sábado, 16 de septiembre de 2017

BARCELONA

BARCELONA
¿Se han parado a pensar cuántas veces han oído la palabra Barcelona en los últimos tres o cuatro meses? ¿Dónde se han metido Bilbao, Valencia, Sevilla o Málaga todo este tiempo? ¿Y Zaragoza? ¿Existe Zaragoza? Sólo Madrid ha aguantado su onza y media de popularidad, y ello, por su papel de némesis de Barcelona. Este año se adelantaron los calores y con ellos el turismo. España empezó a batir records de turistas en el primer semestre del año y Barcelona se situaba entre las ciudades más visitadas de Europa igualando o superando a la mismísima Roma. Comoquiera que las polvaredas siempre traen lodos, llegó el fango de la turismofobia y, si bien es cierto que ciudades como Palma o San Sebastián levantaron tímidamente el dedo, fue Barcelona, de nuevo, la gran protagonista. Con el fenómeno repasamos los barrios del centro: que si el Raval, que si el Born, que si Las Ramblas, y otros no tan céntricos como Gracia, se habrían convertido en algo poco menos que inhabitables -aunque los críticos se olvidaba, deliberadamente, de explicar el deterioro del que estos barrios venían-. Gracias a la alarma levantada por los grupos antiturismo, los ciudadanos de Albacete, Zamora o Ciudad Real se enteraban de que El turisme mata els barris y miraban perplejos como la capital catalana invitaba a marcharse a los turistas con su Tourist go home, les insultaban con su All tourist are bastards o (y este es mi favorito) les amenazaban sarcásticamente con una cacería con su Why call it tourist season if we can´t shoot them? (¿por qué le llamamos la temporada del turista si no podemos dispararles?)

Unas cosas llevan a otras y empezaron las huelgas de los servicios de control en el aeropuerto de Barcelona. Si el año anterior fue Vueling y su codicia lo que colapsó el aeropuerto dando la tabarra en el telediario, este año fue Eulen la empresa encargada de recordarnos que, junto a Barcelona, hay una localidad llamada El Prat compartiendo con la capital el nombre del aeropuerto y con Cornellá el campo del Espayol. Bueno, Eulen, los sindicatos, Aena, los mediadores y la retahíla de alcaldes, ministros, subsecretarios, consellers y parlamentarios de uno u otro pelaje.

Andábamos en medio del tostón aeroportuario cuando la ciudad, esta vez de manera luctuosa y sin siquiera merecerlo, sufrió el atentado terrorista que la situó tristemente junto a Niza, Berlin, Madrid, París, Bruselas y alguna otra en el grupo de las víctimas, copando, como es natural, las cabeceras de los noticiarios del mundo conocido. Tenía que ser este verano. Es innecesario recordar todas las manifestaciones de conduelo, procesiones, pitadas al Rey y a quien pasara por allí que no vistiera barretina.
Llegó septiembre y  me fui una semana fuera del país, a un lugar muy, muy al norte de Europa. Con el alivio que supuso el reencuentro con la hierba mojada, el olor a bosque y la niebla húmeda que parece que nace del suelo hacia arriba, creí descansar de la obstinada presencia de la luminosa ciudad. No fue así, o no del todo. Comoquiera que fui a visitar a familiares y amigos, los nombres de Barcelona y Cataluña ocuparon, inevitablemente, una parte nada desdeñable de las conversaciones de sobremesa.
A la vuelta me esperaba la Diada, y otra vez la ciudad se apropió de las horas de radio, las imágenes de los noticiarios televisivos y las conversaciones familiares, vecinales, del trabajo y de amigos. Barcelona, Barcelona, Barcelona. Su equipo, el Barça, no quiso quedarse al margen de la orgía mediática y se mostró en el verano débil, roto, como en descomposición, como queriendo que se hablara de él, hasta que Messi, como ocurre casi siempre, decidió despertar y poner las cosas en su sitio.

Y lo que nos queda.

No es que piense que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero yo, que no soy un chaval, tengo recuerdos de otra Barcelona, no sé si más exitosa pero sí más amable y, en mi opinión, interesante. Recuerdo una Barcelona del comic de “línea chunga” como El Víbora y Makoki, y línea clara como Cairo, de los tebeos de risa de Bruguera, de Nazario y sus disparatadas y libertinas Ramblas, de Mariscal, de Biscúter yendo a comprar pescado y verduras al Mercado de la Boquería para que su jefe y mentor, Carvalho, lo guisara en su casa de Vallvidriera mientras encendía el fuego con las páginas de cualquier libro de Lacan. La Barcelona de Pijoaparte y sus aventuras por la zona alta, lugar en el que nunca se le esperó, la ciudad de las grandes editoriales en lengua castellana a la que los grandes de la literatura hispanoamericana acudieron a abrirse al mundo, la ciudad de los conciertos de rock punteros a la que íbamos los que carecíamos de la oferta y, sobre todo, por encima de todo, a la ciudad sin banderas. ¡Dios, cómo afean las banderas a las ciudades! ¡Cómo las rebajan de categoría!


Román Rubio
Septiembre 2017

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