martes, 14 de julio de 2015

MITOS Y CAMINOS

MITOS Y CAMINOS

Hay caminos verdes que van a la ermita, los hay que no lo son, que se hacen al andar - como estelas en la mar-, hay caminos de gloria, de servidumbre y de perdición; de expiación y de rosas; de espinas y que llevan al Parnaso, a Jerusalén o a Roma (todos ellos); hasta ingenieros tienen, para ellos solos. Los hay que se hacen en tren y van a Oriente (Estambul) y están llenos de lujos y comodidades, asesinos en tweeds y escritoras inglesas machuchas y tramas inverosímiles. Los hay también míticos, que proponen viajes iniciáticos, que son esos viajes en los que uno va siendo una cosa y acaba siendo otra. La superación de las fatigas y dificultades del propio camino (o viaje), el diálogo interior de las largas marchas, el contacto con el extranjero y el beneficio del paisaje ejercen en el alma del crédulo el necesario y sorprendente cambio purificador que le convertirá en alguien más bueno y comprensivo, mejor hijo, padre, esposo y un ser humano más positivo y feliz. ¡Un milagro!


Hay ejemplos literarios que alimentan el mito del viaje iniciático. Está La Odisea, en la que, ante el desafío de Ulises a los dioses, Poseidón le condena a viajar por esos mares. El héroe, en su viaje a Ítaca descubre, entre otras cosas, que inteligencia y sabiduría no son la misma cosa. Otro viajero famoso fue Don Quijote: considerando que el lugar de la Mancha en el que habitaba le proporcionaba pocos alicientes, decidió salir de viaje en un periplo circular y sin mucho sentido, con la esperanza de encontrar en sitios calcados al suyo (bueno, va a Barcelona pero fue antes de las Olimpiadas) excitantes aventuras que aliviaran su tedio además de permitirle hacer un mundo un poco más justo. Ya se sabe: “en cualquier sitio mejor que en casa”.

Pero para caminos de purificación, como mito etiológico de la renovación y tránsito a la perfección humana, el de Santiago (los de Santiago, porque son muchos, en realidad). Y, por supuesto, la Ruta 66 norteamericana, favorita del papanatas cosmopolita.

Como devoto del Camino de Santiago siempre me ha fascinado la motivación que impulsa a las personas a venir de Nueva Zelanda (pongamos por caso) a Roncesvalles, Irún o exótico lugar similar, colgarse una mochila al hombro como penitencia y lanzarse a andar kilómetros y kilómetros, día tras día, tostándose las pantorrillas de pasar muchas horas al día andando hacia el oeste. Al fin y al cabo, yo solo me tengo que desplazar unos cientos de kilómetros para afrontar con talante deportivo y turístico lo que muchos ven como rito iniciático. Allá ellos. Las motivaciones son muy variadas. Una de las más recurrentes (entre jóvenes norteamericanos, al menos) es la de la influencia que en ellos ha ejercido la película El Camino de Martin Shean, que han visionado en el colegio (en la clase de ética, supongo, ¿o quizás en la de geografía?) y en la que el padre transporta hasta Santiago las cenizas del hijo muerto por accidente cuando se disponía a emprender su viaje.


El mito de la Ruta 66 americana es más complejo. Nunca la he hecho, aunque, por azar, he recorrido algunos de sus tramos en el estado de Oklahoma, al que atraviesa de cabo a rabo. Lo encuentro una sosería. En primer lugar, la mayoría de los tramos han desaparecido como tales y han pasado a formar parte en su trazado de las autopistas interestatales que se proyectaron en la época de Eisenhower, a modo de las autobhan alemanas y con el propósito de desplazar tropas en territorio americano en caso de ataque. En segundo lugar, la originaria Ruta 66, que fuera la primera vía (o cadena de carreteras locales) asfaltada que unía el Este con el Pacífico (de Chicago a Santa Mónica) atravesaba todos los pueblos y ciudades del camino. Por razones obvias se construyeron bypass en todas las localidades con lo que, hacer el recorrido original, donde es posible, supone salir de la carretera para atravesar unos anodinos pueblos adormecidos, todos iguales o parecidos para volver a entrar en la aburrida autopista. Y las ciudades… bueno, tendrá usted el privilegio de visitar sitios tan excitantes y llenos de carácter como San Luis y Springfield en Misuri y Tulsa en Oklahoma, además de largos tramos áridos, con sus cactus y todo de la parte (esta no la conozco) de Nuevo mexico, Arizona y California. Eso sí, podrá hacer fotos; muchas fotos: mayormente de neones anunciando franquicias como Taco Bell, WallMart y Burger King o moteles Super 8 o Travelodge, pero también de vetustas estaciones de servicio, moteles con sabor (inhabitables en su mayoría, según relato de Bill Bryson) y de alguna que otra banda de calzonazos exhibicionistas que cabalgan en sus Harleys vistiendo aguerridos cueros y poniendo cara de malos para beneficio del turista, preferiblemente europeo, que son los que más se dejan impresionar, tras los asiáticos. 



El mito de la 66 se divulgó, en parte, por la novela de Steinbeck “las uvas de la ira” que fue llevada al cine en 1940 por John Ford, de fuerte contenido social y en la que rancheros de Oklahoma, tras haber sido despojados de sus bienes por los bancos, viajaban a California en busca de un futuro mejor. Creció con “On the Road”, esa novela que todo el mundo se ha llevado alguna vez de viaje y nadie ha acabado de leer, de Jack Kerouac, considerada la cumbre de la literatura beatnik (por cierto, que Kerouac empezó a escribir la novela en francés –su lengua nativa- y la llamaba, de manera premonitoria, el rollo) y se magnificó con un bodrio de película, Easy Rider, que ha aguantado mal el paso del tiempo y en la que dos motoristas (Dennis Hopper y Peter Fonda) viajan de Los Angeles a Nueva Orleans en busca de… no me acuerdo. No tengo paciencia ni ganas de volver a ver la película para comentarla, de modo que he recurrido a la opinión de mi respetado Boyero, que solo salva de la quema la actuación de Jack Nicholson y la música.

En fin, amigos, que no os garantizo que el hecho de caminar mil kilómetros hasta Santiago o recorrer cinco mil en una chopper o un Toyota alquilado os vaya a hacer mejores personas. Os dará, eso sí, la posibilidad de traeros una concha de vieira y/o montones de llaveritos, abrebotellas y otras quincallas de la Ruta. Y por favor, si alguno de vosotros la ha recorrido y ha sabido ver algo que a mí se escapa, hágalo saber en los comentarios de este mismo blog.
Román Rubio
#roman_rubio
Julio 2005


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