jueves, 29 de junio de 2017

EL VALOR DEL DINERO

EL VALOR DEL DINERO

Nunca entendí bien qué es el dinero. Uno tiene dos cabras. Cambia una de ellas por un costal de harina y tiene una cabra y harina para hacer pan. Así funcionaban las cosas en un mundo ancestral y sencillo, aunque poco práctico. Después se inventó la moneda y el mundo rodó mucho mejor. Por la leche de la cabra te daban unas monedas que tú podías usar para comprarte, digamos, unas alpargatas. El alpargatero, si vendía unos cuantos pares, reunía una cantidad de monedas que le permitían comprar su harina o su pellejo de vino. La moneda solía ser de un metal codiciado por su escasez como oro, plata o bronce, de modo que el material en sí tuviera un valor determinado independiente de la inscripción. Hasta aquí la cosa es más o menos sencilla. Todo empieza a sofisticarse cuando aparece el papel moneda. En vez de monedas de metal escaso y, por tanto, limitado, al alpargatero le dan un papel que dice valer un dírham, un denario, un dólar, una libra o un real de vellón con el que hacer sus intercambios. El valor del billete es solo simbólico, pero el emisor dice imprimir una cantidad equivalente al montante de unas reservas en oro u otras riquezas que físicamente tiene en la bodega, con lo que, supuestamente, puedes canjear el valor del billete por su parte correspondiente de la bodega del emisor (otra cosa es que este se carcajee cuando vayas con el billetito). En su camino a la abstracción desnaturalizada, en un momento dado de la historia, se abandona el llamado “`patrón oro”, lo que viene a suponer algo así como: “mire usted; esto vale diez pavos, no porque haya esa cantidad de riqueza en ninguna bodega sino por la sencilla razón de que usted y yo estamos de acuerdo en que esto sea así y con eso se puede comprar esto y lo otro”. En la actualidad, el billete, el ya de por sí abstracto y quimérico billete, se ha convertido en un apunte, en un miserable, lejano e incorpóreo apunte hecho Dios sabe dónde y propiciado por una banda magnética incorporada a un trozo de plástico del tamaño de una tarjeta de visita. En su empecinado camino a lo etéreo, el dinero está en trance de residir en el móvil pero me temo que este no es sino otro estadio transitorio corto. Más pronto que tarde nuestro crédito y nuestras reservas estarán marcados en el iris de nuestro ojo, que dicen que no se puede falsificar, aunque tú y yo los veamos todos iguales. Ya lo veréis.

Hay un par de noticias que me han hecho reflexionar sobre las extrañas cualidades del dinero. La primera es la naturaleza del dinero digital propiciada por el pago del rescate a las empresas atacadas por los hacker: el bitcoin. ¿Quién habría dado un duro por una moneda virtual, que nadie ha visto y que no emite ningún banco central respaldado no ya por tesoro sino por parlamento o ejército alguno? Yo, desde luego, en mi ciega ignorancia, no habría dado ni un maravedí. Ni tú tampoco lector, no te hagas el listo. Pues bien: el valor de “un” bitcoin se sitúa hoy en día entre 2.400 y 3.000 dólares, lo cual habría justificado, en su momento, la inversión de unos cuantos maravedíes, ¿no creen?

La otra noticia que me ha saltado a la vista es un curioso hecho. Alemania, o más concretamente el territorio alemán de Schleswig Holstein, ha obtenido el permiso del banco central europeo (BCE) para emitir billetes de 0 euros. Sí, sí, lo han leído bien: billetes de valor nulo. Bueno, esto es así con matices, puesto que se venden a 2.5 euros. Como lo oyen: es como los duros a cuatro pesetas, pero al revés. Vas al banco (o donde quiera que los vendan), das 2.5 pavos y te dan un billete que pone 0 euros y con el que no puedes comprar nada en Mercadona. ¿Cómo lo ven? La iniciativa ha tenido tanto éxito que la primera remesa, de 5.000 billetes, se vendió en un día y ya hay en la fotocopiadora una segunda edición que está (creo) toda reservada. Apuesto a que, dentro de unos años, los listillos que se han apuntado ganarán una pasta, haciendo cierto aquello de “dinero llama a dinero”. Yo no pido unos cuantos billetes de esos por perezoso y por no saber cómo hacerlo, con lo que tengo la impresión de estar dejando pasar una oportunidad (otra más). Aquí, como en lo del bitcoin, el que no corre, vuela.


Román Rubio
Junio 2017 

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