LA IZQUIERDA Y
EL GASTO
En mi último
artículo (Dispendios) me referí al gasto sin sustancia que algunas regiones
españolas (todas, en realidad) habían llevado a cabo en los últimos tiempos. Me
refería a Valencia y Madrid, pero sospecho que poniendo la lupa en el asunto
del derroche podía haberme referido a cualquier otra región: La Ciudad de la
Cultura en Santiago y el Museo de las Palabras de Vigo (no me digan que el
nombrecito no invita, por sí solo, a tirar mano a proteger la cartera del
contribuyente), la Ciudad de la Energía de Soria, la Torre del Agua de Zaragoza
(que no la de Chicago), la estación de esquí seca de Valladolid, los tranvías
de Jaén, Vélez-Málaga, Parla… los múltiples aeropuertos infrautilizados
(Huesca, Lleida, Murcia II, Castellón…), las autopistas prescindibles y los
numerosos kilómetros de AVE, que hacen de la infraestructura ferroviaria un
lastre de deuda que se tardará más de 65 años en amortizar; bueno, en amortizar
no; en pagar, que se parece pero no es lo mismo. Eso sí, la hipoteca sobre la
generación que nos sigue permitirá que nos podamos desplazar (a Madrid, claro)
más cómoda y rápidamente que ningún otro ciudadano en el mundo. ¡Toma ya!
La deuda
pública supera el billón de euros, situándose próxima al 100%, lo que supone
más de 22.000 euros por persona, y la izquierda pide… más gasto. Los analistas
de izquierdas, los tertulianos de izquierdas, los políticos de izquierdas, los
amigos de izquierdas, los vecinos de izquierdas y hasta Felipe González, que
como Toni Blair no se sabe bien si es de izquierdas o no, piden, día sí día
también, luchar contra lo que llaman el “austericidio” alemán y abogan por el
aumento del gasto. Más gasto para España, para Grecia, para Alemania, para el
mundo, para lo que sea: más gasto, de modo que si –como es mi caso- te
posicionas en la discusión de parte de la austeridad, el ahorro y el
cumplimiento de las obligaciones contraídas te tachan de traidor a los
fundamentos de la izquierda.
Pues, no,
señores. El núcleo de la posición de la izquierda no ha sido el gasto sino la
distribución del mismo. No se trata de cuánto se gasta sino de cómo se
distribuye. Ese fue el fundamento de las políticas de Clement Atlee en Gran
Bretaña, de Willy Brandt y de Olof Palme. El socialismo democrático, tal y como
se le conoce tras el abandono de las tesis
marxistas ocurrido tras la segunda guerra mundial aboga por una intervención estatal en
los procesos de redistribución más que en los procesos de producción –punto de
vista marxista-, utilizando el instrumento de una política fiscal progresiva.
Esta estrategia (socialista) es la que edificó el estado de bienestar en
Europa, al que nosotros, los españoles nos sumamos con retraso y deberíamos
velar por no perder. Que algunos confundan el estado del bienestar (garante de
pensiones, servicio de salud y educación de calidad) con pistas de esquí en la
meseta y autopista a su pueblo es algo que me inquieta, sobre todo cuando cada
vez que hay que pagar paga extraordinaria a los pensionistas hay que echar mano
del fondo de reserva y cuando los trabajadores que se incorporan al mundo
laboral son cada vez menos y peor pagados.
El gasto por
el gasto no genera más que deuda y la deuda hay que pagarla. Me sorprende que
amigos notoriamente de izquierdas y observantes de normas morales estrictas en
su vida privada se desmelenen pidiendo más gasto y condonación de deuda para Grecia,
Portugal, España, Comunidad Valenciana, Puerto Rico, California o Detroit.
Personas que en lo personal han sido escrupulosos y comedidos en el gasto y que
jamás han pedido ni un céntimo que no se hubieran visto seguros de devolver,
tal como habían aprendido de sus padres y abuelos, se muestren indulgentes con
la perniciosa gestión de políticos nefastos y apuesten por hipotecar el futuro
de otra generación (la de sus nietos, puesto que la de sus hijos ya está
hipotecada) para seguir haciendo payasadas como las descritas, o para mantener
anacrónicos y elitistas ejércitos (caso griego), llevar a cabo obras
innecesarias o mantener pensiones más altas que los salarios a prejubilados
gorditos y holgazanes. ¿A qué viene esa disociación a lo Dr. Jekill y Mr. Hyde
de austeridad en lo privado y gasto en lo público?
No, señores.
No se trata de eso. Algunos, para argumentar su desvarío, alegan el caso de la
condonación de deuda a Alemania como argumento, sin tener en consideración que
la deuda alemana, en su origen, provenía de unas condiciones draconianas
impuestas por los aliados en el armisticio de la Primera Guerra Mundial y que
fue la causa principal de la Segunda Guerra, acrecentada esta por los gastos de
la reconstrucción del país en los años cincuenta y sesenta. Seamos serios:
reconozcamos que la situación es tan distinta que podemos cambiar la vara de
medir. No se trata de levantar un país asolado por la guerra sino permitir que
éste viva por encima de lo que produce en bienes y servicios.
Así lo
aprendimos de nuestros padres y nuestros abuelos y así lo hemos aplicado a
nuestra situación personal y familiar (algunos), tanto de izquierdas como de
derechas: gasta lo que ganes, pide lo que estés seguro que puedes devolver y
guarda algo “for a rainy day”. Lo
demás, milongas. Milongas favorecidas por chamarileros, vendehumos,
fantasiosos, tramposillos, pillastres, muñidores de bolsa ajena, charlatanes,
demoradores de pago, ingenierillos financieros, trileros y contemporizadores de
la dignidad, la seriedad y el respeto. Chiquilicuatres.
Román Rubio
@roman_rubio
Agosto 2015
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