LA GRAN VÍA
Me voy a
permitir hablar de algo que quizás no conozca lo suficiente por no ser
madrileño. Soy valenciano y como ya voy teniendo cierta edad recuerdo una
ciudad muy diferente de la que es ahora. Cuando tuve mi primer coche solía ir a
la Plaza de la Virgen en coche para verme con amigos allí, en la cafetería
Roma. Poco después se peatonalizó el lugar y teníamos que aparcar en las
callejuelas vecinas ocupando la estrecha acera subiendo dos ruedas para así,
poder dejar paso a los otros vehículos. Al peatón… bueno, que se buscara la
vida. Eran tiempos en que se fumaba en los aviones -“¿smoking or no smoking?”-, en los bares y restaurantes, en las aulas
de institutos y facultades y en los pasillos de los hospitales. ¿Recuerdan? “Salgo
a fumar al pasillo”, decíamos en la habitación si es que el interno no estaba
fumando, en cuyo caso fumábamos dentro. Eran tiempos en los que los conductores
bebíamos lo que nos daba la gana con la convicción de que ningún Policía ni
Guardia Civil se iba a entrometer en nuestra libertad de empinar el codo. Poco
a poco, y ante la resistencia de la caverna inmovilista y derechona el mundo
fue cambiando: y empezamos a ir al centro en transporte público, a fumar (sólo)
al aire libre y a beber cuando no íbamos a conducir. Y aprendimos a restringir
nuestras libertades en aras al bien común. Entendimos que la libertad del pez
grande es la condena del pequeño, que no podemos invadir las aceras con los
coches y que el humo del tabaco en un hospital o un avión es una aberración.
Costó comprender que los bares y restaurantes serían mejores sin humo y, a
regañadientes, casi obligados por la tozudez iluminada del vituperado Zapatero,
llegamos a admitir que era así. Hoy nadie daría marcha atrás ante lo que se ve
como logros sociales.
Y llegamos a
la Gran Vía madrileña y Esperanza Aguirre. Se ha restringido el tráfico por la
céntrica calle con la intención de hacerla más amigable, menos hostil y
agresiva al peatón; quitando ruidos, humos y estrés de tráfico. Un paso más a
la humanización del espacio urbano. ¿Y quién se niega a la medida hasta
anunciar que la llevará “seguro” a los tribunales? La misma persona que detiene
su coche en el carril bus para sacar dinero en un cajero y derriba la moto del
guardia que la denuncia. Según la pizpireta concejala “es una medida que
“pisotea” los derechos de los ciudadanos”. ¿De qué ciudadanos?, ¿de quienes
pasean por las aceras o de quienes pretenden ir al cuarto de baño con su coche? Que “dónde se ha visto (la restricción de
tráfico) en una zona comercial de una gran ciudad occidental”. ¿En Oxford Street
de Londres, por ejemplo? ¿En El Portal del Ángel de Barcelona, quizá? La
cuestión es oponerse a todo lo que signifique evolución hacia un lugar común más
amigable. Hasta los comerciantes saben que a medio plazo una calle
peatonalizada mejora las ventas. Los carcas saben que tienen las de perder, que
habrá restricciones a los diesel primero y a los gasolinas después y que
viviremos en el futuro en ciudades con vehículos limpios, de la misma manera
que en un momento dado se depuraron las aguas y se sacaron las industrias de
los núcleos urbanos, se restringió el fumar en cualquier lado y se obligó a
recoger el excremento de los perros. Lo saben, pero tienen que tocar las
narices al personal ante cualquier cambio hacia el bien común que suponga un
mínimo esfuerzo. Y para eso necesitan a la campechana aristócrata madrileña.
Para intentar poner freno al progreso y puertas al campo.
Estoy harto de
las personas que son capaces de esperar el ascensor del centro comercial largos
minutos para no bajar dos pisos por las escaleras y de los que piden bolsa de
plástico cuando compran el periódico. Estoy harto de los que odian la bicicleta
y adoran ir al centro en coche. Estoy harto de quienes no reciclan porque dicen
que no sirve para nada y a los políticos que les representan, que, como nuestra
Rita que está en los cielos y su Esperanza que está en la tierra, piensan que
quienes van en bici, piden calles peatonales y no se alojan en hoteles de 500€
la noche (a cargo de las arcas públicas) son (somos) unos cutres.
Román Rubio
Diciembre 2016
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