THE
ESTABLISHMENT
Hillary era la
candidata del “establishment” o del “Establishment” porque es palabra que,
en inglés, también se usa con mayúscula, en tanto que el candidato electo,
Trump, lo era del pueblo y así jugó su baza. Trump proclamó a menudo durante su
campaña estar a gusto entre la gente blanca sencilla y poco formada, amenazada
por el dumping salarial, con seguro
médico precario y pocos estudios. El hecho de que fuera millonario no parecía
ser un problema para sus seguidores que veían en él a un igual en todo lo
demás, especialmente en lo que a formación se refiere. ¿Qué es, pues para los
anglosajones, el establishment? Pues,
más o menos, lo mismo que para nosotros “la casta”, que tan acertadamente sacaron
a la palestra los de Podemos: las élites establecidas que gobiernan la sociedad
y que se protegen y luchan por perpetuarse en su prominencia.
Según el
Diccionario Oxford de la Lengua Inglesa, establishment
es, entre otras acepciones, “un grupo en una sociedad que ejerce el poder y la
influencia en materia de política, opinión o gusto y que se percibe como
resistente al cambio”. El Merriam-Webster (inglés americano) es en mi opinión
más preciso, estableciendo que se trata de “un grupo de líderes políticos,
sociales y económicos que constituyen una clase dominante (en una nación)”. En
nuestra lengua no hay una palabra equivalente. Tendríamos que recurrir a expresiones
como “clase dominante”, “élite dominante”, “oligarquía” o simplemente “elite”.
“Casta”, que, entre otras cosas, significa para la RAE “ascendencia o linaje”,
con su connotación negativa, endogámica y clasista parece ser un buen
sustituto.
Aparte de quién
sea o no el representante del establishment
o del pueblo, hay algo en el ideario
social y político del pueblo americano que me resulta difícil de entender y es
la resistencia feroz que la derecha sociológica, representada por el Partido
Republicano, manifiesta en contra de una reforma sanitaria que incluya a todos.
Parece ser que la primera medida del nuevo Presidente será la derogación del
tímido intento, el Obamacare, de
acoger a una parte de la población que no pertenece precisamente a la élite. Entiendo
(aunque no comparto) su obstinación al fácil acceso a las armas que defienden y
que habría de “facilitar” la defensa de familia y propiedad. El hecho de que
también facilite la agresión al delincuente es harina de otro costal que parece
no importarles tanto. ¡Allá ellos! Entiendo la religiosidad tozuda asociada con
el culto a las armas. No somos los españoles precisamente quienes nos asombremos de ver la Cruz y la Espada
juntas. Entiendo (sin compartirlo) la creencia en la hegemonía de la raza blanca
-o caucásica, como allí gustan llamarla-; al fin y al cabo, soy europeo. Pero
no me cuadra el hecho de que sea ese segmento de la población el que se niegue
ferozmente a incluir a la totalidad en el paraguas sanitario, contraviniendo
todas y cada una de las normas de la casa
de la Cruz (y hasta de la sidra) que me enseñaron en el Catecismo. ¿Cómo
argumentan estos tipos la negación de auxilio sanitario a millones de
ciudadanos mientras cantan salmos bíblicos a ritmo de Gospel los domingos
mientras otros, Demócratas liberales, muchos de ellos agnósticos o directamente
ateos, claman una y otra vez por la inclusión del hermano pobre y desamparado
en el sistema? Un enigma.
Hace unos días
leí la historia de Francisco Luzón, prócer de la élite bancaria española,
jubilado con una gratificación de 32 millones de euros limpios al que se le
diagnosticó la temida ELA. En la actualidad, la enfermedad, implacable, ya le
ha privado del habla. Cuenta el hombre
que nadie está preparado para un diagnóstico como ese y que al principio de
conocerlo, se hizo tratar por la medicina privada aquí y en EEUU para acabar
siendo atendido por el Hospital Público Carlos III de Madrid, del que opina que con la ayuda necesaria
podría ser un centro puntero a nivel mundial. No sé si eso cuadra o no con las
enseñanzas de Jesucristo, pero el hecho de que de que en este país cualquier
persona, sea el que sea su estatus económico, tenga acceso a la misma atención
que el poderoso y rico banquero, es lo correcto. Diga lo que diga la Iglesia
del Último Tupé.
Román Rubio
Noviembre 2016
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