lunes, 12 de diciembre de 2016

CON LOS NIÑOS NO SE JUEGA

CON LOS NIÑOS NO SE JUEGA




















Con los niños se juega pero con su sufrimiento, no. Me refiero al caso Nadia, la niña con una enfermedad rara, la tricotiodistrofia, presuntamente aprovechada por sus padres como la fuente de ingresos de la familia. Aprovechándose de la compasión que genera el sufrimiento infantil, los padres –el padre, Fernando Blanco y la madre, Marga Garau- han llevado el caso por televisiones y otras plataformas obteniendo casi un millón de euros destinados a la curación de su hija que luego iban a parar a otras cosas: básicamente a la supervivencia y al lujo. Para ello contaban historias extravagantes que incluyen curanderos en cuevas de Afganistán, tratamientos con punciones en tal o cual sitio, curanderos, “médicos” homeópatas con nombres como Dr. Brown en Madrid, Toulouse, París… y otras historias pintorescas con las que provocar la conmiseración del personal y hacer que, en un acto de piadosa solidaridad, se rascara el bolsillo en auxilio de la niña inocente. El hecho de que los medios de comunicación se hicieran eco de la historia y la difundieran es algo que debería hacernos reflexionar. No sé a ustedes, pero yo, si soy responsable de la edición de un medio y me vienen con historias sensibleras de captación de dinero respaldadas por visitas a curanderos internacionales con nombres en inglés y cuevas en Asia, se me encenderían las alarmas. Por otra parte, no me extraña que el caso fuera acogido con los brazos abiertos por muchos medios dado el alto contenido sensiblero y melodramático.

Hay otra historia en la prensa de la semana que incluye sufrimiento infantil y dinero, aunque de otra categoría moral. Adrian es un niño valenciano de ocho o nueve años que padece cáncer y es aficionado a los toros. El mundo taurino se volcó con generosidad con el chico, organizándole un homenaje en el que toreros profesionales le llevaron a hombros por la plaza, reconociendo el valor de la lucha del chaval y tratando de aliviar un poco la cruel realidad del sufrimiento sin causa (si es que lo hay con causa).
La imagen entrañable del chico pelado por la quimio, a hombros, feliz y homenajeado por toreros fue el revulsivo que provocó a algunos malnacidos que desearon la muerte del chaval en las redes sociales. En su momento lo comenté: no tengo palabras para calificar la catadura moral de estas personas. Supongo que, en su ignorancia, no sabrán a lo que el chico está siendo sometido, el alcance de la tortura al que la enfermedad y la medicina están infligiendo a su cuerpo. Yo, casi tampoco, pero he oído de pasada a algunos padres relatar el suplicio por el que tuvo que pasar su criatura, en situación similar a la de Adrian, y se me han puesto los pelos de punta. Sea por ignorancia o maledicencia, la vida nos ha vuelto a demostrar que la vileza de algunos (de los menos) puede ser descomunal, lo que en mi opinión no implica que haya delito, sino sólo maldad: ruin y mezquina, pero inocua maldad. No veo ningún delito en desear la muerte a alguien, ni siquiera a un niño enfermo, o a manifestarlo, como no vi delito en su momento en los chistes desafortunados y mezquinos del concejal madrileño de Ahora Madrid, Guillermo Zapata, referidos a las lesiones de Irene Villa, o a los comentarios de César Strawberry sobre esto y lo otro.

La familia del chico parece que está ahora en los tribunales con el trámite de obtener una indemnización por ¿perjuicios, injurias, incitación al odio? a los maldicientes. No ensucien con dinero el nombre del niño, por favor. Déjenlo. Y no deseen tampoco que los inquisidores, algún día, se tengan que enfrentar, como padres, a lo que están viviendo en la casa del niño torero. Es demasiado cruel, incluso para los bellacos.

Román Rubio
Diciembre 2016 

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