MACACOS
Dicen que
comer poco alarga la vida y la hace más saludable. No sé. Quizá sea así. En mi infancia, en mi
pueblo, todos los hombres eran delgados. Trabajaban de sol a sol y comían no
mucho, pero se morían igual que ahora: unos antes y otros después. Para
demostrar empíricamente los beneficios del ayuno, unos científicos americanos
¿de dónde van a ser si no? han experimentado con macacos. Estos dos
sujetos tienen una edad similar: el de
la izquierda 27 años y el de la derecha
29. O eso nos dicen. El primero ha llevado un régimen de restricción calórica,
ha comido siempre un 30% menos de lo que le habría gustado, en tanto que el de
la derecha ha tenido para comer cuanto ha querido y cuando ha querido. Al de la
derecha se le ve más ajado y deteriorado, que es a la conclusión a la que
querían llegar los investigadores. Las analíticas también lucen mejor en el apuesto
macaco de 27, con niveles de azúcar
mucho más bajos y más protegido contra indicadores cardiovasculares, neurovegetativos
y cancerígenos, por lo que goza de una expectativa de vida mayor que el pobre
desecho de la derecha. Pero a mí no me la cuelan. Dirán lo que quieran en
cuanto a la analítica de sangre, a la cual —como es natural— ni usted ni yo
hemos tenido acceso, pero en cuanto al aspecto hay tongo. Al mono de la izquierda
lo acaban de sacar de la peluquería de mascotas, una de esas en las que entre
pitos y flautas te dejas 80 o 90 pavos con la perrita, en tanto que el pobre de
la derecha, ¿han visto como le han dejado crecer las greñas sin acercarlo, al
pobre, a un salón de belleza? Así se manipulan las conclusiones en esta época
de la posverdad, tirando de salón de belleza.
Por cierto:
¿se han fijado en el parecido del primer macaco con Donald Trump? Pues
imagínense cuál sería la imagen del flamante nuevo presidente sin los
intensivos cuidados de la peluquería de mascotas. Imagínense despertarse a su
lado. Sería como despertarse al lado del macaco de la derecha.
Román Rubio
Enero 2017
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