OPERACIÓN OGRO
A los jóvenes
que leen este blog les diré que en mi juventud no había libertad de expresión,
ni de prensa. Para que se publicase cualquier libro o película
había de pasar por una -a veces inflexible, a veces caprichosa- censura que
aprobaba o desaprobaba, cortaba o mandaba recomponer aquellos episodios que no
estuvieran acordes con la filosofía nacional-catolicista del Movimiento
Nacional, que en la práctica significaba: nada de sexo, devoción mariana
exacerbada, odio al comunismo y exaltación a la figura del Generalísimo Franco
y sus valientes compadres. Los jóvenes universitarios de mi generación
(veinteañeros en los setenta) salíamos una vez al año a Europa a respirar la
libertad que hoy dais por sentado. Allí, (a menudo en Francia) veíamos
películas y leíamos o comprábamos publicaciones –todas ellas subversivas,
claro-.
En la parisina
Rue de la Seine, entre Saint Germain des Près y el río, en pleno barrio Latino,
había una librería especializada en libros en español de editoriales prohibidas
en territorio nacional como el Ruedo Ibérico, siempre llena de compatriotas
ávidos de llevar a casa cualquier cosa que oliera a marxismo, leninismo,
anarquismo, revolución o que simplemente zahiriera a la psicópata, beata y
codiciosa oligarquía que gobernaba al sur de los Pirineos.
Un día del mes
de agosto, en la frontera de Port Bou, un Guardia Civil me hizo abrir la
mochila y confiscó los libros que yo llevaba y que según él estaban prohibidos
en España. El asunto no conllevaba sanción alguna. Imagino que eran tantos
quienes venían con material prohibido –ya fueran libros o Playboys (que tampoco
estaban permitidos)- que no valía la pena tomar medidas. La cuestión es que dos
libros escaparon a la inspección del guardia por ir en un bulto diferente: uno
era “El pequeño libro pardo del General” que no eran sino trozos de discursos
de los primeros años del General Franco que creo que todavía anda por casa y el
otro era una curiosidad editorial (veo en Internet que ha sido reeditada) que he
perdido. Se trata de :”Operación Ogro: cómo y por qué ejecutamos a Carrero
Blanco” en el que los autores del atentado narran con pelos y señales los
detalles del suceso: Cómo llegan a Madrid y tratan de ocultar su acento vasco,
el alquiler del bajo de donde parte el túnel, la llegada de los explosivos, su
vida cotidiana de miembros de comando, las labores, los miedos, la
incertidumbre, los cambios de planes, la huída… en fin, el atentado desde el
punto de vista de los ejecutantes.
A quienes no
vivisteis aquella época os confesaré que entre los jóvenes de izquierdas ETA
gozaba de simpatía y apoyo (aunque fuera sólo afectivo). Me perdonarán los
familiares de Carrero y tantos otros pero para muchos las acciones violentas de
la organización era si no la única, sí una forma ecuánime de tratar a un
régimen que llegó por la fuerza, que apresó, ejecutó, exilió y marginó a la
mitad de la población y que continuó usando la pena de muerte por razones
políticas hasta septiembre de 1975.
Los comandos
mataban, pero lo hacían de manera selectiva (o así lo veíamos nosotros). Empezamos
a lamentar que no abandonaran las armas cuando se escindieron los polimilis y
ya en 1987, cuando cometieron la masacre
de Hipercor, en Barcelona, fue cuando de verdad fuimos conscientes del tamaño
del Alien que llevábamos dentro, lamentamos que hubiera sobrevivido al cambio de
régimen constitucional y comprendimos que suponía un obstáculo para la
reconciliación nacional. A partir de ahí fue creciendo el rechazo que ya devino
clamor con el asesinato del Concejal Blanco y tantos otros civiles y militares.
Todo esto
viene a raíz de la entrevista de Jordi Évole a Otegui (que, por cierto, no vi).
No voy a hablar, pues, del contenido de la misma puesto que lo desconozco. No
sigo casi nunca las intervenciones de los políticos ya que tengo la impresión
de escuchar a aburridos y predecibles
loritos o técnicos de márquetin. Es el hecho de que tantas personas expresaran
su indignación porque esta entrevista se produjera lo que me llama la atención.
A ver, Otegui no ha matado a nadie, al menos que se sepa. Aunque lo hubiese
hecho, o hubiera colaborado, como fue el caso del miembro de ETA a quien
entrevistó el periodista en otra ocasión, no entiendo como hay alguien que no
quiera conocer la versión del verdugo.
En términos
similares se produjo contra El País una reacción a propósito de la publicación
de una entrevista a Bashar al-Ásad. Pero ¿qué clase de lectores o espectadores
son aquellos que no quieren conocer la versión del contrario? ¿Es que sólo quieren
conocer lo que piensan los de su bando? Pues que vayan a misa los domingos.
Pero, ahora que pienso: si hasta ahí hablan de Lucifer y sus oscuras y malvadas
intenciones…
Los mojigatos
alemanes han autorizado recientemente la edición de Mein Kampf, de Hitler, tras décadas de prohibición –eso sí,
comentada (no sé por qué apóstol de la decencia)- no vaya a ser que alguien
cuando lo lea no se dé cuenta del tufo nazi que provocó la destrucción de
Alemania y la muerte de millones de personas.
No sé ustedes pero
yo quiero medios de comunicación y programas y periodistas que entrevisten a
tipos como Otegui. O Hitler, si viviera. Aunque no los vea.
Román Rubio
Abril 2016
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