viernes, 28 de agosto de 2015

MUSEOS

MUSEOS


 Me encantan los museos. Cuando visito una ciudad me gusta tragarme alguno que otro, y de los grandes. El Louvre, el British, el Metropolitan…¡A ver!, lo que más me interesa de las ciudades es la calle y sus gentes: las tiendas, los bares, el metro, la cartelería, las aceras, la arquitectura y a la hora de comer, los restaurantes. Pero esto es agotador y el devenir, errático. Una visita al museo ayuda a llenar de contenido un día de idas y venidas añadiéndole la fatiga de largos periodos de tiempo de pie mirando atentamente, que es lo que más cansa del mundo, después de la siega con hoz, cosa que los de mi generación hemos visto cuando no practicado. Era la época en que esta (la hoz) estaba prohibido usarla junto al martillo y no como ahora que está demodé.

Yo no sé si a ustedes les ocurre igual pero el problema es que una vez salgo por la puerta se produce en mi mente un vacío que me impide acordarme de nada de lo que he visto dentro, Por ejemplo: sé que en una ocasión, hace unos seis años, pasé una jornada casi completa de mi vida recorriendo el Metropolitan Museum de Nueva York. Lo sé porque me hice una foto en un patio con cristalera a Central Park y en un cajón de mi escritorio encontré una chapa con el anagrama del museo que recuerdo que me dieron con el ticket de entrada. Y nada más. Lo demás es un vacío. No recuerdo nada de lo que pude ver allí. Nada. Me suena que pasé cierto tiempo en unas salas de ¿arte africano? Pero quizás fue en alguna tienda de Ruzafa importadora de artesanía senegalesa a la que fui meses más tarde… No sé. Del British, en el que he estado varias veces, recuerdo, sobre todo, la cúpula de Foster que cubre el patio que conocí como tal en mis primeras visitas; tengo un nítido recuerdo de la biblioteca –The Reading Room- circular, que encontré cerrada por reformas en mi ¿última? visita y vagamente algunas momias y grandes figuras de granito o similar que asocio con el arte asirio.

 Del Louvre… bueno, del Louvre me vienen a la memoria grandes multitudes. La imagen más poderosa del museo parisino es la de decenas de personas, muchos con rasgos orientales fotografiando La Gioconda. Recuerdo también al vigilante de la sala recriminándome el hecho de que yo me dedicara a fotografiar a los fotografiadores de la dama florentina en una especie de metajuego burlesco. Eso, y las sales de arte musulmán a las que mi amigo Alfredo Jorquera (parisino de pro) me llevara para huir de las muchedumbres y de las que recuerdo eso, las salas y nada del contenido.
De la National Gallery sólo me viene a la memoria una secuencia de cuadros, marriage-a-la-mode, de William Hogart, a quien dedico un artículo de este blog (Dos caricaturistas, Enero 2015) y porque fui a verla ex profeso. Del Museo de la Academia de Venecia que visité recientemente, recuerdo metros y metros cuadrados de tediosas escenas venecianas, de celebraciones y eventos en el Gran Canal y en la Plaza de San Marcos y en cuanto al Arte Moderno  ¿qué quieren que les diga? Recuerdo con agrado el último piso del Museo d’Orsay, dedicado mayoritariamente a los impresionistas y las salas de los siglos XVIII, XIX y XX de la National Portrait de Londres, uno de mis museos favoritos, más como testimonio de la historia de Inglaterra que por la calidad artística de sus pinturas, que sin duda la tiene. El Arte Contemporáneo, simplemente pasa desapercibido para mí. De hecho son los textos crípticos y pretenciosos que acompañan al objeto artístico lo que más me llama la atención de gran parte de las exposiciones que he visitado, incluido museos.

Son los museos pequeños los que dejan huella en mi memoria. Recuerdo uno en una localidad perdida de Oklahoma en dónde se exhibía carretas de colonos con sus pobres utensilios y unos estupendos mapas mostrando los famosos cattle trails de conducción de ganado de Texas al ferrocarril de Abilene o Dodge City en Kansas. Anexo al Museo, atendido exclusivamente por voluntarios (otra de las grandezas del país norteamericano) se encontraba la casa del que fuera gobernador o Administrador del Territorio, pues ese era el estatus de unas tierras que no se convertirían en Estado de la Unión hasta 1914. Aún recuerdo con ternura la bandeja con el pollo y los vegetales de plástico que había en el horno de la cocina de la mansión para dar más realismo a la escena de época.

Unos miles de kilómetros más al Este, en la localidad de Requena existe el Museo Municipal, al cual fui hace poco, más que nada, por revisitar el edificio, viejo conocido mío por razones que no vienen al caso. Entre maquinaria arcaica de elaboración del vino y recopilación arqueológica (y mineral) de la zona hay modestas recolecciones etnográficas de cosas como la vivienda de la zona desde el 1800 o la vestimenta de la comarca durante los tres últimos siglos, así como documentos fotográficos de labores domésticas y agrícolas como la matanza o la vendimia. En fin, algo para mí conocido, menos exótico que las costumbres de los colonos americanos pero en el plano personal más interesante que la mayoría de los espacios de Arte Contemporáneo. Y si para mí la matanza del cerdo o la vendimia no es algo que me resulte exótico o atrayente, seguro que lo será para los Cherokee de Oklahoma…

Román Rubio
@roman_rubio
Agosto 2015

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