¿ODIO? ¿QUÉ ODIO?
Me cae bien Iceta y entiendo que en esta guerra de
barricadas despierte odio en algunos por intentar introducir templanza,
moderación y concordia en donde no hay sino sentimientos antagónicos viscerales
y de trinchera. Por esa razón no me gustó nada el comentario en Twitter del
profesor de la Universidad de Barcelona y Director del Centro de Nanociencia y
Nanotecnología Jordi Hernández Borrell, en el que acusaba al político de ser un
impostor, un ignorante, un demagogo, de vivir 30 años a cuenta del partido, de
bailar al son de C’s y PP, de ser un ser repugnante y de “tener los esfínteres
relajados” aludiendo a la confesa condición de sarasa del ciudadano socialista.
Por cierto, que en Twitter, el profesor borra el Hernández y se hace llamar, de
manera significativa, Jordi Borrell, desprendiéndose así del incómodo, vulgar
apellido, testimonio molesto de toda una estirpe impura de sangre.
Ya digo, lo lamento, mayormente por el aprecio que
le tengo al socialista, lo que, obviamente, no es compartido por todos, pero,
la verdad, tampoco veo que sea como para que el autor del tuit se haya visto
forzado a dimitir de su puesto y de que la Fiscalía inicie acciones contra él
por un delito de incitación al odio. ¿Odio? Ya está bien con la historia del
odio. Es malo, es corrosivo, sobre todo para el que lo siente, es deleznable y
denigra y amarga al que lo ejercita creándole mala sangre, pero, por favor, no
es delito, excepto en casos que conduzca a violencia explícita. En este, desde
luego, no lo veo por ningún lado. Para empezar, se acusa de homófobo al
profesor por la sola alusión a los esfínteres. ¿Cómo sabemos que es
homófobo (que siente aversión hacia la
homosexualidad)? ¿Acaso sabemos si tiene
un hijo, un hermano, un alumno querido o dos colaboradores a los que adora o
alguno de sus mejores amigos entre las personas de sexo no binario -como gustan
de llamarle algunos a la sexualidad difusa, confusa y hasta profusa-? ¿Por qué
hay que concluir que es homófobo alguien que hace ese comentario irónico de
baja intensidad sin siquiera conocerle? Por otra parte, el profesor publicó una
disculpa impecable vía Twitter –el mismo canal que usó para la ofensa- dirigida
a la persona de Iceta y otra a la Universidad de Barcelona reconociendo su
error y su falta de tacto en la misiva contra el político. ¿Qué más quieren? Ni
la falta era tan grave como para forzar la dimisión de alguien ni tiene relación alguna con la tarea
científica por la que le pagan.
Amor, desde luego, no se apreciaba en el mensaje,
eso es cierto; como tampoco lo había en las calles de Bruselas adonde miles de
personas fueron a pregonar su odio ancestral a España de manera desleal acusando de fascista a un régimen que protegió
su estado de derecho ante las tropelías de algunos (muchos) irresponsables. ¿Sabrán lo que es fascismo o
lo hacen solo por ignorancia y/o maledicencia?
Tampoco se apreciaba amor alguno entre quienes cantaban “a por ellos” cuando salía la
Guardia Civil a participar en el aborto de un referéndum inane, inútil, ilegal
e inofensivo.
Ni en quienes han dicho a los catalanes “a mí
hábleme en cristiano” aprovechando un contexto de ventaja geográfica,
administrativa o de poder (como la mili, por ejemplo).
En este escenario de odios vociferantes rompo una
lanza por Iceta, un tipo conciliador y, en apariencia, honesto cualquiera que
sea el trato que le dé a sus esfínteres. Y al otro, al profesor, que le dejen
en paz. Se ha disculpado. A las personas de buena voluntad, como Iceta, debería
bastarles.
Román Rubio
Diciembre 2017
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