martes, 12 de septiembre de 2017

COMILLAS ESPAÑOLAS

                                                         COMILLAS ESPAÑOLAS
Hubo, no hace mucho, un mundo anterior al localizador del teléfono móvil y la existencia de las innumerables cámaras de tiendas, bancos, tráfico, etc. en que a los delincuentes se les pillaba por descuidos: una colilla abandonada en el lugar del suceso con restos de carmín, una receta médica, un estadillo bancario o una nota de la tintorería que caían inadvertidamente del bolsillo, una bufanda o un pañuelo olvidados en el atropello del momento y, en ocasiones, el mismísimo carnet de identidad o de conducir dejaban a la policía el crimen medio resuelto. Eran fallos del delincuente que le podían costar media vida entre rejas, que alimentaban las tramas de las novelas policiacas y daban vidilla a las crónicas de sucesos.

Los espías, antes de que su trabajo se limitara al control de la Red,  también cometían fallos: se delataban a la hora de reportar costumbres locales o datos en millas, galones, onzas, chelines y peniques, medidas con las que solo los anglosajones están familiarizados. En un mundo de impostura como es el del espionaje, las metamentiras (mentiras sobre las mentiras) han sido el pan de cada día, tal y como cuenta magistralmente Graham Greene en sus novelas: recuerden la de Nuestro hombre en La Habana: un hombre, sin pretenderlo, se ve arrastrado al mundo del espionaje en la Cuba de Bautista. El tipo, sin ninguna aptitud para el desempeño, empieza a enviar a Londres planos de las aspiradoras que vendía como si fueran bases o armas secretas. La ineptitud del servicio de inteligencia británico y la imposibilidad de reconocer su inoperancia hacen que, no solo no se castigue al sujeto sino que se le fiche como adiestrador de espías y se le condecore por los servicios prestados.

La cuestión catalana nos ha brindado también su pequeño inquietante y divertido asuntillo de espías. Divertido no por el asunto en sí, ya que se trata del luctuoso atentado de La Rambla, sino por el tratamiento que se ha hecho de la gestión por las distintas fuerzas políticas y policiales, los gobiernos catalán y español y los medios de comunicación afines a uno y otro bando.
Veamos: Según publicó El Periódico y –presuntamente- con el objetivo españolista de desprestigiar la gestión de los Mossos, la CIA habría advertido en un comunicado de finales de mayo de la posibilidad de una acción terrorista del ISIS contra lugares singulares de Barcelona citando, explícitamente, La Rambla. Hasta aquí, nada que objetar. Serán lo Mossos quienes tengan que decir si esto fue o no así y sus implicaciones. El comunicado en sí parece auténtico para quienes no estamos familiarizados con este tipo de notas. El lenguaje tiene ese tufillo de despacho oficial y el estilo que los de a pie suponemos que tienen los escritos de las agencias estatales. Ahora bien, hay un elemento muy pequeño, casi inapreciable, pero extraordinariamente discordante en la misiva que puede pasar desapercibido en una primera lectura y que Assange (como angloparlante nativo) detectó enseguida, poniéndonos sobre aviso: el uso de la comilla española  (« ») en lugar de la comilla inglesa (“ “).

Las comillas llamada españolas, latinas, francesas, bajas, angulares, de pico o de sargento (« ») no vienen en el teclado. Probablemente, lector, si no eres un editor o has estado vinculado al mundo de la edición profesional, desconocerás que se materializan  con Alt174 y Alt175 en el teclado convencional. A pesar de las recomendaciones de la RAE cada vez se usan menos, siendo desconocidas en el mundo anglosajón. La comilla angular, latina o española, por no aparecer en el teclado,  ha desaparecido casi por completo; no solo en el mundo digital sino en el de la prensa escrita, como son los periódicos de papel. Únicamente se mantiene en los libros, y de estos, los que se publican en España puesto que los de Latinoamérica, muy influenciados por la edición estadounidense, tienden a sustituir la comilla española por la inglesa que, por otra parte, tal y como reconoce la misma RAE, es una elección tipográfica sin diferencia ortográfica alguna.

Por todo esto me resulta difícil imaginar a un tipo de Langley, Virginia, que supuestamente nunca ha visto una comilla angular pulsar el Alt174 para abrir un entrecomillado cuando tiene a golpe de dedo la (“) al que está acostumbrado y que significa exactamente lo mismo. Pero, en fin, se trata de espías y estos, ya se sabe, pueden hacer cualquier tontería con tal de (no) llamar la atención. Los de Madrid, con tal de confundirnos, quieren hacernos creer que son de Langley y estos, de Madrid.

Román Rubio

Septiembre 2017

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