JUGUETES PERFECTOS
El Hospital La
Fe es el hospital más grande de Valencia y de toda la Comunidad Valenciana. Es
el Hospital de Referencia (cualquiera que sea el significado) de toda la
región. Es nuevo y estupendo y tiene unas mil habitaciones individuales y otros
servicios que podrían ser envidiados por muchos otros hospitales públicos y
privados de cualquier parte del mundo. Como se dice del Metro de Moscú: es el
lujo al servicio del pueblo. Y es grande, muy grande, con números de gran
hospital: unos 50.000 ingresos anuales, más de treinta mil intervenciones
quirúrgicas y unas 230.000 urgencias atendidas anualmente. La función de
atención externa es también muy activa cubriendo un área de población más de
300.000 personas más todos aquellos acogidos provenientes de otras áreas
sanitarias. La actividad cotidiana, como pueden imaginar, es frenética.
El vestíbulo
central del edificio principal, que sirve de distribuidor tanto a consultas
externas como a otros muchos servicios es espacioso y muy transitado. A la
izquierda según se entra hay unos ascensores eficientes y de gran capacidad
para dar acceso a las seis plantas de
arriba y su multitud de dependencias. Pues bien, no hay escalera junto a los
ascensores que hagan la misma función. En el enorme (adecuadamente
dimensionado, más bien) vestíbulo del cuerpo principal de un enorme hospital no
hay una humilde escalera que podamos usar para subir cómodamente dos, tres
pisos, hasta uno de los servicios del edificio. Tenemos necesariamente que
hacer cola y subir en atestados ascensores pegados claustrofóbicamente a otros
ciudadanos. Muchos no estamos tullidos, ni siquiera enfermos, otros van a sus
revisiones y sus gestiones. Los hay que van a visitar pacientes o profesionales
o ¡qué sé yo! Imagínense ustedes el motivo. Cuando la cola de gente esperando
los ascensores es notable (más de cincuenta personas) una persona de bata
blanca dirige a los que esperan a otros ascensores que están al fondo del
vestíbulo, al final de un pasillo que pone Oncología, a la izquierda. En fin,
nada obvio. Cuando le pregunté a la persona que me envió al remoto ascensor si
es que no había una escalera (una humilde escalera) la mujer me miró como a un
bicho rarito, un ciudadano quisquilloso (ya me entienden) y me indicó que sí, que
había una escalera cercana a ese ascensor.
Me molestó
pensar que alguien que diseña un edificio público de seis plantas no coloque
una espaciosa y visible escalera en el lugar más prominente, o al menos, igual
de visible que los ascensores. Por norma. Creo que ya ven por dónde voy. Ya
escribí algo de esto en un artículo anterior: si puedes poseer algo complicado,
caro, que necesite energía eléctrica o de combustión para funcionar y que se
estropee ¿para qué habrías de adquirir algo
sencillo, humilde y sin averías que haga la misma función? Esa parece ser la
máxima de la gente de este país que llegó al desarrollo más tarde que los de
nuestro entorno y que se ha visto mixtificado por un sentido hortera de la
modernidad y el progreso. Pongamos que los usuarios de los ascensores sean
8.000 personas al día y que la mitad de ellos (4.000) prefiriéramos usar la
escalera. Ello supondría la reducción de 4.000 usuarios diarios en los
ascensores. ¿Cuál sería el ahorro anual en electricidad y mantenimiento de la
maquinaria?, ¿el sueldo quizás de tres enfermeros, de diez? Además de colaborar
a hacernos un poquito más felices a muchos ciudadanos, como yo, quisquillosos.
La
simplicidad, lo gratuito o de poco coste, la genialidad, elegancia y pureza del
diseño del objeto perfecto parece tener poco predicamento en este pueblo ruidoso,
barroco y de “parvenus”. Les pondré
un ejemplo: el día de Reyes, nuestras aceras y parques están llenas de niños
con flamantes motos y cochecitos eléctricos, atractivos de color y formas que
se mueven por la acera con un irritante sonido eléctrico mientras el padre
corre al lado para evitar el descarrilamiento del vehículo con niño dentro. A
la semana siguiente vemos muy pocos y al mes siguiente ninguno, hasta el
siguiente año en que los condescendientes abuelos hacen que el pobre Papá Noel,
o Melchor o quienquiera que venga del más allá venga cargado con el enorme y nada barato artefacto.
Ahora piensen ustedes en el juguete perfecto: un balón, un humilde balón;
redondo, sencillo, sin enchufes, motores, ruidos ni averías. Simple, rotundo,
perfecto. Quizás esté algo arrinconado por el niño el día de Reyes, pero tres
meses, seis meses, dos años después seguirá jugando con él, y con sus amigos.
En los años
cincuenta Valencia, Barcelona, Madrid… nuestras ciudades, en definitiva tenían
tranvías. En vez de autobuses tenían tranvías como el que en Barcelona
atropelló al genial Gaudí, que circulaba a 10 km por hora, acabando con su vida
y complicando terriblemente la finalización de la Sagrada Familia. Las vías
estaban hechas y los vehículos limpios y eficientes iban de un lado a otro
llevando viajeros. Sólo había que modernizarlos. Pues bien, nuestras
autoridades del momento (de las que Dios nos guarde en el futuro) con la
aquiescencia (obligada, todo sea dicho) de sus aborregados ciudadanos
decidieron que no eran lo suficientemente modernos, que entorpecían el tráfico
rodado, de coches privados principalmente, y se dedicó a quitar vías, desmontar
líneas eléctricas y desguazar vehículos para poner autobuses diesel
contaminantes y ruidosos. Era mucho más moderno. Hasta que los modernos
gestores del despilfarro decidieran inaugurar nuevas y caras líneas en los lugares
más absurdos y menos transitados (casos Parla, Jaén y otros muchos).
Los pocos de
mi generación que viajábamos al extranjero veíamos como en ciudades del centro y norte de Europa, modernas, eficaces, ricas y con un nivel de vida muy superior
al nuestro, como era el caso de Munich, Amsterdam o Copenhague, además de
conservar con celo sus cascos antiguos, seguían no solo usando el tranvía, ese
artefacto obsoleto para nuestros gobernantes, sino incluso yendo en bicicleta,
el colmo de la antigualla. Y de la genialidad del diseño.
Acuérdense de
lo que les digo: quedará obsoleto (en algún momento) el coche, la moto y quizás
el tren, pero pervivirá la bicicleta como muestra del diseño simple, seguro,
barato y eficaz. Perfecto. Como el balón.
Román Rubio
@roman_rubio
Octubre 2015
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