martes, 19 de septiembre de 2017

RUIDO BLANCO

RUIDO BLANCO
En todos los claustros hay algún personaje peculiar. Recuerdo a una profesora –llamémosle Nuria, en beneficio del argumento- que era un poquito, digamos, inestable. En una ocasión, estando solos en la sala de profesores en funciones de guardia, empezó a corretear  por la sala dando saltos y agitando los brazos como un pajarito explicándome no se qué sobre la danza, mientras yo la observaba cortés y azorado.  La sala tenía grandes ventanales y los vecinos de la finca de enfrente parecían estar muy distraídos con las evoluciones danzantes de la profesora de sus hijos, cosa que a ella parecía no importarle en absoluto. Las conversaciones con la compañera, cualquiera que fuera el comienzo, siempre acababan con su amarga queja acerca de sus vecinos. Según ella, le hacían la vida imposible: que si la ropa tendida, que si la basura, el correo y otras menudencias comunes a todos los conflictos vecinales; pero ella, invariablemente, añadía una circunstancia inédita: los vecinos la atacaban con “ruido blanco” que supuestamente introducían, bien a través de los tabiques o por la instalación eléctrica. ¡Y yo que creía que el ruido blanco era un zumbido que servía para dormir! La profesora explicaba que, de manera  intencionada, y con el objeto de fastidiarla, los malvados vecinos introducían en su casa unos sonidos indetectables, de misteriosa frecuencia, que la volvían loca (como si ella necesitara de estímulos exteriores) y le producían insomnio y otras molestias físicas y psíquicas. Al final del curso, afortunadamente, la mujer había encontrado otro piso para vivir y hasta tenía comprador para el suyo (el de los ruidos) con lo que imagino que ahora será mucho más feliz, a salvo de los misteriosos y molestos ruidos blancos y los pérfidos vecinos.
Los compañeros, como es natural, nos tomábamos a cachondeo lo de los ruidos de la profe y hacíamos chanza de ello dándole la misma credibilidad que dábamos a las caras de Bélmez o a la entrevista de Moisés con Yaveh en el Sinaí, (excepto el profe de Religión que le daba menos).

He vuelto a recordar a mi simpática compañera a causa del “incidente” diplomático de La Habana. Al parecer, los funcionarios de Estados Unidos en Cuba están sufriendo o han sufrido un “ataque sónico” por sonidos de muy alta o muy baja frecuencia, inapreciables para el oído humano y que hace enfermar a las personas que se ven sometidas a ellos. Como consecuencia, 21 funcionarios estadounidenses y cinco canadienses y sus familiares  han tenido que ser evacuados del país y llevados de vuelta a casa por enfermar de manera inexplicable. Los sujetos se han visto afectados por síntomas como daños en el sistema nervioso, lesiones auditivas, pérdida de memoria, lagunas de vocabulario y otras afecciones como mareos y vómitos. Más o menos, como mi entrañable y algo alocada colega.
Si las causas cubanas parecen estar determinadas (¡ataque sónico!), la autoría no parece estarlo tanto, pues no beneficia al Régimen -que tiene una relación escabrosa con la Administración Trump-, con lo que se baraja la posibilidad de que sea un sector del aparato hostil a las relaciones con los EEUU, en solitario o en connivencia con potencias extranjeras como Rusia, Irán o Corea del Norte. De momento, no consta que se haya culpado (todavía) a Maduro, ETA, el Servicio Secreto marroquí, Junqueras o Rubalcaba.

En fin, nada que no se arregle con unos pasitos de baile a la vista de los vecinos.


Román Rubio
Septiembre 2017

No hay comentarios:

Publicar un comentario