CATALANES Y
ESPAÑOLES
A propósito de
mi artículo titulado Doblajes, mi amigo de Madrid, Bernardo Gandía (nombre
aproximado), hombre de mundo y con gran inquietud por los asuntos de
actualidad, me contesta vía red social
en los siguientes términos:
Me daba pereza, pero hay tantos caminos desde
donde se puede abordar la boutade que lanzas en tu ultimo párrafo, que al final
te enlazo uno. Tambien podríamos hablar de 30 años de doblajes en catalán,
donde los únicos personajes que hablan en español son las putas, los asesinos o
los indios, en los westerns clásicos, o algunos vaqueros y los soldados, como
en La Puerta del Diablo o Bailando con Lobos, donde los indios son los buenos y
los malos son esos blancos que hablan en español. Pero ya conocemos esos doblajes,
llevamos viendolos toda la vida. Así que te dejo este otro tema, que toca
tangencialmente el tema del latino, para darle vueltas a por qué un continente
entero de 450 millones acepta ese acento, mientras en España, siendo 45
millones, nos peleamos por imponer una u otra de nuestras 5 o 6 lenguas
cooficiales sobre la que suma 500 millones de hablante, también en los doblajes
de películas
Comoquiera que mi
respuesta va a ser más larga que lo que aceptan las reglas de cortesía de las
redes sociales, he decidido contestar “en abierto”. Tienes razón, Bernardo, al
considerar mi última frase (no párrafo) como una boutade: lo de “doblar con acento catalán para pasmo de muchos”. En
realidad es esa última frase que se escribe sin otro propósito que el de desconcertar
al lector y hacerle preguntarse si había
entendido bien lo leído anteriormente; en fin, una chorrada. También estoy
totalmente de acuerdo con la tesis de del
artículo de Roncagliolo en el diario El País
del que me
mandas el enlace y que ya había leído y aplaudido. Barcelona (que no Cataluña),
ha perdido (está perdiendo), para su desgracia, su antiguo rol de capital de
las letras en español, de hub de las
editoriales en lengua española, para España y para el mundo, de meca de
escritores españoles y suramericanos (García Márquez, Vargas Llosa…) que, en su
día, fueron a vivir a una capital catalana cercana a Europa, acogedora y libre
de prejuicios, capital de las letras hispanas compartida con Buenos Aires y el
DF, para convertirse, tras este vendaval nacionalista, solo en la capital de
Cataluña. Mal negocio, a mi parecer, al tuyo y al de Rocagliolo.
Los
nacionalistas catalanes –y muchos otros no nacionalistas de allí- han visto al castellano bien como la lengua de
los pobres desarrapados que llegaban a su país desde Andalucía, Extremadura o
La Mancha en busca de comida (no considerando, a menudo, que también venían a
“producir” comida) o bien como la lengua de dominación y represión: la de la
Policía Nacional, Guardia Civil, planes de enseñanza, jueces y juzgados e Iglesia, lo que es una tremenda simplificación
de los registros de una lengua hablada por más de cuatrocientos millones. Hasta
aquí, totalmente de acuerdo.
Pero, amigo
Bernardo, ¿Qué hay por la otra parte? Esa que, formada por tantos miles y miles
de madrileños, leoneses, cordobeses, murcianos y conquenses, manifiestan de
manera continua e irreflexiva (o demasiado reflexiva) su burla y menosprecio
por la lengua de Cataluña en las redes sociales, medios de comunicación y
chistecitos entre amigos. Te recuerdo que en la España que tú y yo hemos vivido
(aún vivimos, por fortuna) era común aquello de: “A mí, hábleme usted en
cristiano”; este comentario podía oírse en cualquier lugar en que hablase un
catalán en su lengua, fuese en la mili o en el estanco y lamentablemente,
también en Barcelona, Tarragona o Lleida.
Por alguna
razón que ignoro, el mero sonido (la fonética) de la lengua catalana irrita de
manera inconsciente, y misteriosa al castellano. Parece ser visceral. Lo he
podido apreciar claramente viviendo en el extranjero y relacionándome allí con
catalanes y no catalanes. Como valenciano, familiarizado con el catalán y
semihablante de esa lengua me ha llamado la atención el fenómeno de rechazo
ancestral que el catalán produce en las tripas de muchos castellanoparlantes,
cosa que no ocurre con el gallego y, ni siquiera, con el vascuence (o
eusquera).
Muchos
catalanes atribuyen a esta actitud el origen de su desamor por España. Para
muchos otros castellanos son las continuas coces que los catalanes con sus
iniciativas independentistas lanzan, la
causa del inevitable alejamiento. Lo cierto es que estamos en el irresoluble y estúpido
acertijo del huevo y la gallina. Para ti, insigne madrileño, es el huevo el
origen de la vida, para otros buenos amigos catalanes (e independentistas) que
sé que siguen este blog, es la gallina; o trasladado al escenario iconográficamente
más enconado y cutre: el toro y el asno.
La dinámica es
esa. Y el resultado, mal que me pese, será, antes o después, la segregación de
Cataluña. Y eso, muy a pesar de quienes sí que hemos sentido una sincera
admiración y respeto por esa tierra y sus expresiones culturales. Veo imposible
el acercamiento de posturas. Es más, cada día lo veo más lejano. Unos quieren
romper la pareja por puro desamor. Otros quieren mantenerla, pero no por amor,
ni porque hayan cambiado sus sentimientos, sino por puro sentimiento de
posesión. Y eso no lleva más que al divorcio. Quienes no quieren la separación
aducen que esta es ilegal. Y es cierto. Pero nosotros, tú y yo, que conocemos
el mundo antes de que el divorcio fuera legal, sabemos que cuando uno quiere
largarse –y el otro no le ama, solo quiere poseerle- termina yéndose, y que la
ley no la escribe Dios grabada en tablas como nos contaban los maestros en la
escuela: la hacen los hombres, y a menudo, para legitimar hechos consumados.
Román Rubio
#roman_rubio
Agosto 2015
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