CASAS Y COSAS
La inspección
de vivienda de Londres ha detectado un caso de un tipo que vive de alquiler en
el armario del hueco de la escalera que contiene el contador del gas y podría
ser el cuarto de las escobas. El armario, sin ventilación alguna, viene a ser
de uno por dos metros, espacio justito para extender un colchón. Por el hueco,
los inspectores afirman que el hombre pagaba £250 (unos 280€) al mes, precio
por el que el infortunado individuo podría alquilar un caserón con seis u ocho
habitaciones cámara y corral en cualquier poblacho de la España interior
semivacía. Es lo que tiene el capitalismo.
En la misma ciudad de Londres, la autoridad local de
Hackney, en el noroeste de la capital, construye una promoción a la que
califican de religion-friendly, en
este caso para judíos ortodoxos. Los apartamentos tienen rasgos distintivos: cocinas
adaptadas para seguir el precepto kosher,
una amplia terraza en la que los habitantes pueden montar sus tiendas y poder,
en ellas, comer y rezar para celebrar la fiesta del tabernáculo y mi favorito:
el ascensor tiene no se qué dispositivo que permite ser usado incluso en Sabbath,
día en el que, al observante ortodoxo, no le es permitido manipular aparato
alguno. ¿Cómo lo hacen? No me lo pregunten: el artículo de The Guardian no acertaba a explicaban qué tipo de mecanismo usa el
ascensor para ejecutar las órdenes sin
que el fervoroso individuo apriete el botón. Tecnología al servicio de lo
celestial.
En el País Vasco se han adaptado los servicios de
algunas facultades universitarias para el uso de las personas “no binarias”. O
mejor dicho, su señalización. Unas simpáticas señales con tres muñequitos, uno
con pantalón, otro con falda y otro
mitad pantalón y mitad falda señalan el uso unitario del servicio para todos
que, según la Vicerrectora de Innovación, Compromiso Social y Acción Cultural de
la UPV (hay empleos y empleos), son tres: masculino, femenino y no binario.
Adoro el término: es ocurrente, clarificador (para quien no sepa muy bien en
qué bando está) y coherente con el lenguaje computacional. Si con ceros y unos
se ha llegado a hacer una revolución tecnológica, qué no será con un tercer
género “no binario”. Con todo, no veo necesidad de tanto muñequito: con el de
hombre y mujer en la misma puerta no creo que hubiera equívoco alguno sobre
dónde entrar uno a hacer sus necesidades.
Ni veo la utilidad de un vicerrectorado para tan peculiar cometido, si me
preguntan. Más bien, añadir un tercer género con tan ocurrente nombre no hace
sino aumentar la confusión. En mi compañía de la mili teníamos a La Veneno,
recluta adorado y protegido por todos, que cogía el fusil con mucho garbo y que
sabía, perfectamente bien, cuántos géneros hay en el ámbito de los humanos. Y
nunca necesitó una señal específica en el váter para saber adónde debía ir.
En las prisiones uno se hospeda de manera involuntaria. Lo malo es que hay que compartir habitación,
de unos doce metros cuadrados, con otro recluso, lo que puede ser una tortura
si el compañero es de ver televisión todo el día. En la de Soto del Real,
hoguera de las vanidades de este país, un recluso, al que le había tocado
compartir habitáculo con un tal Jordi,
pidió el cambio de celda para evitar que el tipo le diera la matraca con
la independencia de Cataluña. ¡Ya está bien, hombre! ¡Que lo liberen! Una cosa
es pagar la condena con cárcel y otra
verse sometido al inclemente bombardeo. La compañía de un tipo como Bárcenas, en
cambio, habría sido bienvenida, aunque ronque. Siempre aprendería uno algo. Se
entra al trullo por robar gallinas y se sale con un máster en comisiones y
plusvalías. Y con relaciones.
¿Y el menú? Pues es el siguiente: para desayunar
churros y café con leche. Para comer, pasta boloñesa y tortilla y para cenar
gazpacho y alitas de pollo. Convencional, sencillo y nutritivo.
Román Rubio
Noviembre 2017
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