¿QUIÉN MATÓ A
KENNEDY?
¿Quién mató a
Kennedy? ¿La Mafia? ¿La CIA? ¿Nixon el Marrullero? ¿Lyndon Johnson, con el
objeto de llegar a la Presidencia? Para muchos, cualquiera menos el bueno de
Oswald, que pasaba por allí. Queda descartado de la autoría, eso sí,
Rubalcaba, que según Jiménez Losantos, Pedro J. Ramírez y sus palmeros (por cierto
¿qué ha sido del poderoso director de El Mundo?) fue responsable junto con ETA,
los servicios secretos marroquíes, parte de la Cuerpo de Policía (en especial
quienes filmaron al director con Exuperancia) y la masonería de la mayor
masacre terrorista en suelo español. Tampoco parece que lo hicieran Paco Camps y
Carlos Fabra, que ni hablan inglés. El segundo está en la cárcel y el primero
desaparecido. Tan desaparecido como el Papa Ratzinguer o el cojo Manteca. ¡Sí
hombre, sí, aquel chico al que le faltaba una pierna que vivió su momento de
fama rompiendo el letrero del metro a muletazos en las protestas estudiantiles
de 1987!
La Navaja de
Ockham, principio de economía o principio de parsimonia (lex parsimoniae) es un principio metodológico y filosófico atribuido
al franciscano y filósofo escolástico Guillermo de Ockam según el cual: “en
igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más
probable”. Pues bien, parece que haya una fuerza contraria al principio
formulado por el fraile que lleva a la población, o una parte de ella, a
elaborar historias complicadas ante asuntos sencillos y evidentes. Se trata de
la resistencia a aceptar la levedad (insoportable) del ser. A menudo, las
cualidades colosales que se atribuyen al
mito fomenta oscuras historias en el ideario colectivo que no se resigna
a que las circunstancias de la muerte (o de la vida) del icono sean triviales, como la vida misma.
Elvis está
vivo, con ochenta tacos a sus espaldas pero vivo; como también lo está Hitler.
Bueno, ahora, la verdad es que cada día que pasa es más difícil mantener la
quimera dado que de estarlo tendría ya 126 años, pero durante mi infancia, la plácida
y anónima vida del Führer en algún lugar de Argentina o Brasil, incluso en
algún lugar de la costa española, era algo aceptado por muchos. Michael Jackson, como todo
el mundo sabe, en vez de morir huyó a México, en dónde no sé cuántos juran
haberle visto. Si la tendencia es prolongar la vida de los mitos, en el caso de
Paul MacCartney, ha sido al contrario. Durante mucho tiempo se le dio por
muerto, lo cual, de haber sido cierto, habría sido una mala noticia para los
cirujanos plásticos. Como prueba, se aportaba el hecho de que en la portada del
Abbey Road iba descalzo (todo el mundo sabe que es prerrogativa de los muertos
andar descalzos por anodinas calles de Londres), y la evidente e irrefutable
prueba de que algunas frases de sus
canciones, escuchadas al revés (en serio) reproducían lúgubres mensajes…
Parece que ni la entrevista con fotos de la revista LIFE en 1969 hizo cambiar
de parecer a quienes preferían la macabra historia. ¿Cómo iba la realidad a
estropear la elaborada crónica de una muerte prematura y violenta con unas
perversas razones económicas y políticas? El MI5 ocultaba el desenlace por
inconfesables intereses.
Lady Di no
murió a causa de un desgraciado accidente de coche cuando trataba, en compañía
de su novio Al Fayehd de huir de los paparazzi que les asediaban como señalan
todos los indicios y la lógica de los eventos, no. Se trataba de un complot de
la Familia Real y de los Servicios Secretos para asesinar a la díscola princesa
de Gales. La sucia maniobra implicaba ejes de transmisión aserrados, piezas de
dirección manipuladas, cinturones de seguridad inutilizados y otras malvadas
artimañas.
Durante años,
la sociedad española se vio intoxicada por la autoría de uno de los crímenes
más execrables y que más eco han tenido sobre la opinión pública: el Crimen de
las Chicas de Alcàsser. Tres adolescentes fueron forzadas, asesinadas y
semienterradas por unos delincuentes comunes que las recogieron en coche de
camino a una discoteca. Así de sencillo. Así de cruel. El hallazgo de los
cuerpos, que conmocionó a España, trajo consigo la identificación de los
autores. Uno de ellos, Antonio Anglés (el autor principal) se dio a la fuga y
jamás ha sido encontrado. El seguimiento mediático del hecho dio lugar durante
meses a las más disparatadas teorías. La intervención diaria en TV del padre de
una de las chicas guiado por un extraño personaje que se presentaba como
criminólogo de profesión dio lugar a las más descabelladas interpretaciones. Cualquier
cosa era válida en la medida en la que estuvieran presentes Satanás y sus ritos
y alguna persona poderosa, especialmente político (socialista, claro).
Los atentados
terroristas del 11S en Nueva York fueron planeados y ejecutados por algún departamento
secreto de la CIA. El hecho de que semejante Armagedón fuera perpetrado por un
puñado de islamistas resultaba decepcionante para muchos. El mismo Presidente, que se escondió las horas siguientes a la
matanza sólo para disimular, junto a los malvados servicios secretos,
pergeñaron y ejecutaron la cruel matanza con el objeto tener una excusa para invadir
Irak (un Irak que, por cierto, era enemigo acérrimo de los perpetradores del
11S) y para aumentar las medidas de control policial a la población.
Turquía ha
vivido el peor atentado terrorista de su historia con un resultado de 99 muertos y más de 246 heridos. Acaban de identificar a los suicidas terminando
con un pintoresco cruce de acusaciones. El primer ministro turco Ahmet
Davutoglu señaló inicialmente a cuatro grupos sospechosos: el Estado Islámico
(EI), la guerrilla kurda PKK y las organizaciones izquierdistas DHKP-C y MLKP
(no importa que estas últimas apoyaran la convocatoria de manifestación que se
atacó). El Estado Islámico (EI) es enemigo de la guerrilla kurda, que, a su
vez, le es hostil. También es enemigo del gobierno turco que permite a los
americanos lanzar ataques aéreos a Siria e Irak desde su base de Incirlik. Los
kurdos, además de ser hostiles al EI lo son al gobierno turco que les niega la
independencia y la autonomía y el partido principal de la oposición, el HDP
(que no es el nombre de ningún motor diesel), acusa al gobierno de tener las
manos “manchadas de sangre”.
En fin, dime
quién es tu enemigo y te diré quién es el asesino, parece ser la máxima de los
turcos. No les hace falta la concurrencia de los amigos Jiménez Losantos y Pedro
J. Ramírez para poner el ventilador. Ni la de Aznar, con sus desiertos lejanos
y montañas remotas.
Román Rubio
@roman_rubio
Octubre
2015
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