengua inglesa –del otro
lado del Atlántico- también da los mismos significados, referidos a la
conmiseración, la lástima, lo absurdamente inadecuado y el desprecio.
Por supuesto, el
contagio de la palabra en el español, en su sentido inglés, era cuestión de
tiempo. Pronto fue aceptada por la masa que, ¡cómo no!, la adoró desde el
primer momento. Era sonora, esdrújula y con raíz griega “pathos”, que es uno de
los tres modos de persuasión en la retórica (junto con el “ethos” y el “logos”),
según la filosofía de Aristóteles. ¡Todo un hallazgo!
De pronto, personajes
semianalfabetos del escenario cañí, calificaban de patético/a a cualquier persona, animal o cosa que se cruzara en su camino y al que querían zaherir o
menospreciar. Sonaba culta. Y la belleza de la palabra se esfumó,
convirtiéndose en cursi, inexacta y poco imaginativa. Y se devaluó. Y las
personas sensatas y que quieren llenar sus palabras de significado y contenido
arrinconaron el vocablo conminándolo al terreno de Beethoven, Chaikovsky y la
RAE; es decir, al uso tradicional.
Hace unos días, el
Presidente del gobierno la sacó a relucir. De manera vulgar, con el ánimo de ofender, de menospreciar, como los párvulos intelectuales de los programas de
la tele. Por si hubiera alguna duda de la intención, la acompañó de la
expresión: “no vuelva usted por aquí”, o algo por el estilo. Me recuerda al
cacique español diciéndole al portero del casino de provincias: “Fermín,
asegúrese de que este señor no vuelva más a pisar este casino”. Pues eso. Está por ver quién es
el que no vuelve.
Román Rubio
#roman_rubio
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Febrero 2015
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