OLD BRITANNIA
Si yo fuera
periodista profesional me prohibiría a mí mismo usar los términos “dulce
derrota” y “amarga victoria” por manidos y poco imaginativos. Si fuera profesor
de Periodismo recomendaría a mis alumnos que evitaran la tentación de usarlos, del
mismo modo que les conminaría a no llamar “serpiente multicolor” al pelotón
ciclista, pero como no soy ni una cosa ni la otra los usaré. Lo de Theresa May
ha sido una “amarga victoria” que ha propiciado una “dulce derrota” de Corbyn,
de nombre Jeremías.
Lo cierto es
que no dan una a derechas: Cameron, venido arriba tras ganar un referéndum de
independencia muy arriesgado en Escocia, decidió embarcar al país en otra
peligrosísima aventura, en teoría pan comido: que se pronunciara el pueblo
sobre la permanencia en la Unión Europea. No tenía ninguna obligación de
hacerlo. Él, por su cuenta y riesgo, tras consultar con Zeus una noche en el
oráculo de Downing Street, decidió que ganando el referéndum acallaría el
tradicional guirigay del partido. Lo perdió. Tras error tan garrafal no tuvo
más remedio que dimitir. Entonces se dio cuenta que el tal Zeus no era otro
sino el malvado Boris Johnson con túnica y barba postiza.
Le sucedió en
el cargo Theresa May, rara avis (de
rapiña) que se da exclusivamente en el ecosistema inglés, y aún allí, sólo
entre las clases nostálgicas del Imperio, y decidió, también sin tener
obligación ni premura, convocar al pueblo a unas elecciones generales con el
propósito, a lo Susana I de Andalucía y nada de España, de reafirmar su figura
de Primera Ministra que le había caído en la Lotería. ¿Y qué ha conseguido la sagaz ave de presa conservadora? Perder la
mayoría parlamentaria que había ganado Cameron y que debería respaldar la
negociación del Brexit, dejándose en el camino 12 escaños y quedándose a 8 de
la mayoría. Afortunadamente para los Conservadores, cuentan con los 10 escaños
de los Unionistas del Ulster, que son más “British” que los corgi de la Reina.
Los
Laboristas, entretanto, han estado al margen de los acontecimientos. Forzados a
unas elecciones que nunca pidieron, con un líder del ala izquierdista del
partido maltratado por la prensa e
infravalorado por muchos, que parecía destinado al matadero, ha conseguido
“perder” las elecciones obteniendo un 40% de los votos y ganando 29 escaños en
el camino. Un despropósito.
Más
despropósitos: en Irlanda del Norte, tras los Unionistas (que, por cierto,
habían votado permanecer en la UE en el último referéndum y ahora tendrán que
apoyar a May en la negociación de salida) se encuentra el Sinn Féin con 7
escaños, que no ocupa en el Parlamento de Westminster en su política de no
reconocimiento de la partición de Irlanda. Más embrollo.
Pero hay más:
en Escocia se ha desarrollado una bonita batalla entre dos mujeres: Por un lado
la independentista del SNP, Nicola Sturgeon no ha obtenido los espectaculares
resultados de 2015 perdiendo 21 diputados en el envite, y ¿quién los ha ganado?
Pues, sorprendentemente el Partido Conservador, que nunca se ha comido un rosco
al norte de la muralla de Adriano, liderado por otra mujer: Ruth Davidson, la
némesis de la rapaz de Westminster aunque del mismo partido. Ruth proviene de
la clase trabajadora (lo que no es muy común entre los Conservadores) y es una
mujer sólida, tenaz, brillante comunicadora y abiertamente lesbiana (cualidad
poco apreciada en el campo Tory). Y, en la campaña del Brexit, estaba
abiertamente a favor de la permanencia en Europa. En fin, un lío. Un puñetero y
enrevesado lío, lo miren por dónde lo miren.
Mientras
tanto, por aquí, Puigdemont está tocando a rebato. Veremos a ver qué pasa.
Cuando se llama al pueblo sin gran necesidad de hacerlo se lleva uno cada
chasco… ¿No podrían estar quietecitos un rato?
Román Rubio
Junio 2017
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