domingo, 3 de mayo de 2015

SEÑORA GRAHAM

SEÑORA GRAHAM

La chispa esta vez saltó en Baltimore. Antes había sido en Ferguson (Missouri), en Cincinatti (2001) y en Los Ángeles (1992) que se luego se extenderían a San Francisco, Las Vegas, Atlanta y otros lugares de la geografía norteamericana, siguiendo la tradición de las grandes revueltas de los años sesenta: Los Ángeles, 1965, 34 muertos, Newark (NY), 1967, 26 muertos, Detroit 1967, 43 muertos…, sin contar los grandes disturbios de 1968 que tras la muerte de Martin Luther King se reprodujeron en diversas ciudades de los EEUU. Pero no sólo en aquel país. El barrio de Totenham, en Londres, se consagró a la insurrección, el pillaje y el vandalismo en 2011 y las banlieues parisinas también vivieron sus grandes tumultos en 2005 por última vez. Lugares desconocidos para el turista y el hombre de negocios, que no son sino carteles en las autopistas periféricas de la ciudad como Clichy-sous-Bois, Neuilly-sur-Marne o Saint.Denis, éste último conocido por los futboleros por el nombre de un equipo y por alojar el Stade de France, se convirtieron en escenario de duros enfrentamientos de jóvenes de tez morena contra la policía de la República en largas noches de barricadas, coches ardiendo, pillaje y cócteles molotov.


La causa, siempre es, más o menos, la misma. Una actuación policial con resultado fatal contra algún muchacho, generalmente desarmado, de piel negra o chocolate y nula empleabilidad que los chicos del guetto, quizás con razón, ven como un exceso de celo de los servidores de la  clase media y alta (policía) para proteger su estatus y propiedades.





El episodio de Baltimore, a diferencia de los anteriores, ha aportado un peculiar personaje de carne y hueso que se sale del estereotipo de joven encapuchado y policía acorazado: la Madre Coraje. La señora Toya Graham, de 43 años, madre de seis hijos y una nieta a los que proporciona techo y hogar, sin pareja conocida, saca de la revuelta a su hijo Michael de 16, a empujones y guantazos. Las imágenes corrieron como el “caloret” del verano por las redes sociales y abrieron los telediarios de todos los rincones del mundo. Su figura, la de la madre con agallas se hizo tan popular, que de ser una desconocida, de las que se ignora cuando pasan a tu lado con el carrito del Wall Mart, pasó, de la noche a la mañana a gozar ¿o sufrir? de popularidad global. Leo que está algo desbordada por los acontecimientos, pero recibe con cierto orgullo a ciertos medios de comunicación en el sofá de su casa, con maquillaje, pestañas y largas uñas en perfecto estado de revista, eso sí.


Pues bien, la popularidad, añorada o no, ha podido llegar a la vida de la señora Graham, pero de lo que estoy seguro es que no ha debido de ser así en la vida del joven Michael, de 16 años y único hijo varón de la famosa señora, al que sospecho que le queda una difícil supervivencia en el entorno de los castigados barrios del oeste de Baltimore. No sé cómo sobrellevará el oprobio de haber sido abofeteado en público repetidas veces por una madre encolerizada al grito de: “Get the Piip (según la grabación ofrecida) out of here”, o si tendrá que hacer una gesta más audaz que le restituya el honor perdido según las estrictas y tácitas reglas del guetto.

No quiero, con esto, decir que la madre debía de haber dejado allí al chico, no. Me parece bien que ejerciera su autoridad y lo sacara de allí. Es la forma lo que critico. Si un padre (o una madre) tiene autoridad sobre su hijo, una mirada y un pequeño gesto deberían haber bastado. Después, en privado y fuera de la mirada del público en general, habrían venido los reproches y las advertencias. Si la autoridad paterna (o materna) no se tiene, es cuando algunas personas recurren a las coléricas y teatrales escenificaciones como la que nos ocupa, y es que la autoridad paterna, como el cariño y el respeto, no viene dada por el estatus. Como todo en esta vida, se gana.

Román Rubio
#roman_rubio
Mayo2015 

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