PARA
PLAYAS, LAS DE LEVANTE
Hace ya unos
cuantos lustros que viví, durante algunos años, encima de uno de los merenderos
de la playa de Las Arenas, en Valencia. Hace unas semanas fui a comer a uno de
los restaurantes y la dueña, amiga de los viejos tiempos, ante mi comentario de
que la línea del agua estaba a tomar por saco, me dijo con sorna que llegaría
el día en que pondrían un autobús para ir desde el restaurante al borde del mar
a mojarse los pies. Y es que, la arena se acumula en el nuevo muelle del puerto
llevándose el mar cada vez más lejos. ¿Y qué pasa al otro lado, al lado sur?
Pues justo lo contrario: cada vez hay menos arena con lo que cada temporal
llega más adentro, ataca las construcciones y paseo marítimos y deja las playas
esquilmadas de arena.
Muchos lo
dijeron hace ya muchos años. Es difícil encontrar otro lugar en que la clase
dirigente, de derechas de toda la vida, haya sido más ferozmente indulgente,
cuando no agresiva hacia su propio litoral como ha sido la élite de mi ciudad,
Valencia. Parece que haya declarado odio eterno al mar, en la medida en que
éste esté cerca de su ciudad, y no en lugares como Jávea o Benicassim, donde
allí sí, la flor y nata de la sociedad provinciana gusta de remojarse el
trasero. Díganme si no. ¿Cuántas veces vieron a Rita Barberá bañarse en la
Malvarrosa? ¿Y en Jávea?
Veamos: en los
años 50-60 se llevó a cabo la primera gran herida al litoral sur, el más
castigado de la ciudad, abriendo el Plan Sur. Conocemos la historia. Se hizo por
una buena causa: la de proteger la ciudad de posteriores inundaciones. Pasemos
por alto el hecho de que hubieran (o no) soluciones de ingeniería menos
agresivas con el litoral. Yo no lo sé.
La segunda
agresión fue la ampliación sur del puerto y creación de zona ZAL. Para dar
espacio al trajín de contenedores no se dudó ni un segundo en matar a uno de
los barrios marítimos de la ciudad: Nazaret. Al barrio, con su estupenda playa
y el popular balneario de Benimar se le privo de su playa y se le construyó un
muro que los separaba de las “playas” de contenedores y de cualquier vista o
acceso al mar. Hoy por hoy, quienes viven en Nazaret, para poder mojarse los
pies, tienen que hacer casi los mismos kilómetros que los de Requena, aunque
vean las gaviotas, y no las cigüeñas, posarse en sus tejados, con la desventaja
sobre estos de que no tienen el Bonaire de camino.
Para rematar
el litoral nuestros próceres se guardaban aún dos bazas. La primera fue el
empecinamiento en derribar El Cabanyal —o en su defecto, dejarlo morir— con el
absurdo propósito de abrir una avenida que, desde Viveros llegara hasta el mar,
destruyendo así uno de los barrios, de edificaciones de modernismo popular con
más carácter de las ciudades del Mediterráneo español y foráneo. ¿Para qué
querrán una avenida de arquitectura anodina que debería llevar cuatro carriles
de tráfico a un lugar que no los podría absorber? ¿O quieren llegar al mar con
el coche, como al Corte Inglés de Juan de Austria?
Había que
ampliar el puerto, con lo que se construyó un nuevo dique que impidiera que
los sedimentos regeneraran las playas del sur depositando la arena en la de la
Malvarrosa. El hecho de que el puerto de Sagunto esté infrautilizado y disponga
del terreno necesario para llevar a cabo el almacenamiento y manipulación de
contenedores en tierra firme, no ayudó a persuadir a los prebostes de su
construcción. Había que construir en el mar. Había que seguir agrediendo al
litoral. Con la crisis de la construcción y la pérdida de credibilidad de la
élite valenciana se desechó (de momento) la idea del acceso norte al puerto, es
decir, un túnel que lleve a los camiones (que podían haberse quedado a
descargar tranquilamente en Sagunto) desde Puebla de Farnals al puerto, por
debajo de la Malvarrosa.
¿Qué estarán
tramando ahora? ¿Queda algo que deteriorar? No se me ocurre nada, pero si me
ocurriera no lo diría. Seguro que tratarían de hacerlo. Todo menos bañarse en
la Malvarrosa.
Román Rubio
28 Enero 2017
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