Hubo, no hace
mucho, un mundo anterior al localizador del teléfono móvil y la existencia de
las innumerables cámaras de tiendas, bancos, tráfico, etc. en que a los
delincuentes se les pillaba por descuidos: una colilla abandonada en el lugar
del suceso con restos de carmín, una receta médica, un estadillo bancario o una
nota de la tintorería que caían inadvertidamente del bolsillo, una bufanda o un
pañuelo olvidados en el atropello del momento y, en ocasiones, el mismísimo
carnet de identidad o de conducir dejaban a la policía el crimen medio
resuelto. Eran fallos del delincuente que le podían costar media vida entre rejas,
que alimentaban las tramas de las novelas policiacas y daban vidilla a las
crónicas de sucesos.
Los espías,
antes de que su trabajo se limitara al control de la Red, también cometían fallos: se delataban a la
hora de reportar costumbres locales o datos en millas, galones, onzas, chelines
y peniques, medidas con las que solo los anglosajones están familiarizados. En
un mundo de impostura como es el del espionaje, las metamentiras (mentiras
sobre las mentiras) han sido el pan de cada día, tal y como cuenta
magistralmente Graham Greene en sus novelas: recuerden la de Nuestro hombre en La Habana: un hombre,
sin pretenderlo, se ve arrastrado al mundo del espionaje en la Cuba de
Bautista. El tipo, sin ninguna aptitud para el desempeño, empieza a enviar a
Londres planos de las aspiradoras que vendía como si fueran bases o armas
secretas. La ineptitud del servicio de inteligencia británico y la
imposibilidad de reconocer su inoperancia hacen que, no solo no se castigue al
sujeto sino que se le fiche como adiestrador de espías y se le condecore por
los servicios prestados.
La cuestión
catalana nos ha brindado también su pequeño inquietante y divertido asuntillo
de espías. Divertido no por el asunto en sí, ya que se trata del luctuoso
atentado de La Rambla, sino por el tratamiento que se ha hecho de la gestión por
las distintas fuerzas políticas y policiales, los gobiernos catalán y español y
los medios de comunicación afines a uno y otro bando.
Veamos: Según
publicó El Periódico y –presuntamente- con el objetivo españolista de
desprestigiar la gestión de los Mossos, la CIA habría advertido en un
comunicado de finales de mayo de la posibilidad de una acción terrorista del
ISIS contra lugares singulares de Barcelona citando, explícitamente, La Rambla.
Hasta aquí, nada que objetar. Serán lo Mossos quienes tengan que decir si esto
fue o no así y sus implicaciones. El comunicado en sí parece auténtico para
quienes no estamos familiarizados con este tipo de notas. El lenguaje tiene ese
tufillo de despacho oficial y el estilo que los de a pie suponemos que tienen
los escritos de las agencias estatales. Ahora bien, hay un elemento muy
pequeño, casi inapreciable, pero extraordinariamente discordante en la misiva
que puede pasar desapercibido en una primera lectura y que Assange (como
angloparlante nativo) detectó enseguida, poniéndonos sobre aviso: el uso de la
comilla española (« ») en lugar de la
comilla inglesa (“ “).
Las comillas
llamada españolas, latinas, francesas, bajas, angulares, de pico o de sargento
(« ») no vienen en el teclado. Probablemente, lector, si no eres un editor o
has estado vinculado al mundo de la edición profesional, desconocerás que se
materializan con Alt174 y Alt175 en el
teclado convencional. A pesar de las recomendaciones de la RAE cada vez se usan
menos, siendo desconocidas en el mundo anglosajón. La comilla angular, latina o
española, por no aparecer en el teclado,
ha desaparecido casi por completo; no solo en el mundo digital sino en
el de la prensa escrita, como son los periódicos de papel. Únicamente se
mantiene en los libros, y de estos, los que se publican en España puesto que
los de Latinoamérica, muy influenciados por la edición estadounidense, tienden
a sustituir la comilla española por la inglesa que, por otra parte, tal y como
reconoce la misma RAE, es una elección tipográfica sin diferencia ortográfica
alguna.
Por todo esto
me resulta difícil imaginar a un tipo de Langley, Virginia, que supuestamente
nunca ha visto una comilla angular pulsar el Alt174 para abrir un
entrecomillado cuando tiene a golpe de dedo la (“) al que está acostumbrado y
que significa exactamente lo mismo. Pero, en fin, se trata de espías y estos,
ya se sabe, pueden hacer cualquier tontería con tal de (no) llamar la atención.
Los de Madrid, con tal de confundirnos, quieren hacernos creer que son de
Langley y estos, de Madrid.
Román Rubio
Septiembre
2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario