miércoles, 5 de agosto de 2015

CATALANES Y ESPAÑOLES

CATALANES Y ESPAÑOLES









A propósito de mi artículo titulado Doblajes, mi amigo de Madrid, Bernardo Gandía (nombre aproximado), hombre de mundo y con gran inquietud por los asuntos de actualidad,  me contesta vía red social en los siguientes términos:

 Me daba pereza, pero hay tantos caminos desde donde se puede abordar la boutade que lanzas en tu ultimo párrafo, que al final te enlazo uno. Tambien podríamos hablar de 30 años de doblajes en catalán, donde los únicos personajes que hablan en español son las putas, los asesinos o los indios, en los westerns clásicos, o algunos vaqueros y los soldados, como en La Puerta del Diablo o Bailando con Lobos, donde los indios son los buenos y los malos son esos blancos que hablan en español. Pero ya conocemos esos doblajes, llevamos viendolos toda la vida. Así que te dejo este otro tema, que toca tangencialmente el tema del latino, para darle vueltas a por qué un continente entero de 450 millones acepta ese acento, mientras en España, siendo 45 millones, nos peleamos por imponer una u otra de nuestras 5 o 6 lenguas cooficiales sobre la que suma 500 millones de hablante, también en los doblajes de películas

Comoquiera que mi respuesta va a ser más larga que lo que aceptan las reglas de cortesía de las redes sociales, he decidido contestar “en abierto”. Tienes razón, Bernardo, al considerar mi última frase (no párrafo) como una boutade: lo de “doblar con acento catalán para pasmo de muchos”. En realidad es esa última frase que se escribe sin otro propósito que el de desconcertar al lector y hacerle preguntarse si  había entendido bien lo leído anteriormente; en fin, una chorrada. También estoy totalmente  de acuerdo con la tesis de del artículo de Roncagliolo en el diario El País


 del que me mandas el enlace y que ya había leído y aplaudido. Barcelona (que no Cataluña), ha perdido (está perdiendo), para su desgracia, su antiguo rol de capital de las letras en español, de hub de las editoriales en lengua española, para España y para el mundo, de meca de escritores españoles y suramericanos (García Márquez, Vargas Llosa…) que, en su día, fueron a vivir a una capital catalana cercana a Europa, acogedora y libre de prejuicios, capital de las letras hispanas compartida con Buenos Aires y el DF, para convertirse, tras este vendaval nacionalista, solo en la capital de Cataluña. Mal negocio, a mi parecer, al tuyo y al de Rocagliolo.

Los nacionalistas catalanes –y muchos otros no nacionalistas de allí- han  visto al castellano bien como la lengua de los pobres desarrapados que llegaban a su país desde Andalucía, Extremadura o La Mancha en busca de comida (no considerando, a menudo, que también venían a “producir” comida) o bien como la lengua de dominación y represión: la de la Policía Nacional, Guardia Civil, planes de enseñanza, jueces y juzgados  e Iglesia, lo que es una tremenda simplificación de los registros de una lengua hablada por más de cuatrocientos millones. Hasta aquí, totalmente de acuerdo.

Pero, amigo Bernardo, ¿Qué hay por la otra parte? Esa que, formada por tantos miles y miles de madrileños, leoneses, cordobeses, murcianos y conquenses, manifiestan de manera continua e irreflexiva (o demasiado reflexiva) su burla y menosprecio por la lengua de Cataluña en las redes sociales, medios de comunicación y chistecitos entre amigos. Te recuerdo que en la España que tú y yo hemos vivido (aún vivimos, por fortuna) era común aquello de: “A mí, hábleme usted en cristiano”; este comentario podía oírse en cualquier lugar en que hablase un catalán en su lengua, fuese en la mili o en el estanco y lamentablemente, también en Barcelona, Tarragona o Lleida.

Por alguna razón que ignoro, el mero sonido (la fonética) de la lengua catalana irrita de manera inconsciente, y misteriosa al castellano. Parece ser visceral. Lo he podido apreciar claramente viviendo en el extranjero y relacionándome allí con catalanes y no catalanes. Como valenciano, familiarizado con el catalán y semihablante de esa lengua me ha llamado la atención el fenómeno de rechazo ancestral que el catalán produce en las tripas de muchos castellanoparlantes, cosa que no ocurre con el gallego y, ni siquiera, con el vascuence (o eusquera).

Muchos catalanes atribuyen a esta actitud el origen de su desamor por España. Para muchos otros castellanos son las continuas coces que los catalanes con sus iniciativas independentistas lanzan,  la causa del inevitable alejamiento. Lo cierto es que estamos en el irresoluble y estúpido acertijo del huevo y la gallina. Para ti, insigne madrileño, es el huevo el origen de la vida, para otros buenos amigos catalanes (e independentistas) que sé que siguen este blog, es la gallina; o trasladado al escenario iconográficamente más enconado y cutre: el toro y el asno.

La dinámica es esa. Y el resultado, mal que me pese, será, antes o después, la segregación de Cataluña. Y eso, muy a pesar de quienes sí que hemos sentido una sincera admiración y respeto por esa tierra y sus expresiones culturales. Veo imposible el acercamiento de posturas. Es más, cada día lo veo más lejano. Unos quieren romper la pareja por puro desamor. Otros quieren mantenerla, pero no por amor, ni porque hayan cambiado sus sentimientos, sino por puro sentimiento de posesión. Y eso no lleva más que al divorcio. Quienes no quieren la separación aducen que esta es ilegal. Y es cierto. Pero nosotros, tú y yo, que conocemos el mundo antes de que el divorcio fuera legal, sabemos que cuando uno quiere largarse –y el otro no le ama, solo quiere poseerle- termina yéndose, y que la ley no la escribe Dios grabada en tablas como nos contaban los maestros en la escuela: la hacen los hombres, y a menudo, para legitimar hechos consumados.

Román Rubio
#roman_rubio
Agosto 2015 

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