SEÑORA GRAHAM
La chispa esta vez saltó en Baltimore. Antes había
sido en Ferguson (Missouri), en Cincinatti (2001) y en Los Ángeles (1992) que
se luego se extenderían a San Francisco, Las Vegas, Atlanta y otros lugares de
la geografía norteamericana, siguiendo la tradición de las grandes revueltas de
los años sesenta: Los Ángeles, 1965, 34 muertos, Newark (NY), 1967, 26 muertos,
Detroit 1967, 43 muertos…, sin contar los grandes disturbios de 1968 que tras
la muerte de Martin Luther King se reprodujeron en diversas ciudades de los
EEUU. Pero no sólo en aquel país. El barrio de Totenham, en Londres, se consagró
a la insurrección, el pillaje y el vandalismo en 2011 y las banlieues parisinas también vivieron sus grandes tumultos en 2005
por última vez. Lugares desconocidos para el turista y el hombre de negocios,
que no son sino carteles en las autopistas periféricas de la ciudad como
Clichy-sous-Bois, Neuilly-sur-Marne o Saint.Denis, éste último conocido por los
futboleros por el nombre de un equipo y por alojar el Stade de France, se
convirtieron en escenario de duros enfrentamientos de jóvenes de tez morena
contra la policía de la República en largas noches de barricadas, coches
ardiendo, pillaje y cócteles molotov.
La causa, siempre es, más o menos, la misma. Una
actuación policial con resultado fatal contra algún muchacho, generalmente
desarmado, de piel negra o chocolate y nula empleabilidad
que los chicos del guetto, quizás con
razón, ven como un exceso de celo de los servidores de la clase media y alta (policía) para proteger su
estatus y propiedades.
El episodio de Baltimore, a diferencia de los
anteriores, ha aportado un peculiar personaje de carne y hueso que se sale del
estereotipo de joven encapuchado y policía acorazado: la Madre Coraje. La señora Toya Graham, de 43 años, madre de seis
hijos y una nieta a los que proporciona techo y hogar, sin pareja conocida,
saca de la revuelta a su hijo Michael de 16, a empujones y guantazos. Las
imágenes corrieron como el “caloret”
del verano por las redes sociales y abrieron los telediarios de todos los
rincones del mundo. Su figura, la de la madre con agallas se hizo tan popular,
que de ser una desconocida, de las que se ignora cuando pasan a tu lado con el
carrito del Wall Mart, pasó, de la noche a la mañana a gozar ¿o sufrir? de popularidad
global. Leo que está algo desbordada por los acontecimientos, pero recibe con
cierto orgullo a ciertos medios de comunicación en el sofá de su casa, con maquillaje,
pestañas y largas uñas en perfecto estado de revista, eso sí.
Pues bien, la popularidad, añorada o no, ha podido
llegar a la vida de la señora Graham, pero de lo que estoy seguro es que no ha
debido de ser así en la vida del joven Michael, de 16 años y único hijo varón
de la famosa señora, al que sospecho que le queda una difícil supervivencia en
el entorno de los castigados barrios del oeste de Baltimore. No sé cómo
sobrellevará el oprobio de haber sido abofeteado en público repetidas veces por
una madre encolerizada al grito de: “Get
the Piip (según la grabación ofrecida) out
of here”, o si tendrá que hacer una gesta más audaz que le restituya el
honor perdido según las estrictas y tácitas reglas del guetto.
No quiero, con esto, decir que la madre debía de
haber dejado allí al chico, no. Me parece bien que ejerciera su autoridad y lo
sacara de allí. Es la forma lo que critico. Si un padre (o una madre) tiene
autoridad sobre su hijo, una mirada y un pequeño gesto deberían haber bastado.
Después, en privado y fuera de la mirada del público en general, habrían venido
los reproches y las advertencias. Si la autoridad paterna (o materna) no se
tiene, es cuando algunas personas recurren a las coléricas y teatrales escenificaciones
como la que nos ocupa, y es que la autoridad paterna, como el cariño y el
respeto, no viene dada por el estatus. Como todo en esta vida, se gana.
Román Rubio
#roman_rubio
Mayo2015
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