LA RETÓRICA DE
LA PATRIA
“En continuación de las sagradas operaciones que el Estado Islámico está llevando a cabo contra
el protector de la cruz, Turquía…”
De este modo se arrogaba el ISIS la autoría del
sangriento atentado de Estambul, envolviendo el horror en el celofán de las
palabras. Las operaciones (los criminales atentados) se convierten en “sagradas operaciones”; se actúa no contra unas personas determinadas, que
pueden ser –como de hecho fueron- de distintas nacionalidades. Se hace “contra el protector de la cruz”,
castigando así la supuesta tolerancia de la nación turca con religiones
distintas al islam. Más adelante, en el mismo comunicado, se dice: “un heroico soldado del califato golpeó uno
de los más famosos clubs nocturnos donde los cristianos celebran su festivo
apóstata”, como si hubiera constancia del hecho de que los asistentes a la
fiesta del local fueran cristianos, ateos, budistas o musulmanes (buenos o
malos).
Se trata del
celofán de las palabras. De la retórica del discurso que envuelve las
religiones y las patrias.
Cambiemos de
registro: enciendan la radio un domingo por la mañana y hagan un barrido por
las emisoras. No se detengan en ninguna y fíjense sólo en el tono. ¿A que
adivinan enseguida cuál de ellas está emitiendo la misa? ¿Qué tienen los curas
que suenan todos de la misma manera a la hora de repetir las fórmulas de la
ceremonia o de pronunciar la homilía? ¿Enseñarán en el Seminario cómo hablar
como un cura? Hasta el Papa tiene su particular sonsonete, diferenciado de el
del cura, obispo o cardenal. Da igual la nacionalidad o la ideología: que sea
polaco, argentino, alemán, italiano, conservador o progresista. Escuchen al Papa
dando la bendición pascual y aunque no entiendan el mensaje sabrán que se trata
del Papa. Por el tono y por el contenido. Las fórmulas de “misericordia divina”
“redención” “rebaños” y “pastores” se repiten en las misivas cristianas del
mismo modo que los términos “infiel”, “apóstata” y “creyente” en las
musulmanas. Es curioso: todos hemos oído a los cristianos de la referirse a la
formación “en valores” o “en principios” cuando hablan de la educación
cristiana, como si los no creyentes fueran incapaces de tener valores o
principios o estos fueran despreciables. O yo o el materialismo salvaje,
rechazando que la compasión, la solidaridad y el amor al prójimo se puedan dar
fuera de la cruz, cuando es precisamente en este contexto donde se da de manera
más generosa, sin recompensa eterna. Tengo que reconocer, eso sí, que me
encantó la explicación de la Iglesia ante la prohibición del esparcimiento de
las cenizas de los muertos “para evitar cualquier malentendido panteísta,
naturalista o nihilista”. Ahí me han dado.
No sólo las
religiones se sirven del celofán de la lengua. Recuerden los discursos
patrióticos del franquismo o las larguísimas alocuciones de Castro al pueblo
cubano y las fórmulas de unidad de destino en lo universal de unos y el veneno
del imperialismo yankee para otros o
rememoren aquellos comunicados de ETA producidas por encapuchados con el
distinguible sonsonete y predecibles fórmulas sobre la sufrida y noble Euskal
Herria y el malévolo y criminal nacionalismo español.
Además de los ámbitos políticos y religiosos, el
lenguaje también se acomoda a contextos más triviales y comunes. Piensen en la
megafonía del supermercado y su “señorita Maite, acuda a la caja número 3”. No
sé si les ocurrirá como a mí, que siempre me pregunto por qué tienen que
impostar un tono cada vez que cogen un micro. Es como si se propusieran poner
voz de megafonía, lo que adquiere una categoría extrema en los aviones. Parece
que el objetivo del mensaje no sea comunicar nada, excepto constatar el hecho
de que estás en un avión, cosa que, por otra parte, ya sabíamos.
Y una vez
identificadas las fórmulas y el sonsonete, cuidado cuando el mensaje habla de
“heroicos soldados”, “apóstata”, “creyente” o proclaman la grandeza de algún
ser superior. Peligro.
Román Rubio
Enero 2017
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