martes, 27 de diciembre de 2016

¿QUÉ OS PASA, ESPAÑOLES?

¿QUÉ OS PASA, ESPAÑOLES?

Lo dicho: los nervios están a flor de piel. Que se lo digan a Manuela Carmena, por ejemplo. Cualquier cosa que hagas o intentes hacer en este país, si no es del gusto del españolito iracundo (lo que ocurre en el 90% de los casos, tratándose de cambios o novedades) es objeto de los más airados ataques, se trate de la indumentaria de los Reyes Magos, las figuritas de los semáforos, el atuendo de las falleras o el trayecto de la procesión del Corpus. El españolito medio, ese ser irascible, tirando a vago y amante de la prebenda, vociferante las más veces y permanentemente enfadado cuando no baila pasodoble, se muestra como si siempre le estuvieran pisando el callo. Haya o no haya razón.


Habrán visto en la prensa un cuadro con las horas en que los españoles, franceses, italianos, alemanes y suecos solemos comer, trabajar, dormir, etc. en el que se ve el desfase de nuestro país con respecto al resto de Europa. Esto es un hecho, no una opinión. Los numerosos turistas quedan sorprendidos al conocer los curiosos hábitos tardíos de los españoles, hábitos que no se corresponden (o no totalmente) a la dicotomía Norte-Sur, puesto que Marruecos y los otros países africanos  siguen el horario europeo, como también lo hacen Portugal y Grecia. Constituye, por tanto, una peculiaridad: la peculiaridad española. Existe también, como es natural, la polémica del huso horario.  Estando como está el Meridiano de Greenwich a la línea de Castellón, nuestro país adoptó hace años y por motivos espurios la hora de Berlín, en tanto que Portugal y Canarias adoptaron la de Londres, que cae más alineado. Nada es mejor ni peor. Todo es opinable. Cada postura tiene sus ventajas y sus inconvenientes. De este modo amanece algo más tarde (según el reloj) y también anochece una hora después. No pasa nada. ¿No pasa nada? Sigan la polémica en Facebook, por ejemplo. Yo lo he hecho. Alguien de entre mis amigos de la Red subió el artículo que recogió unos 300 comentarios. He tenido la paciencia de leérmelos y no he tardado en toparme con la furia española. Hagan la prueba: tras cuatro o cinco comentarios apoyando una u otra postura ya habrá alguien llamando idiota al anterior; algo después habrá alguien diciendo a otro que no se entera de nada y cuatro más abajo, alguien muy enfadado por alguna trivialidad llamará subnormal al de antes, que a su vez le había echado en cara cuán lerdo y mostrenco es él, que no ha salido de su pueblo. Siempre ha sido así y sospecho que siempre lo será, en la medida en la que pongas un grupo de españoles lo suficientemente numeroso, un tema polémico y discutible y el debido anonimato que proporciona la Red. Pero, ¿qué os pasa españoles?, ¿por qué si declaráis ser la sal del mundo andáis permanentemente enfadados?

Es como la bocina del coche. Dele un automóvil a un español con una potente y conminatoria bocina con la que el sujeto pueda impunemente amedrentar a automovilistas y transeúntes. Ponga delante de él a un conductor forastero que hace algún gesto dubitativo en la conducción, aunque sea sin peligro alguno, y verá el prolongado rebuzno mecánico que el del claxon le regala, protegido, eso sí, por el habitáculo de hierro.
¡Valientes, que son unos valientes! Y maleducados e irrespetuosos también. Y vocingleros.  


Román Rubio
Diciembre 2016 

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