MIREN DEBAJO DE LA ALFOMBRA
En mi pueblo todos son buenos. Por decreto. Los
malos son los del pueblo de al lado. Los españoles llaman a los ingleses corsarios
y piratas. También negreros —dudoso honor que comparten con los holandeses, los
portugueses y los franceses—. Para los holandeses, los españoles siempre han
sido crueles y sanguinarios (lo que choca con la afición que tienen a venir a
comer paellas a tierra tan cruel). Junto con los ingleses, alemanes, daneses y
otros muchos proclaman que los españoles
(más, incluso, que la viruela) masacraron a la población indígena americana sin
considerar que en dominio español esta sea actualmente notablemente superior en
número y mestizaje que en dominio anglofrancés. Además, son fanáticos
religiosos, prestos a quemar en la hoguera a aquel que se atreva a poner en
duda el misterio de la Santísima Trinidad. Por algo (dicen ellos y no sin algo
de razón) fueron alumnos aventajados en aquello de la Santa Inquisición. Como
si Juana de Arco y Galileo fueran de Toledo y la represión de los cátaros y los
albigenses (verdadero origen de la
Inquisición) se hubiese producido en Extremadura. Los franceses, por su parte,
renuncian a reconocer que una parte de su población apoyó el avance alemán en
el 39.
Cada pueblo
parece avergonzarse de ciertas cosas de su pasado. Y para ver de conseguir el
borrado del imaginario colectivo, ¿qué tal prohibir hablar de ello o incluso
meter en la cárcel a quien lo haga?
Polonia no
acepta el uso del término “campos de concentración polacos” para designar a
sitios como Auschwitz. Sí, es cierto que para ir a ese lugar hay que ir a
Polonia ya que está a unos pocos kilómetros de Cracovia, pero lo de polaco
aplicado al campo es ilegal y susceptible de pena de prisión para quien lo haga. Tampoco se puede acusar al país ni a su gente de complicidad con el
Holocausto so pena de ser juzgado y llevado a prisión. Así, por decreto, Polonia
enjuga la responsabilidad de una posible colaboración con el invasor de algún
ciudadano polaco. No solo la culpa es de los nazis (que la tuvieron), sino de
los nazis alemanes —o de cualquier otro país que no sea Polonia, vaya—.
Como a prisión ha ido Ursula Haverbeck, alemana de
89 años, conocida como “la abuela nazi”. La causa no ha sido que haya o no
cometido crímenes contra la población judía o de cualquier otra etnia durante
la guerra, no. Ha sido por mantener que Auschwitz fue un campo de trabajo y no
de exterminio. El artículo 130 del Código Penal alemán establece que “quien
públicamente o en una reunión niegue, apruebe o minimice un acto cometido
durante el régimen nacional socialista (…) será castigado con una pena de
privación de libertad de hasta 5 años. Y la descarada abuela no se retracta.
Ella, erre que erre.
Ya se sabe: si hay algo que ocultar, se hace por
decreto y a ser posible, con cárcel. Es como si el hecho de repetirse uno
muchas veces que es alto y guapo lograra convertirle a uno en alto y guapo
además de rico. Y ojo de quien diga lo contrario porque va a la cárcel.
El Ayuntamiento de Barcelona, en su empeño de evocar
un pasado a gusto del consumidor, ha llevado a cabo dos iniciativas que afectan
al callejero de la ciudad. Ha sustituido el nombre de la calle del Almirante Cervera
(que comandaba la Armada Española hundida en Cuba en 1898) por el del meritorio
actor Pepe Rubianes y ha hecho quitar la estatua de Antonio López de una plaza
barcelonesa. Al primero lo ha relegado “por facha”. Mira por dónde, se había
adelantado en unos treinta años al nacimiento del fascismo. Según Colau. En
cuanto al segundo, Antonio López, indiano,
mecenas de arte y suegro de Eusebi Güell (Conde de Güell) por negrero.
Muerto el perro…
Román Rubio
Mayo 2018
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