EL OGRO COLOR CALABAZA
Este Trump no defrauda. Sabíamos de su torpeza y arrogancia,
pero este mes anda crecido. Se dedica a entrar con sus zapatones (que dejan a
los del Sabio de Hortaleza al nivel de ligerísimas chanclas playeras) en la
cacharrería del mundo volcando y rompiendo todo lo que se le pone por delante. Con
los tropiezos de sus andares desafiantes y chulescos, eso sí, deja un rastro de
sufrimiento y caos que ni las visitas admonitorias de otros líderes como Merkel
o amistosillas como Macron logran atajar o amortiguar, por mucho que intenten
sacar las ideas de la cabezota anaranjada adornada con amarillo tupé.
El traslado de la Embajada en Israel de los EEUU de Tel Aviv
a Jerusalén ha sido una de esas ideas de la malvada calabaza. Todos los países,
de manera tácita o explícita, decidieron en su día mantener sus embajadas fuera
de Jerusalén con el exclusivo propósito de no hurgar en la herida. La ciudad es
vindicada también por los palestinos como su capital y, dado el carácter sagrado
de la ciudad, decidieron, siguiendo las indicaciones de la ONU, instalar sus
embajadas en Tel Aviv, lo que, además de permitir disfrutar de la playa a los
diplomáticos, contribuye a enfriar la enconada disputa.
Pero Trump no es tipo de paños calientes. ¿Y qué ha
conseguido con su simbólica decisión? Levantar unas protestas que se han
cobrado 62 muertos y más de mil trescientos heridos de bala. Para nada. Y, cuando
el bravucón decide hacer alguna fechoría, siempre saltan solícitos los “pelotas”
a intentar congraciarse. Nada menos que Guatemala, República Dominicana, El
Salvador, Honduras, Panamá y Perú se han declarado candidatos a seguir al
histrión haciendo buena la teoría de Galbraith del caballo y el gorrión: Dale a
comer al caballo bastante avena y algo caerá en el camino (se supone que vía
excrementos) para alimentar a los gorriones. La mayoría de los países
(incluidos los europeos) se mantuvieron fuera de la criminal pantomima y no
fueron al acto del traslado que tanto sufrimiento ha provocado. Bueno, los
europeos exceptuando a Rumanía, Hungría, Austria, y República Checa. Imaginamos
al expresidente Aznar ofendido al ver que su amada España no estaba ahí para
respaldar al bravucón.
En el mismo mes de María y de las flores el cowboy de Park Avenue decidió abandonar
el pacto nuclear con Irán que limitaba el desarrollo de armamento atómico en
Irán por un periodo de, al menos, diez años a cambio de levantar las sanciones
económicas que asfixiaban al régimen (y a la ciudadanía). El acuerdo era bueno
para el mundo, pero sobre todo era bueno para la población de Irán,
mayoritariamente chiita, que veía aumentada su capacidad de producción y
exportación de petróleo y, por tanto, su nivel de vida. Pero faltaba un
detalle. Ese progreso no era bien visto en la suní Arabia Saudita, temerosa de
cualquier progreso de su odiada rival en la zona.
El resultado es bien sabido. El pueblo iraní seguirá
sufriendo por las sanciones mientras el precio del petróleo ha subido hasta
sobrepasar los ochenta dólares el barril. Como consecuencia, Arabia Saudita, el
resto de los países del golfo y Rusia salen beneficiados. Estados Unidos,
también, porque a partir de estos precios sale rentable la explotación por fracking y los descamisados (como
siempre) salen perdiendo. A España le meten un dedo en el ojo, pero, al fin y
al cabo, no deja de ser una víctima colateral, porque el verdadero objetivo ha
sido (además de complacer al saudita) dar un hachazo a las industrias alemana y
japonesa que tendrán que aumentar precios ya que necesitan importar toda la
energía de los mercados internacionales. La jugada, como ven, por imprudente y
malvada que parezca, no deja de ser interesada. Bruto sí, pero desinteresado y tonto
no parece el monstruo.
Román Rubio
Mayo 2018
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