lunes, 29 de mayo de 2017

ARIANA GRANDE

ARIANA GRANDE

Si algo aprendí del atentado de Manchester (el horror no cuenta porque nada se aprende de él) es que me estoy haciendo viejo. No viejo de viejo, sino de demodé, anacrónico y superviviente de tiempos pretéritos. Me explico: Toda la gente que llenaba el Manchester Arena aquella noche estaban allí para ver, aplaudir y celebrar a alguien de la que yo no tenía ni siquiera noticia de su existencia: Ariana Grande. Tampoco hay porqué conocer a todo el mundo, dirán ustedes, pero si la popularidad de una persona hoy viene marcada por su proyección en las redes sociales, hay que reconocer que la tal Ariana, de 23 añitos, es muy, pero que muy famosa. Veamos: Su perfil en Instagram tiene 105 millones de seguidores, que es más o menos la población de España y Francia juntas, solo superado por el de Selena Gómez, con 119 millones. He consultado la lista de las diez personas con mayor número de seguidores en Instagram y me he dado cuenta que hay muchos mundos en éste. Tras las ya mencionadas superestrellas Selena y Ariana, a las que acabo de conocer, se encuentra una tal Taylor Swift. ¿Quién será, Dios mío? Y ya en el siguiente puesto me encuentro a Beyoncé -por fin, alguien conocido-, seguida del conocidísimo por todos nosotros Cristiano Ronaldo gracias a la matraca de los medios madrileños. ¡Qué bien!, me digo, ¡soy humano!, para volverme a descorazonar de nuevo con los que continúan la lista, que son Kim Kardasian ¿?, Kylie Jenner ¿?, Justin Bieber y The Rock ¿? Conocía a Justin Biaber, pero para mi desazón, no ha mucho que clausuró su cuenta en la red. También conocía al padre, tío, hermano, suegro o lo que sea de la Kardashian porque fui uno de los pocos españoles, un poco chiflados, que siguió en directo muchas horas del juicio de O. J. Simpson en Sky News.

En mi infancia –es decir, unos pocos años después del descubrimiento de América- conocí a un pastor en mi pueblo que era de natural muy montaraz. Tanto, que confesaba conocer por su nombre  a más ovejas que personas. El hombre murió relativamente joven, antes del advenimiento de las redes sociales con lo que no sé qué opinión tendría del hecho de que algunos allegados  míos tengan novecientos “amigos” en Facebook. Seamos serios: ¿Cómo se puede tener más de novecientos “amigos” y saberse el nombre de todos? Y si no nos sabemos el nombre, ¿por qué llamarles “amigos”?

Yo, de natural reacio a las redes sociales, finalmente caí en su hechizo con el objeto de dar algo de publicidad a mis escritos. Unas navidades, tras darme de alta en Facebook comencé a aceptar proposiciones de amistad de personas conocidas. Así, tras aceptar como “amigos” a Doña Urraca y al pulpo Paul, conseguí la honrosa cifra de ochenta y tantos. No es que coma sopas con todos, pero, al menos, me sé sus nombres, que ya es más de lo que pueden decir otros.
Lo que de verdad me hiere es la comparativa. Por ejemplo: la tal Ariana Grande tiene unos 32 millones de “seguidores” en Facebook y yo ochenta y tantos (personas, no millones). Estoy dispuesto a reconocer que la muchacha tiene más cualidades reseñables que uno, incluyendo el aspecto y la voz, pero, aún así, que multiplique mi número de seguidores por 390.000…, no sé, lo veo justo. Ni razonable. Uno conoce sus limitaciones, pero lo de ser 390.000 veces menos interesante que Ariana Grande o Katy Perry -la campeona de Twitter, con 86.7 millones de seguidores en esa red- no termino de verlo.

Se trata de otra de las caras de lo que yo concibo como “capitalismo exponencial”. En los años 50, en EEUU, el CEO de una compañía como General Motors recibía un sueldo que era unas seis veces el del operario medio. Hoy en día, mientras los economistas piden que el sueldo del presidente no supere las veinte veces el del empleado, acabo de leer en la prensa que Sánchez Galán, presidente y consejero delegado de Iberdrola, multiplica por 226 ese salario. Al ejecutivo, como a tantos otros presidentes y CEOs de las grandes corporaciones nacionales e internacionales, se le remunera con cantidades que multiplican por doscientas o trescientas veces el salario del empleado, lo que debería implicar que la valía guardara la misma proporción. Sin embargo, mientras la responsabilidad crece en progresión aritmética en el escalafón, la remuneración lo hace de manera geométrica.

La pirámide perfecta del capitalismo exponencial se manifiesta en el fútbol. La diferencia de la recompensa dineraria con que la sociedad premia a Messi o a Ronaldo multiplica cientos de veces lo que puede ganar un futbolista de un equipo modesto de la misma categoría como el Eibar o el Alavés y por miles lo que pueda cobrar uno de 2ª B. Acaba de terminar la liga. Cada jugador del Real Madrid ha obtenido una prima de 300.000 € por ganarla. Las chicas del Atlético de Madrid también ganaron su liga particular sin perder un solo partido. ¿La prima por hacerlo? 54 €. O lo que es igual: 1.325 €, a repartir entre todas. Una cena.
Que cenen bien, las chicas; se lo merecen. Los otros, los del Madrid, que cenen como quieran.

Román Rubio
Mayo 2017

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