martes, 8 de agosto de 2017

TURISMOFILIA

TURISMOFILIA
Condicionado, quizá, por el hecho de que veraneo en un pueblo del interior, de los de boina, botijo y buena agua, tengo que admitir que me sitúo más bien en el bando de los turismófilos que en el de los turismofóbicos, como parece ser el sentimiento generalizado según la matraca de los medios de comunicación. No hay problema: algunos estamos acostumbrados a nadar contracorriente. Aquí, en este pueblo del interior, para bien o para mal, estamos a salvo de la millonada de turistas extranjeros que según los críticos vienen a desnaturalizar nuestro paisaje, usos, costumbres y economía. En vez de las legiones de chicas nórdicas dispuestas a pasarlo bien, tenemos grupos de mujeres locales en babi andando en grupos junto a las acequias que dan  riego a la huerta con un ramito de romero en la mano. Esto obedece a la iniciativa del médico local, que decidió, con  buen criterio, reducir las pastillas del colesterol, la tensión y el azúcar y poner a todas a caminar y familiarizarse con el paisaje de las afueras del pueblo, ignoto para muchas de ellas, acostumbradas como estaban a largas sesiones de brasero y tele. Y yo, qué quieren que les diga: lo que se gana en tranquilidad y autenticidad se pierde en glamour. Como oí decir a aquel viejo sabio: “cuidado con los pueblos de buena agua; suelen ser los más aburridos”. Esta misma mañana, la del colmado se quejaba del “poco turismo” del lugar y el albañil local lamentaba su poca aplicación en la escuela que le había condenado a estar allí, en el secano, trabajando al sol, cuando a él lo que de verdad le gustaría es estar en Ibiza, de vacaciones. La isla se ha convertido en el paraíso soñado de la clase trabajadora que imagina una vida regalada en una cala de aguas claras, buen pescado, cerveza fría y mujeres, a ser posible, sin babi ni tallo de romero (el hecho de que la cerveza esté servida por alguien que tienen que vivir en una furgoneta compartida con otros cuatro a precio de oro es un detalle no relevante que no aparece en el sueño del albañil).

Lo cierto es que la premisa de que España va a recibir este año ochenta millones o así de turistas pudiendo producir un colapso es un hecho que, sin dejar de ser cierto, es engañoso. Como leí en una ocasión en un artículo de Manuel Vicent, España es como una campana vacía en el interior y con Madrid en el centro, que es el badajo. Veamos: Según los últimos datos del INE, referidos al mes de junio de este año, Castilla La Mancha, una extensa región de 79.463 km, que abarca las provincias de Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Toledo había registrado 194.986 pernoctaciones de turistas, tanto nacionales como extranjeros, durante ese mes. En el mismo periodo, Benidorm registró 197.000 (2.000 más), la ciudad de Sevilla 242.000 (47.000 más) y Barcelona 710.000 (casi cuatro veces más). O esto otro: la suma de las pernoctaciones de turistas en Castilla La Mancha, Castilla y León, Extremadura y Aragón, una extensa área de 263.000 km (más de la mitad de España) ascienden a 985.330, que vienen a ser 210.000 menos que los que acogió, ella solita, la primera provincia catalana.
Los números son obstinados y tienden a contradecirse y a enmascarar dogmas como el del mito del gran éxito turístico “español” que se reduce, en realidad, al éxito de la costa (mayormente mediterránea y canaria) al que habría que añadir lugares puntuales como las ciudades de Granada, Sevilla, Toledo, Santiago y Madrid. Incluso dentro de las provincias costeras se reproduce el mismo patrón. No hay más que alejarse del mar una o dos decenas de kilómetros en provincias como la de Valencia o Castellón para encontrarse con cientos de kilómetros cuadrados de terreno poco o nada pisado por el turismo, tal como ocurre en la Celtiberia interior, esa región difusa, con una densidad de población similar a Laponia, conformada  (más o menos) por las provincias de Guadalajara, Cuenca, Soria y Teruel y que reciben, entre todas, una cantidad de turistas mensuales (108.505) inferior a la minúscula Vizcaya (131.244).
No hay, pues, noticias de Arran en Ciudad Real ni se le espera atacando lugares turísticos, como no se conocen en Albacete grupos como CAIN (Comando Artístico Isleño Nihilista), primero porque lo de Isleño suena raro en La Mancha, segundo porque esas pintas que llevan medio hippie con sus sacos en bandolera no son muy apreciadas en el lugar y en tercer lugar porque lo de Nihilista tampoco tiene mucho caché en Albacete y alrededores.

Y me pregunto: si la alternativa es la masificación, la incomodidad, el ruido y los precios absurdos, ¿no consistirá el lujo en tragos de agua fresca del botijo y paseos en babi al atardecer junto a carpetovetónico río cangrejero?

Román Rubio
Agosto 2017


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