FLASHMOB
Mi pueblo, al
que voy todos los veranos, no es un pueblo taurino. Otros de la cercanía lo
son, pero no el mío. Hace años, siendo yo joven se hicieron toros en la plaza, en las fiestas de verano, para ver si prendía
la afición y no ser menos que algunos de los vecinos. Un año se probó hasta con
el toro embolado. Ya saben, se prende fuego a dos bolas de alquitrán en los cuernos
del animal que, asustado y desorientado, deambula por la plaza a ver si
consigue llevarse por delante a algún mozo y cobrar así su magro trofeo de venganza.
Un grupo de amigos tuvimos una idea que pudo llegar a ser nefasta. Tomamos un
palo, atamos dos bolas de trapo mojadas en gasolina en los extremos, les dimos
fuego y mientras uno corría con el palo
encendido, los demás corríamos con él calle abajo al grito de ¡el toro, el
toro!, como si éste se hubiese escapado de la plaza. El efecto fue arrollador.
Al llegar a la calle principal me di cuenta de que la cosa se había ido de las
manos: personas que estaban sentadas a la puerta de las cafeterías saltaban por
la ventana adentro del bar mientras las mesas con sus servicios volaban. Un
desastre. Hubo algún perjudicado pero afortunadamente nada grave, chichones y cosas así. Los autores fuimos
conducidos al cuartel de la Guardia Civil, se nos tomaron los datos y se nos
conminó para tomar declaración al día siguiente. Aún conservo por algún cajón el
apercibimiento del Gobierno Civil de la época perdonando por una vez la
denuncia al juzgado dado que éramos gente de bien y no hubo tragedia que lamentar,
advirtiéndonos, eso sí, de que no se volviera a repetir el suceso o la
autoridad tomaría las medidas coercitivas correspondientes. Los autores, tras
el éxito de la broma (o gamberrada) pasamos a ser mitad héroes mitad villanos
dependiendo de la parte de la calle desde dónde se hubiera vivido la fiesta.
Lo que no
sabíamos es que habíamos provocado un (o una) flashmob, que con el inglés nunca se sabe si la palabra es masculina,
femenina o qué. Ni nosotros ni la Guardia Civil. De haberlo sabido… Se habló de
gamberrada de jóvenes estudiantes, de broma de dudoso gusto, provocación de
pánico colectivo con consecuencias impredecibles… pero sin alusión alguna al flashmobbing, palabra con la que nos
hemos familiarizado a raíz de lo acontecido en Playa de Aro en donde un grupo
de monitoras alemanas provocaron el pánico entre la gente “como una de las
actividades” del grupo que lideraban, lo que nos hace pensar qué clase de grupo
es ése, cuáles son las otras actividades programadas y si ya se han llevado a
cabo todas o aún queda alguna por desarrollar y de qué tenor es.
Lo cierto es
que la gente “vio” en la huída de personas corriendo un atentado terrorista.
Los palos de selfie fueron vistos por
los asustados ciudadanos como armas automáticas y los móviles grabando como
bombas. La “gente” (ese vago concepto tan usado por personas como Susana de
Andalucía y otros próceres) es así de histérica. Somos así de histéricos. En mi
pueblo, un chico llevaba un palo
encendido por los extremos y vi a personas (que le conocían personalmente) mirándole,
que huían despavoridas porque ellas miraban a un chico pero “veían” a un toro,
de dos patas y 60 kilos, con pantalones vaqueros y ricitos en la cabeza, pero
un “toro” que decía “muuuuuuu”.
Y es que “no
hay más ciego que el que no quiere ver”. Si quieres ver un toro, lo ves; aunque
pongan delante de ti a un chaval de 16 años con una caña encendida por un
extremo; y si quieres ver a un terrorista, también, aunque por delante pase una
monitora alemana corriendo con un palo de selfie.
En esto andaba
yo pensando tal que ayer: en que nada es lo que parece. Y que una cosa es mirar
y otra, ver. Y que oír no es lo mismo que escuchar. Y que a menudo vemos y escuchamos
lo que queremos y no lo que miramos u oímos. ¿O es al contrario?
Román Rubio
Agosto 2016
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