WILLIAM HUSKISSON
Huskisson y
Wellington
William
Huskisson (1770-1830) fue un político y hombre de estado notable en la
Inglaterra de su época. Pilar del Imperio Británico, detentó importantes cargos políticos y de estado. Fue
Secretario de Estado en el gobierno de Pitt, cargo que ejerció de 1804 a 1806,
Presidente del Consejo de Comercio y Tesorero de la Armada, ministro del
gabinete y protagonista de la reforma y aprobación por el Parlamento de importantes
leyes, como las “Navigation Acts”,
reformas dirigidas a la regulación y mejora de los intercambios económicos
entre naciones por medio de reducciones de tasas mercantiles. Fue también, como
Ministro para las Colonias, artífice de la reforma de las condiciones de los esclavos con su “Consolidated Slave Law”. Tuvo pues, una
vida plena y muy activa en la política, pero es uno de esos raros casos en que
la figura alcanzó su celebridad no por su vida, sino por su muerte; o más bien,
por las circunstancias en que esta se produjo.
El insigne
político goza del dudoso honor de ser la primera víctima mortal en accidente
ferroviario. Y además, ocurrido en circunstancias nada convencionales.
El 15 de
Septiembre de 1830, tras años de construcción y diversas pruebas, todo estaba preparado para hacer el viaje
inaugural de la primera línea de ferrocarril del mundo: la que une la
industriosa ciudad de Manchester, en el norte de Inglaterra, con el puerto de
Liverpool, a 56 kilómetros de distancia. Ocho trenes salieron de Liverpool en
dirección a Manchester a las 11.00. En uno de ellos, el de las autoridades,
viajaba el Primer Ministro y héroe nacional, el Duque de Wellington, antiguo
guerrero, bien conocido en España por haber combatido a Napoleón en las tierras
ibéricas y derrotado al Emperador al mando de las tropas aliadas en la batalla
de Waterloo. La idea era la de llegar a Manchester y volver a la ciudad portuaria en
el mismo día; lo cual no todos lo consiguieron, dadas las innumerables contrariedades,
incidentes y accidentes de la jornada.
Cerca de Parr,
a unos 21 kilómetros de la salida, ocurrió el primer percance. Uno de los
trenes perdió una rueda, lo que provocó un pequeño descarrilamiento que causó
la parada no programada del convoy y la consiguiente embestida del tren que le
seguía, afortunadamente sin consecuencias. La rueda fue repuesta por los
ingenieros y la fiesta continuó.
La tragedia,
sin embargo, acechaba y se produjo en Parkside, a mitad de camino, punto en el
que se había instalado una estación de aprovisionamiento de agua para las
máquinas de vapor. En ese punto se detuvo el tren en el que viajaba el Primer
Ministro y, en otro carruaje, el mismo Huskinsson. Una cincuentena de viajeros,
en contra de las indicaciones dadas por el personal ferroviario, bajaron del
tren a estirar las piernas charlando animadamente. Huskisson fue uno de los que
bajó a la vía. Aconsejado por alguno de sus partidarios se acercó al vagón del
Duque para saludarle; había habido diferencias importantes entre la postura del
Primer Ministro y la de nuestro hombre, diputado por Liverpool, respecto a la
reforma de la ley electoral y parecía un
buen momento para la reconciliación dado el clima de euforia reinante. En aquel
preciso momento, por la vía paralela se acercaba otro de los trenes del convoy
guiado por una locomotora Rocket, diseñada, como las otras, por el ingeniero
George Stephenson.
La confusión
fue general entre personas no acostumbradas al movimiento de grandes máquinas
moviéndose a velocidades desorbitadas para la época (unos 30 kms. por hora). Lo
cierto es que todos lograron eludir ser arroyados por la Rocket saltando al
lado contrario o subiéndose a su propio vagón. Todos… menos el infortunado
Huskisson que, presa del pánico, se agarró a la manecilla de la puerta del
vagón del Duque. En consecuencia la puerta se abrió y puerta y diputado fueron
arrollados por el tren. El herido, que resultó con una pierna destrozada, fue
subido al mismo tren y trasladado a Eccles, cerca de Manchester; se le acomodó
en la vicaría y allí, atendido por los médicos que iban en el tren y otros
cirujanos traídos de la ciudad, falleció esa misma tarde.
La muerte del
político fue el más trágico incidente del evento, pero no el único de aquel
accidentado día. Tras considerarse la vuelta a Liverpool desde el punto del
accidente, se decidió continuar el viaje. Las muchedumbres expectantes en la
ciudad industrial, con alcohol en el cuerpo y en contra de algunas de las
políticas del Primer Ministro, lesivas (según muchos) a las economías de las
ciudades del industrial norte empezaban a impacientarse con el retraso de la
llegada y a las autoridades locales les costaba mantener el orden. Cuando por
fin, a las 15.00 (tras cinco horas de viaje) llegaron los trenes, la comitiva fue recibida
con vítores y abucheos, pancartas y
lanzamientos de objetos con lo que el Primer Ministro no se dignó en bajar,
mandó que le subieran la comida al tren y ordenó el regreso inminente. Tras
muchos incidentes salió de vuelta el tren del Primer Ministro con solo tres carruajes
a las 16.37, pudiendo llegar a Roby, en las afueras de Liverpool, alrededor de
las seis y media. Los otros 24 vagones cargados con unos 600
pasajeros fueron unidos en un solo convoy propulsado por las tres locomotoras
hábiles y consiguieron llegar a la ciudad portuaria a las diez y media de la noche,
sin luz alguna en las máquinas o carruajes y con tantos percances que se
consiguió una velocidad media de unos ocho kilómetros por hora. En un momento de
la vuelta se hizo bajar a los hombres del convoy (unos 400) y andar una milla
en la oscuridad para que el tren pudiera salvar un repecho…
Casi cien años
más tarde, en Barcelona, otro hombre fue muerto arrollado por un tranvía un 7
de junio de 1926 mientras cruzaba la Gran Vía de las Cortes Catalanas. Al
contrario de lo que ocurriera con el inglés,
el de Reus, indocumentado y vestido casi como un mendigo tuvo una atención
precaria. Al cabo de un tiempo indeterminado y precioso en que nadie se ocupaba
de él mientras permanecía inconsciente sobre la calzada, fue montado en un taxi
por un guardia civil y trasladado al Hospital de la Santa Cruz. Allí, al día
siguiente fue reconocido por el capellán, pero ya era demasiado tarde para
hacer algo por él. A los tres días del ingreso moría Antoni Gaudí de quien su obra y no las circunstancias de su
muerte ha prevalecido en la caprichosa memoria de la historia.
Román Rubio
@roman_rubio
Enero 2016
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