¿QUÉ
OS PASA, ESPAÑOLES?
Lo dicho: los
nervios están a flor de piel. Que se lo digan a Manuela Carmena, por ejemplo.
Cualquier cosa que hagas o intentes hacer en este país, si no es del gusto del
españolito iracundo (lo que ocurre en el 90% de los casos, tratándose de
cambios o novedades) es objeto de los más airados ataques, se trate de la
indumentaria de los Reyes Magos, las figuritas de los semáforos, el atuendo de
las falleras o el trayecto de la procesión del Corpus. El españolito medio, ese
ser irascible, tirando a vago y amante de la prebenda, vociferante las más
veces y permanentemente enfadado cuando no baila pasodoble, se muestra como si
siempre le estuvieran pisando el callo. Haya o no haya razón.
Habrán visto
en la prensa un cuadro con las horas en que los españoles, franceses,
italianos, alemanes y suecos solemos comer, trabajar, dormir, etc. en el que se
ve el desfase de nuestro país con respecto al resto de Europa. Esto es un hecho,
no una opinión. Los numerosos turistas quedan sorprendidos al conocer los
curiosos hábitos tardíos de los españoles, hábitos que no se corresponden (o no
totalmente) a la dicotomía Norte-Sur, puesto que Marruecos y los otros países
africanos siguen el horario europeo,
como también lo hacen Portugal y Grecia. Constituye, por tanto, una peculiaridad: la
peculiaridad española. Existe también, como es natural, la polémica del huso
horario. Estando como está el Meridiano
de Greenwich a la línea de Castellón, nuestro país adoptó hace años y por
motivos espurios la hora de Berlín, en tanto que Portugal y Canarias adoptaron
la de Londres, que cae más alineado. Nada es mejor ni peor. Todo es opinable.
Cada postura tiene sus ventajas y sus inconvenientes. De este modo amanece algo
más tarde (según el reloj) y también anochece una hora después. No pasa nada.
¿No pasa nada? Sigan la polémica en Facebook, por ejemplo. Yo lo he hecho. Alguien
de entre mis amigos de la Red subió el artículo que recogió unos 300
comentarios. He tenido la paciencia de leérmelos y no he tardado en toparme con
la furia española. Hagan la prueba: tras cuatro o cinco comentarios apoyando
una u otra postura ya habrá alguien llamando idiota al anterior; algo después
habrá alguien diciendo a otro que no se entera de nada y cuatro más abajo,
alguien muy enfadado por alguna trivialidad llamará subnormal al de antes, que a
su vez le había echado en cara cuán lerdo y mostrenco es él, que no ha salido de su
pueblo. Siempre ha sido así y sospecho que siempre lo será, en la medida en la
que pongas un grupo de españoles lo suficientemente numeroso, un tema polémico
y discutible y el debido anonimato que proporciona la Red. Pero, ¿qué os pasa
españoles?, ¿por qué si declaráis ser la sal del mundo andáis permanentemente
enfadados?
Es como la
bocina del coche. Dele un automóvil a un español con una potente y conminatoria
bocina con la que el sujeto pueda impunemente amedrentar a automovilistas y
transeúntes. Ponga delante de él a un conductor forastero que hace algún gesto
dubitativo en la conducción, aunque sea sin peligro alguno, y verá el prolongado
rebuzno mecánico que el del claxon le regala, protegido, eso sí, por el
habitáculo de hierro.
¡Valientes,
que son unos valientes! Y maleducados e irrespetuosos también. Y vocingleros.
Román Rubio
Diciembre 2016
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