OBITUARIOS: LOS GUAPOS TAMBIÉN MUEREN.
Los lectores jóvenes desconocen el dato, pero hubo
un tiempo en que en mi país, ¿España?, se escuchaba música francesa e italiana
además de la de cosecha propia y de, por supuesto, la que venía del Reino Unido
y los Estados Unidos. Lamentablemente
esto se ha perdido, a pesar del advenimiento de la Unión Europea. Cada país
tiene su propia música coexistiendo con la anglosajona que es compartida por todos
al tiempo que se ignora la del vecino. Había cantantes melódicos como Adamo (Aline..), Françoise Hardy (Tous les garçons et les filles…),
Domenico Modugno (La lontananza…),
Iva Zaniccchi (La riva bianca la riva
nera…) y la gran Mina (Parole parole…) Y cantautores como George Brassens (La mauvaise reputation…), Jacques Brel (Ne me quitte pas…), Franco Batiato (Centro di gravità permanente…) o
Moustaki (Le métèque…) que
traspasaban las fronteras. Y había también rockeros, a lo Elvis. Diríase que
cada país tenía su propio Elvis. Los italianos, a su Adriano Celentano,
los españoles,
a un chaval de Xátiva, el gran Bruno Lomas, muerto en accidente de coche en los
alrededores de Valencia
y los franceses, bueno, los franceses tenían a
Johnny Hallyday, que murió el pasado martes a los 74 años en su casa de los
alrededores de París.
En 1965, Johnny, de inmensa popularidad en Francia,
se casó con otro mito de la canción francesa: Silvie Vartan, matrimonio que
duró hasta 1980. Formaron, en la época, una pareja de popularidad equiparable a
la de Sarkocy y Carla Bruni, Rainiero y Grace Kelly o John y Jackie Kennedy.
La popularidad del personaje nunca decayó. Al menos,
no en Francia, en donde fue un ídolo hasta su muerte. Hizo algunas incursiones
interesantes en el cine como la película de principios de los 80 El hombre del tren.
Esta misma semana ha fallecido en Inglaterra otro personaje del blanco y
negro. Se trata de Christine Keeler, también a los 74 años, la corista que, con sus relaciones íntimas
provocó un cataclismo en la sociedad inglesa de los años sesenta en lo que se
conoce como el caso Profumo.
John Profumo era el Ministro de la Guerra del
Gobierno conservador de Su Majestad y tuvo un romance con la showgirl a la que reconoció haber
conocido en un club del Soho londinense. La cosa no parece tener más relevancia
si no fuera porque, de manera simultánea, la chica también tuvo encuentros de
carácter “íntimo” con Yevgeny Ivanov, Agregado Naval de la embajada soviética
en Londres y reconocido espía sometido a la discreta vigilancia del MI5. Y todo
esto, en el momento álgido de la Guerra Fría y la carrera armamentística entre
el mundo occidental y el soviético que había vivido el año anterior la crisis
cubana de los misiles. Tras negar el
ministro Profumo en sede parlamentaria cualquier conducta impropia con la dama
(no impropriety whatever) y
demostrarse lo contrario, provocó su dimisión y a los pocos meses, la caída del
gobierno del conservador Harold MacMillan.
La foto más famosa de Christine Keeler es, sin duda,
la de la silla, pero, la de su comparecencia al juicio del que salió con una
discreta condena por perjurio es muy esclarecedora de los sentimientos que
provocó en el público inglés de la época. Vean con qué avidez sometía el
público, especialmente las mujeres, a la showgirl
a un minucioso examen. En sus miradas se adivina curiosidad, ánimo de venganza,
admiración. Es notoria, también, la dignidad con la que la mujer se conduce
frente al malsano escrutinio.
Johnny, Christine, descansen en paz. Manuel Marín
también, pero de ese ya han oído hablar bastante. Y tampoco era tan guapo.
Román Rubio
Diciembre 2017-12-06
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