LORD LONGFORD
Hace unos días se produjo la extraordinaria noticia
de la salida de prisión en régimen de libertad condicional de Mª José
Carrascosa, la valenciana encarcelada en EEUU por haberse traído a su hija a
España tras su separación con un ciudadano estadounidense, a pesar de tener
otorgada la custodia de la niña por un tribunal español. En fin, un triste caso
con un final –deseamos- feliz. Enhorabuena.
Junto a ella, un hombre la acompaña y cariñosamente
le pasa el brazo por los hombros. He tratado de seguir su huella en internet y
sólo he llegado a descubrir su nombre. Se llama Antonio Álvarez, es –o eso
señala el artículo de prensa que más información da- un sacerdote español. Y no
sabemos más. En alguna cadena de televisión escuché decir que, en clara
renuncia a la popularidad, no había contestado a los requerimientos de
comunicación por teléfono de la cadena y que era el hombre que la había visitado
en prisión todos estos años. Me hizo pensar en la importancia de la asistencia
del sacerdote, único visitante de la presa durante años y único vínculo de ésta
con el mundo exterior. Aparte de la ocasional –dada la distancia- visita
familiar y la periódica carta, el sacerdote -poniéndome en el lugar de la presa-,
suponía para la desgraciada mujer el sustento emocional, el puente con la vida,
la boca del pozo que conecta el infierno con la libertad.
Conocí en una ocasión a un ciudadano francés prejubilado
que se dedicaba de manera altruista a realizar visitas en prisión a personas
que no tenían quién se las hiciera. Según me dijo mi amigo, su visita
periódica constituía para algunos presos, extranjeros en su mayoría, penando en
prisiones galas, la única conexión con el mundo exterior. En un mundo de
adoradores del becerro de oro, la función altruista del visitador es una
lección de humanidad desinteresada.
No conozco ninguna historia tan peculiar en este
tema como la del noble inglés Lord
Longford (1905-2001), célebre en su país principalmente por dos cosas: la
primera fue la enorme publicidad le dio la prensa amarilla por sus visitas a
los locales porno en el proceso de documentación para su campaña antiporno y la
segunda fue su atención en prisión a Myra Hindley, “la asesina de los páramos”.
Lord Longford
La actividad más destacada y duradera en la rica
vida de Lord Longford fue la de “visitador” en prisión de presos desamparados,
actividad que mantuvo desde 1930 hasta casi su muerte, que ocurrió en 2001, a
la edad de 95 años. Otras actividades en su carrera fueron la de escritor,
periodista, activista de causas sociales perdidas (o casi) y político. Como
tal, ostentó los cargos de Lord del Almirantazgo, Ministro para las Colonias y
Lord Líder de la casa de los Lores en la época del laborista Harold Wilson. El séptimo Conde de Longford (7th Earl of Longford) y Primer Barón Packenham era anglicano y
conservador, aunque, a lo largo de su vida -y, en parte, por influencia de su
esposa Elizabeth Harman, escritora-, devino católico y laborista, siendo de los
pocos nobles laboristas de la época, o a decir verdad, de cualquier época,
pues, por razones obvias, nobleza y socialismo no van juntos a menudo. Ya se
sabe que el conservadurismo se basa en la preservación de los privilegios
heredados y el título nobiliario es la máxima expresión.
Si
bien sus visitas a los presos fueron innumerables, por todo el Reino Unido,
hubo una que le causó muchos problemas y odios, provocó el ataque casi
unánime de la prensa británica y atrajo
la cólera de la opinión pública. Myra
Hindley y su pareja Ian Brady habían sido condenados a cadena
perpetua por el asesinato de 5 niños en la ciudad de Manchester, que después
enterraron en los páramos próximos de Lancashire. Por ese motivo eran conocidos
como “los asesinos de los páramos (the moors murderers)” y odiados –sobre
todo odiada- en un país comprensiblemente incapaz de asimilar el hecho de que
una mujer pudiera estar involucrada en asesinatos de niños. Ya era bastante
malo que un hombre con desarreglo psicótico (como era el caso de Ian Brady, que
nunca mostró arrepentimiento alguno) pudiera hacer tal barbaridad, pero ¿una
mujer? Eso era inaudito e imperdonable, por muy subyugada que esta estuviera
por la influencia hipnótica del cruel y dominante Brady.
Myra Hindley y Ian Brady,"los asesinos de los páramos"
Longford
abogó por la concesión de la libertad condicional a la convicta cuando ésta
estaba condenada sólo por tres de los asesinatos. En 1986 admitió la autoría de
los otros dos dejando al buen Lord en el más absoluto de los ridículos. Este
fue acusado de caer inocentemente en las redes afectivas de la enigmática y
terrible mujer, viendo su prestigio ferozmente maltrecho. A pesar de ello
siguió apoyando la petición de libertad
condicional para Hindley sobre las bases de una reforma penal integradora y la
asunción de que ya no suponía amenaza alguna para la sociedad, sin obtenerla.
Myra
Hindley murió en prisión, de muerte natural, sin obtener el beneficio
penitenciario solicitado, en noviembre de 2002.
En
algún momento de su relación, Myra llegó a hacer a su fiel visitante la
terrible confesión: “Si hubieras estado
en el páramo, a la luz de la luna, cuando fue el primer asesinato, sabrías que
la maldad también puede ser una experiencia espiritual”
Román
Rubio
Abril
2015
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