FERNÁNDEZ DÍAZ
El hecho de
que el Ministro del Interior de España, del PP, hable con el director de la
Oficina Antifraude de Cataluña para incitar a éste a que encuentre indicios –mejor,
pruebas- de corrupción entre los líderes independentistas para desacreditarles
no me sorprende nada. Es más: después de lo que hemos visto en este país (y en
otros vecinos) en actuaciones anteriores me sorprendería que no lo hiciera. ¡Ay,
si quienes han estado en ese puesto, como el capaz Rubalcaba, pudieran hablar
por esa boquita! No digo que lo apruebe, ni que lo vea ético, ni de gran
calidad democrática ni nada por el estilo, no. Es que el ministro del Interior
–jefe de las policías- acólitos de la Academia del Gran Fouché y bajo la manta del
secretismo que les confiere la custodia de la seguridad del estado han
protagonizado las intrigas palaciegas más extravagantes y, a menudo, chapuceras
de la escena política.
El jefe
conservador de las policías conmina al vigilante de la recaudación a que ponga
la lupa sobre sus enemigos políticos de la misma manera que Florentino,
directamente o por intermediario solvente, harto de ver ganar títulos al eterno rival,
puede invitar al recaudador de Hacienda, sentado cómodamente en el calefactado palco
del Bernabéu, a que revise las cuentas de los de la Travessera de les Corts, no
vaya a ser que a alguno de Can Barça se le haya ocurrido hacer lo que hacen
todos. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Lo que resulta
insólito es que al todopoderoso y tramposillo ministro le hayan grabado la
conversación…¡En su propio despacho! Con una claridad y resolución meridiana:
como de estudio de grabación, vamos. Para lo cual, o bien su interlocutor le
estaba grabando de manera premeditada para difundirlo después -lo que parece
improbable por aquello de que nadie echa piedras sobre el propio tejado-, o lo
grabó un tercero interviniendo el teléfono de uno (o los dos ) interlocutores
sin que estos lo supieran -lo que no es muy probable dada la calidad de la grabación
(sin ruidos ni interferencias)- o bien el ministro tiene su despacho lleno de
micrófonos, con lo que el material grabado puede ser (casi) infinito y no sé a
ustedes, pero a mí el hecho de que espíen al Ministro del Interior que es el
que por tradición espía a todos los demás no deja de resultarme chocante. Es
como poner un ojo electrónico y un magnetofón en el cuarto de baño del Gran
Hermano -el de Orwell, no el de Telecinco-. ¡Ay los espías: nunca decepcionan!
El asunto
parece ir de celos entre patriotas comisarios, todos ellos altos cargos
policiales y por asuntos pendientes que incluyen grabaciones del caso del
Pequeño Nicolás y otros asuntillos del pasado por los que algunos altos cargos
se declararon odio eterno. Eugenio Pino - jefe de los Antidisturbios con Aznar
y en cargos más anodinos con los socialistas-, comisario con el que el Ministro
ha puenteado en muchos asuntos a Cosidó, director general de la Policía,
Marcelino Martín-Blas Aranda, comisario jefe de la opaca Unidad de Asuntos
Internos, enemigo de José Manuel Villarejo desde la Operación Emperador contra
la mafia china por haber involucrado en un informe a un hijo de éste, también
comisario de la Policía, condecorado con una medalla pensionada en 2014 por
-créanlo, de verdad: sus intervenciones policiales en Cataluña-; todos ellos a
las puertas de la jubilación, engrosada en muchos caso por méritos remunerados
por “Servicios a la Patria” han creado una red de rencillas y traiciones en la
cúpula policial que han expuesto al incauto ministro a la ignominia y el
descrédito. ¿Se puede pedir más?
Bueno, está
Argentina y el tipo que tiraba sacas de dinero por encima de la tapia de un
convento, pero eso da para otro artículo.
Román Rubio
Junio 2016
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