MATCH POINT
La pelota
acaba de tropezar en la cinta de la red y está en el aire. El rival está al
fondo de la pista, con lo que si cae en campo contrario es punto seguro, lo que
significa set y partido. Si cae en
nuestro campo, por el contrario, la cosa
se complica. Es punto para el rival, el partido continúa y puede acabar en
derrota. La pelota en el aire lo es todo: el triunfo o el fracaso, el júbilo o la
aflicción, el éxito o la ruina y el olvido. De este modo Woody Allen empezaba
la película de Match Point, remarcando el papel del azar, de la casualidad y la
causalidad que rigen nuestras vidas sin que, a menudo, nosotros podamos hacer
otra cosa que mirar la caprichosa pelotita que tiene en su redondez la llave de
nuestro destino. Al final de la historia, el protagonista Chris Wilton
(Jonathan Rhys-Meyers), soliviantado por una arrebatadora Scarlett Johansson
comete un doble crimen y se convierte en sospechoso principal de la policía,
pero hay un golpe de azar que salva al asesino. Al desprenderse de ciertas
joyas que el tipo roba para despistar tirándolas al río, un pequeño anillo
rebota de manera fortuita con la barandilla y al igual que la bola de partido,
tras quedar en el aire indeciso, cae a la parte de la calle. El anillo es
encontrado más tarde en el bolsillo de un delincuente muerto por sobredosis y
tira por tierra la teoría de la autoría de Chris. De esta manera ingeniosa y
elegante cierra Allen el círculo de la historia que no es sino una lúcida
parábola del azar. Esta vez la historia sale bien. Para el protagonista, que no
para la justicia.
Me encontré
con el mismo argumento el martes por la noche en el resumen de la jornada
olímpica. Esta vez la historia había sido rodada con dos finales diferentes.
Cada uno con la pelota a un lado de la red. Por una parte, el equipo español de
básquet femenino había eliminado a Turquía en un agónico final tras haber ido
por detrás la mayor parte del tiempo. En el último segundo y con el marcador
igualado la jugadora Anna Cruz lanzó una
pelota que tras jugar con el aro…¡zas!, entró. Dos puntos arriba, final del
partido y el equipo español clasificado para cuartos. En la misma ciudad, el
mismo día, las chicas del equipo femenino de balonmano, conocido como Las Guerreras
vieron cómo se les complicaba un partido contra Francia que habían tenido
ganado durante todo el tiempo, a veces con gran ventaja. En el último segundo
de la prórroga la jugadora española Nerea Pena lanza una pelota que podía
significar el match point. Ésta golpea
el poste y esta vez, ¡zas!, la pelota sale rebotada al campo, lo que significa la eliminación del equipo. ¿Ven como los
Juegos Olímpicos traen historias que hablan de los grandes temas? El destino,
el azar, la gloria, el encumbramiento del ganador y la pena por el héroe caído…
Shakespeare en estado puro. O Woody Allen, que viene a ser lo mismo.
¡Bueno, no
exageremos! Se trata de evocar grandes temas con los inocuos jueguecitos de la
Señorita Pepis. Las pelotas se inventaron redondas para hacer caprichosa su
trayectoria. A veces botan aquí y otras allá para gozo o pasmo de los millones
de seres inanes que fían su ventura
personal al caprichoso girar de la pelotita con la que juegan otros y no hacen
sino mirar el medallero para sentirse medianamente
realizados. Buenos días, España.
Román Rubio
Agosto 2016
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