jueves, 15 de diciembre de 2016

IMÁGENES

IMÁGENES















Recuerdo un tiempo en que las personas acudíamos a los eventos a ver, escuchar y, de vez en cuando, participar en ellos. Llegó el vídeo, y con él, la cámara doméstica. Los papás (también las mamás, pero menos) acudían a los festivales infantiles y otros eventos familiares y lo filmaban todo. No parecía importar mucho, pues la aportación a la fiesta cuando no rodaban era tan irrelevante que el hecho de manipular la máquina parecía ayudar al desarrollo del evento, fuera este coro, teatro infantil o ceremonia religiosa. De este modo, el papá se podía liberar de manifestar sus emociones (ninguna, de hecho), concentrado como estaba en mirar por el objetivo. Llegó la cámara digital y con ella el abaratamiento de la fotografía hasta la gratuidad, con lo que el mudo social podía estar entretenido indefinidamente con la estupenda coartada de las fotos y las imágenes. Después llegó la cámara de fotos y vídeo en el teléfono, permitiendo que “todos” llevaran el aparato de filmar “siempre” en el bolsillo. La verdadera eclosión, sin embargo, llegó con los programas de mensajería instantánea. A partir de ahí, la captación de imágenes y su distribución se convirtió no en el testigo de la fiesta sino en la fiesta misma. No se trata de cenar sino de retratar, filmar y distribuir las imágenes de la cena. ¿Excursión o fotos de la misma?, ¿viaje o reportaje?, ¿huella en el disco duro o documento gráfico?
El fenómeno ha llegado a cotas verdaderamente absurdas, especialmente en cuanto a celebridades se refiere: no hay visita de Obama o Shakira a las tropas de, digamos, Afganistán en que no estén todos, y digo “todos”, filmando al líder al tiempo que le dan la mano o acompañan en el paseo en un ridículo, además de  grosero  ritual. ¿Se dan cuenta de qué clase de relación, conversación, o intercambio de opiniones o experiencias puede tener un líder o famoso entre veinte o treinta compatriotas que están filmándole con un aparato en la mano derecha al tiempo que hablan con él o se ponen a su lado cachete con cachete para sacar un selfie? Sencillamente, ridículo.
Si visitan El Louvre les recomiendo encarecidamente que no dejen de visitar La Gioconda. No para que vean el cuadro –que difícilmente lo podrán hacer con la mínima tranquilidad-, no; para eso miren cualquier reproducción en su ordenador.  Se encontrarán con una sala abarrotada de gente, muchos de ellos asiáticos (por pura estadística) con una mano en alto retratando allá en la lejanía, la famosa pintura. ¿Con qué objeto? Ustedes me dirán. ¿Para verlo después? Bueno, en Google encontrarán reproducciones excelentes. ¿Para decir o decirse a sí mismos que han estado ahí? ¡Pero si ya lo saben! ¿Me pueden decir pues, para qué quieren esa foto? ¿No será para mantenerse ocupados y de ese modo tener “algo que hacer” en una situación en la que, no tendrían nada que decir ni (lo que es más preocupante) que pensar. La última vez que estuve en el Museo parisino quedé fascinado ante el espectáculo fotográfico e intenté sacar mi propia foto: la de los fotógrafos, que era para mí un documento sociológico más interesante que el cuadro. Me lo impidieron los empleados del Museo. Cuando encuadraba al personal desde el ángulo elegido, un ujier se puso delante de mí, indicándome la prohibición de mi acto. Todavía no entiendo porqué pero desistí de discutir con el tipo y, por consiguiente, de la instantánea, teniendo que conformarme con hacer la foto de la espalda de la gente, desde el encuadre convencional. Lástima. Habría sido la mejor instantánea de París: la vacua futilidad del ciudadano turista.














Hace muchos años, en la Era que precedió a la fotografía digital y coincidiendo con la Semana de la Moda de París, me encontré por azar a la puerta del Petit Palais y me tropecé con los invitados que llegaban al desfile de una gran casa de moda parisina. Semidepueblo como uno es, y poco familiarizado con el brillo y oropel del llamado “gran mundo”, quedé moderadamente impresionado por el aspecto de tanto individuo alfa y el fulgor de sus atuendos y ornamentos. Sigo, lamentablemente, sin ser invitado a ninguno de esos eventos, pero veo por las fotos que allí dentro hacen lo que en la comunión del niño: filmar con el iPhone. Como los de La Gioconda, pero más arregladitos.

Román Rubio
Diciembre 2016 

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