TARJETA
SANITARIA
Acabo de
recibir en el correo la Tarjeta Sanitaria Europea que tenía caducada y que
había solicitado hace unos pocos días. Viene acompañada de una carta que casi
nadie lee y que es interesantísima. En ella te informan de que la tarjeta es
válida en cualquier Estado Miembro del Espacio Económico Europeo (Alemania,
Austria, Bélgica, Bulgaria, Chipre, Croacia, Dinamarca, Eslovaquia, Eslovenia,
Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Islandia, Italia, Letonia,
Liechtenstein, Lituania, Luxemburgo, Malta, Noruega, Países Bajos, Polonia,
Portugal, Reino Unido, República Checa, Rumanía y Suecia) o de Suiza, salvo que
el desplazamiento tenga por objeto precisamente recibir un tratamiento médico.
La tarjeta,
especifica la carta, te da derecho a recibir el mismo tratamiento que se da al
ciudadano de cada uno de estos países por su propio Sistema Nacional de Salud.
Ni más ni menos. ¿Que ellos pagan por las urgencias? Tendrás que pagar la
cuota. ¿Qué ellos no pagan nada? Pues no pagarás nada. A todos los efectos, la
tarjeta te garantiza un trato igual al de los ciudadanos del país. No sé a
ustedes, pero a mí me parece algo estupendo y me hace sentir un privilegiado al
sentirme un ciudadano europeo protegido por una potente estructura
supranacional que me proporciona un pasaporte que me abre las puertas del mundo
y me da una tarjeta que me proporciona asistencia médica gratuita en todos los
países del entorno europeo, estén o no en la zona euro. ¿No es estupendo? Sí que
es cierto que la tarjeta no me da para la atención en los EEUU pero al menos el
pasaporte me entreabre la puerta del país norteamericano. Vayan allá con el
pasaporte de la Unión Europea y háganlo con pasaporte de un tercer país y verán
la diferencia.
Pues bien,
este es el estatus que cada día veo más amenazado. La llegada de Trump a la
Casa Blanca, la resolución del Brexit, la amenaza de ruptura del euro y de la
Unión Europea que pregonan Le Pen y sus comilitones me hacen entrever un mundo
con duros y pesetas y llenos de fronteras: frontera en el Ebro, frontera en los
Pirineos… y países, muchos países: Valonia, Escocia, Padania, Córcega, País
Vasco, Andorra, Campania, Bretaña… cada cual a la suya, todos con su banderita,
su moneda y el murito para protegerse del vecino y ¿qué quieren que les diga?
No me ha gustado nada el panorama. Hoy me siento pesimista y es así como veo el
futuro. El de Europa, claro: un mosaico de pequeñas parcelas entre los amenazadores
gigantes ruso, americano y chino con sus temibles líderes. Quizá mañana lo vea
de otra manera más optimista pero hoy por hoy es lo que veo.
Guardaré la
carta que acompaña la tarjeta como oro en paño. Por si algún día, en el futuro,
me pongo nostálgico a recordar un mundo perdido.
Román Rubio
Enero 2017
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