ESTÚPIDOS
Recuerdo un dicho que mi padre solía repetir a
menudo: “Es mejor tratar con un pillo que con un tonto”. No sé en qué casos
concretos pensaba el hombre cuando pronunciaba su sentencia, aunque soy capaz
de imaginar algunos. De pillos y de tontos.
El filósofo italiano (historiador económico, según
la Wikipedia) Carlo Cipolla (1922-2000), sin conocer a mi padre ni a ningún
otro personaje de mi pueblo (que a mí me conste), formuló la idea del tonto y
el pillo de manera ingeniosa, divertida elegante y más elaborada en su obra de
1988 Allegro ma non troppo, en lo que
él llamó “Teoría de la estupidez”. La idea se enmarca dentro del utilitarismo,
corriente filosófica mayoritariamente inglesa, cuyo máximo exponente es Jeremy
Bentham y que, de manera muy esquemática, afirma que la mejor acción es la que
maximiza la utilidad, en términos de bienestar de los seres humanos, haciendo
buena la máxima de “el máximo bienestar para el máximo número de personas”. Por
alguna razón –y permitan una pequeña desviación del argumento principal- a
menudo, la anécdota de la momia de Bentham sale a colación en algunas
sobremesas familiares en las que coincido con cierto familiar que se declara
fan del utilitarismo inglés y de Bentham, cuya cabeza se momificó a su muerte,
se compuso el cuerpo con paja, se le vistió, se le metió en una urna y se le
declaró miembro permanente -presente, pero sin voto- del claustro del University College de
Londres adonde se le ha llevado en su urna a presidir algunas de las sesiones
de claustro. La cabeza, tras un macabro deterioro, consecuencia de una
momificación chapucera, fue sustituida finalmente por una de cera. Pero eso es
otra historia.
Volviendo a Cipolla: su interesante teoría de la
estupidez sigue cinco leyes:
1.- Se subestima el número
de estúpidos en circulación.
2.- La probabilidad de que
una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de
la misma. Esto es
importante. La estupidez está desligada de la capacidad intelectual, por ejemplo.
Se puede ser lerdo o una lumbrera y ser estúpido a la vez.
3.- La persona
estúpida causa daño a otras personas sin obtener beneficio para sí misma.
4.- Se subestima el
potencial dañino de los estúpidos.
5.- La persona estúpida es
la más peligrosa que puede existir. Y ahí, coincide 100% con la idea de mi padre. El malvado perjudica al semejante pero, al
menos, se beneficia él, con lo que la cantidad de bien en el mundo viene a ser
la misma, aunque cambia la propiedad.
Las personas quedan clasificadas pues en cuatro
grupos que se distribuyen de acuerdo a los ejes de beneficio o perjuicio propio
y ajeno. Los “Inteligentes” tienen la cualidad de beneficiar a los demás al
tiempo que a sí mismos, los “Incautos” benefician a los demás mientras se
perjudican a ellos mismos, los “Malvados” actúan en beneficio propio
perjudicando a los demás y, los peores de todos, los más perniciosos para la
sociedad: los “Estúpidos”, que son los que, con sus acciones, no hacen sino
obtener su propio perjuicio y el de los demás. Todos salen perdiendo.
Sugiero, como un juego, que hagan una lista de sus
familiares y conocidos e intenten situarlos dentro del gráfico, teniendo en
cuenta que los ejes implican categorías cuantitativas y no sólo cualitativas,
es decir, uno puede ocasionar “mucho” o relativamente “poco” perjuicio propio o
ajeno y, por lo tanto, puntuar “mucho” o “poco” en tal ordenada o abscisa.
Después, háganlo con personajes públicos. Con Trump, por ejemplo, que me sale
claramente en el campo de los malvados. El perjuicio que consigue (véase el
último de ellos, declarando a Jerusalén capital de Israel) siempre es para
obtener réditos políticos. Intenten colocar en el gráfico a los líderes
independentistas catalanes: han logrado agrandar la brecha entre los ciudadanos
hasta conseguir un clima irrespirable exacerbando, de paso, el nacionalismo
español; han logrado la intervención de la Autonomía catalana, el
empobrecimiento (muy leve, de momento, es cierto) de su propia tierra y en el
plano personal, la cárcel, el exilio y un más que incierto rédito electoral.
Por ahora.
Juzguen ustedes.
Román Rubio
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