miércoles, 9 de mayo de 2018

MIREN DEBAJO DE LA ALFOMBRA



MIREN DEBAJO DE LA ALFOMBRA




En mi pueblo todos son buenos. Por decreto. Los malos son los del pueblo de al lado. Los españoles llaman a los ingleses corsarios y piratas. También negreros —dudoso honor que comparten con los holandeses, los portugueses y los franceses—. Para los holandeses, los españoles siempre han sido crueles y sanguinarios (lo que choca con la afición que tienen a venir a comer paellas a tierra tan cruel). Junto con los ingleses, alemanes, daneses y otros muchos proclaman  que los españoles (más, incluso, que la viruela) masacraron a la población indígena americana sin considerar que en dominio español esta sea actualmente notablemente superior en número y mestizaje que en dominio anglofrancés. Además, son fanáticos religiosos, prestos a quemar en la hoguera a aquel que se atreva a poner en duda el misterio de la Santísima Trinidad. Por algo (dicen ellos y no sin algo de razón) fueron alumnos aventajados en aquello de la Santa Inquisición. Como si Juana de Arco y Galileo fueran de Toledo y la represión de los cátaros y los albigenses  (verdadero origen de la Inquisición) se hubiese producido en Extremadura. Los franceses, por su parte, renuncian a reconocer que una parte de su población apoyó el avance alemán en el 39.

 Cada pueblo parece avergonzarse de ciertas cosas de su pasado. Y para ver de conseguir el borrado del imaginario colectivo, ¿qué tal prohibir hablar de ello o incluso meter en la cárcel a quien lo haga?

 Polonia no acepta el uso del término “campos de concentración polacos” para designar a sitios como Auschwitz. Sí, es cierto que para ir a ese lugar hay que ir a Polonia ya que está a unos pocos kilómetros de Cracovia, pero lo de polaco aplicado al campo es ilegal y susceptible de pena de prisión para quien lo haga. Tampoco se puede acusar al país ni a su gente de complicidad con el Holocausto so pena de ser juzgado y llevado a prisión. Así, por decreto, Polonia enjuga la responsabilidad de una posible colaboración con el invasor de algún ciudadano polaco. No solo la culpa es de los nazis (que la tuvieron), sino de los nazis alemanes —o de cualquier otro país que no sea Polonia, vaya—.

Como a prisión ha ido Ursula Haverbeck, alemana de 89 años, conocida como “la abuela nazi”. La causa no ha sido que haya o no cometido crímenes contra la población judía o de cualquier otra etnia durante la guerra, no. Ha sido por mantener que Auschwitz fue un campo de trabajo y no de exterminio. El artículo 130 del Código Penal alemán establece que “quien públicamente o en una reunión niegue, apruebe o minimice un acto cometido durante el régimen nacional socialista (…) será castigado con una pena de privación de libertad de hasta 5 años. Y la descarada abuela no se retracta. Ella, erre que erre.

Ya se sabe: si hay algo que ocultar, se hace por decreto y a ser posible, con cárcel. Es como si el hecho de repetirse uno muchas veces que es alto y guapo lograra convertirle a uno en alto y guapo además de rico. Y ojo de quien diga lo contrario porque va a la cárcel.
El Ayuntamiento de Barcelona, en su empeño de evocar un pasado a gusto del consumidor, ha llevado a cabo dos iniciativas que afectan al callejero de la ciudad. Ha sustituido el nombre de la calle del Almirante Cervera (que comandaba la Armada Española hundida en Cuba en 1898) por el del meritorio actor Pepe Rubianes y ha hecho quitar la estatua de Antonio López de una plaza barcelonesa. Al primero lo ha relegado “por facha”. Mira por dónde, se había adelantado en unos treinta años al nacimiento del fascismo. Según Colau. En cuanto al segundo, Antonio López, indiano,  mecenas de arte y suegro de Eusebi Güell (Conde de Güell) por negrero. Muerto el perro…

Román Rubio
Mayo 2018

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