TURISMOFILIA
Condicionado,
quizá, por el hecho de que veraneo en un pueblo del interior, de los de boina,
botijo y buena agua, tengo que admitir que me sitúo más bien en el bando de los
turismófilos que en el de los turismofóbicos, como parece ser el sentimiento
generalizado según la matraca de los medios de comunicación. No hay problema:
algunos estamos acostumbrados a nadar contracorriente. Aquí, en este pueblo del
interior, para bien o para mal, estamos a salvo de la millonada de turistas
extranjeros que según los críticos vienen a desnaturalizar nuestro paisaje,
usos, costumbres y economía. En vez de las legiones de chicas nórdicas
dispuestas a pasarlo bien, tenemos grupos de mujeres locales en babi andando en
grupos junto a las acequias que dan riego
a la huerta con un ramito de romero en la mano. Esto obedece a la iniciativa
del médico local, que decidió, con buen
criterio, reducir las pastillas del colesterol, la tensión y el azúcar y poner
a todas a caminar y familiarizarse con el paisaje de las afueras del pueblo,
ignoto para muchas de ellas, acostumbradas como estaban a largas sesiones de
brasero y tele. Y yo, qué quieren que les diga: lo que se gana en tranquilidad
y autenticidad se pierde en glamour. Como
oí decir a aquel viejo sabio: “cuidado con los pueblos de buena agua; suelen
ser los más aburridos”. Esta misma mañana, la del colmado se quejaba del “poco
turismo” del lugar y el albañil local lamentaba su poca aplicación en la escuela
que le había condenado a estar allí, en el secano, trabajando al sol, cuando a
él lo que de verdad le gustaría es estar en Ibiza, de vacaciones. La isla se ha convertido en
el paraíso soñado de la clase trabajadora que imagina una vida regalada en una
cala de aguas claras, buen pescado, cerveza fría y mujeres, a ser posible, sin
babi ni tallo de romero (el hecho de que la cerveza esté servida por alguien
que tienen que vivir en una furgoneta compartida con otros cuatro a precio de
oro es un detalle no relevante que no aparece en el sueño del albañil).
Lo cierto es
que la premisa de que España va a recibir este año ochenta millones o así de
turistas pudiendo producir un colapso es un hecho que, sin dejar de ser cierto,
es engañoso. Como leí en una ocasión en un artículo de Manuel Vicent, España es
como una campana vacía en el interior y con Madrid en el centro, que es el
badajo. Veamos: Según los últimos datos del INE, referidos al mes de junio de
este año, Castilla La Mancha, una extensa región de 79.463 km, que abarca las
provincias de Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara y Toledo había
registrado 194.986 pernoctaciones de turistas, tanto nacionales como
extranjeros, durante ese mes. En el mismo periodo, Benidorm registró 197.000 (2.000
más), la ciudad de Sevilla 242.000 (47.000 más) y Barcelona 710.000 (casi
cuatro veces más). O esto otro: la suma de las pernoctaciones de turistas en
Castilla La Mancha, Castilla y León, Extremadura y Aragón, una extensa área de
263.000 km (más de la mitad de España) ascienden a 985.330, que vienen a ser
210.000 menos que los que acogió, ella solita, la primera provincia catalana.
Los números
son obstinados y tienden a contradecirse y a enmascarar dogmas como el del mito
del gran éxito turístico “español” que se reduce, en realidad, al éxito de la
costa (mayormente mediterránea y canaria) al que habría que añadir lugares
puntuales como las ciudades de Granada, Sevilla, Toledo, Santiago y Madrid.
Incluso dentro de las provincias costeras se reproduce el mismo patrón. No hay
más que alejarse del mar una o dos decenas de kilómetros en provincias como la
de Valencia o Castellón para encontrarse con cientos de kilómetros cuadrados de
terreno poco o nada pisado por el turismo, tal como ocurre en la Celtiberia
interior, esa región difusa, con una densidad de población similar a Laponia,
conformada (más o menos) por las
provincias de Guadalajara, Cuenca, Soria y Teruel y que reciben, entre todas,
una cantidad de turistas mensuales (108.505) inferior a la minúscula Vizcaya
(131.244).
No hay, pues,
noticias de Arran en Ciudad Real ni se le espera atacando lugares turísticos, como no se conocen en Albacete grupos como CAIN (Comando Artístico Isleño
Nihilista), primero porque lo de Isleño suena raro en La Mancha, segundo porque
esas pintas que llevan medio hippie con sus sacos en bandolera no son muy
apreciadas en el lugar y en tercer lugar porque lo de Nihilista tampoco
tiene mucho caché en Albacete y alrededores.
Y me pregunto:
si la alternativa es la masificación, la incomodidad, el ruido y los precios
absurdos, ¿no consistirá el lujo en tragos de agua fresca del botijo y paseos
en babi al atardecer junto a carpetovetónico río cangrejero?
Román Rubio
Agosto 2017
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