SERIES
A Eva-Bocadosdemadriz
Acabo de descubrir a mi alma gemela. Se llama Eva
(creo) y escribe el blog Eva-Bocadosdemadriz. Lo pueden encontrar en el
Hufftington Post. ¿Y qué me hace sentir tan cercano? Pues ha subido un último
post titulado: “Confesión arriesgada: no veo series”, lo cual la convierte en
una persona singular; como ella misma dice, como si estuviera “poseída por una
anciana”. Yo, debo confesar, soy mayor que mi idolatrada Eva, con lo que mi
vida al margen de las series televisivas tiene menos mérito que en una persona
que se dice “marketiniana por profesión,
cronista de Madrid por vocación”. Aunque no crean: la mayoría de mis amigos
(más o menos, personajes del Antiguo Testamento, como yo) son adictos
seguidores de la ficción televisiva por capítulos de los que hasta Carlos
Boyero (aún más antiguo y cascarrabias que uno) se confiesa ferviente seguidor.
¡Qué alegría da encontrarse con alguien que te hace
sentir un poquito menos raro! He preguntado
a Google por ella, temiendo descubrir a alguien con aspecto retraído, esquivo y
anacrónico. Nada de eso. Para mi sorpresa se trata de una mujer joven,
atractiva y rabiosamente moderna que escribe un estupendo blog sobre la ciudad
que ama y habita y que por edad y filiación debería estar en el bando de los series-lovers.
Mi musa, como yo, dice encontrarse desplazada en las
conversaciones de amigos que empiezan por “¿y tú qué estás viendo ahora?” A
partir de ese momento se queda callada, como yo, mientras nos enteramos de las
últimas traiciones de Juegos de Tronos, las últimas conspiraciones del
matrimonio Underwood, o de los sucios asuntos de los bajos fondos de Baltimore,
New Jersey o Luisiana. Y que conste que yo lo he intentado. No muchas veces ni
con mucha convicción, pero lo he hecho. En una ocasión, tras leer la estupenda
novel de Michael Dobbs, The House of
Cards, que narra las intrigas ficticias sobre la sucesión de la caída del
Primer Ministro británico, me enchufé a la serie americana protagonizada por
Kevin Spacey y Robin Wright. A pesar de los innegables aciertos del relato y
puesta en escena impecable lo dejé, harto de un argumento inflado hasta la
hipérbole para contar en trescientos capítulos lo que se puede contar en tres.
En otra ocasión lo intenté con The Crown,
estupenda serie inglesa sobre la Casa Real británica y ahí sí que conseguí
verlos todos (ocho o nueve), aunque un poco como quien toma aceite de ricino a
partir del tercero.
Somos pocos, pues, quienes no vemos series, aunque
conozcamos de oídas y de leídas la transformación del profe de química de
Albuquerque (New Mexico) y la idea de la justicia de Toni Soprano o Pablo
Escobar.
Hace poco que un amigo me hizo la pregunta
inquietante de si me consideraba un hombre de mi época, comentario inducido
por, aunque no solo, mi ignorancia de las series. Le contesté que sí, por
supuesto; pero el tema me dio que pensar. ¿Soy alguien de mi época? ¿Pertenece
a esta época alguien que no ve series? Hablo dos lenguas además de la mía
propia, una de ellas la considerada como lingua
franca, a la que no quiero nombrar y que muy pocos de mi generación dominan
y soy un entusiasta de Ryanair y de Internet. Vale, le tengo manía a Apple y no
compro nada de esa marca, pero, por el contrario, amo la Wikipedia y Google.
Soy refractario a los gimnasios y piscinas públicas y lo más cerca que he
estado de una estrella Michelin fue una vez que cambié una rueda de mi coche, pero me gusta la
fabada y bañarme en el mar y en las pozas de los ríos. Amo la agricultura,
andar por el campo y montar en bici. ¿Raro?, ¿quién dijo raro? Solo soy alguien
muy, pero que muy moderno, aunque con sus manías. Como todos.
Recibe mis más afectuosos saludos, Eva. Desde que he
sabido de ti, me siento más acompañado. Te leeré a partir de hoy. Y si alguna
vez llego a conocerte en persona (cosa que me encantaría) hablaremos, pero no
de series. O sí, quién sabe.
Román Rubio
Noviembre 2017
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