ETIQUETAS
No sé si es por
pereza mental o incapacidad manifiesta, cada vez definimos más a las personas
con “etiquetas”: Uno es “nacionalista”
si es del otro lado de la frontera y “patriota”
si es de este lado y demuestra fervor por mi bandera. A menudo, es “demagogo” si cuenta cosas que no me
gustan y “machista” si tiene la osadía
de no comenzar sus alegatos con “ciudadanos y ciudadanas” o “alumnos y
alumnas”. Y por supuesto, todo el mundo se declara “feminista” y nadie, pero nadie, declara ser “homófobo”, ni mucho menos, “racista”.
Cierto profesor
catalán tuvo que dimitir de su cargo en la Universidad de Barcelona, tachado de
“homófobo” por decir de Iceta en un
tweet que “tiene los esfínteres dilatados”. También dice de él que es
repugnante, malévolo, ignorante y payaso, pero eso no parece ser significante.
La alusión a la confesa sexualidad del político es lo que llevó a la hoguera al
profesor con el cartel de “homófobo” colgado del cuello. Sin saber siquiera si
el hombre tiene buenos amigos, familiares o algún hijo aparejado con otro a
quienes les hace gustoso una paella los domingos en su casa y brinda por su
felicidad.
Siempre he mantenido
(y sigo haciéndolo) que patriotismo y nacionalismo es la misma cosa: la postura
emocional vehemente hacia una bandera y un territorio. Cualquier bandera es incluyente
y excluyente a la vez. Al tiempo que acoge a unos, excluye a los otros, a
quienes se quedan fuera. Pero hay algo curioso: todo lo que hay de bueno,
generoso, desinteresado y sacrificado bajo la bandera se mete en un saco y se
le pone el letrero de patriotismo y
todo lo malo, egoísta, excluyente, interesado y ruin se pone en otro saco con el
rótulo de nacionalista, que son las
mismas etiquetas que se ponen al otro lado de la frontera, aunque cambiadas.
Hace unos días que
el partido Ciudadanos hizo un acto de afirmación nacionalista española (digo…
patriotismo) en el que se ensalzó la bandera y la nación española (digo… la
patria) en el que Marta Sánchez cantó su himnito y otros se desfogaron con el
“yo soy, español, español, español”, cántico contra el que, por otra parte, no
tengo nada en contra. Enseguida saltaron a definir el sentimiento como “patriotismo civil” y no “nacionalismo”. Garicano, insigne
miembro del partido, argumenta “por qué no somos nacionalistas” con tres
razones: 1. No somos supremacistas: nadie es mejor que nadie por ser español.
2. No somos excluyentes: no hay requisitos lingüísticos, religiosos o éticos
para ser español. No somos esencialistas: no hay una esencia ancestral
permanente del “ser español”. Bravo. El intento de blanqueo del sepulcro es
encomiable, pero me temo que solo sirve para marcar las diferencias con el
nacionalismo catalán (y vasco) pero ese tipo de patriotismo —además de que no
creo que incluya a los marroquíes—
le podía haber servido
tanto al nacionalista estadounidense como al ciudadano del Imperio austrohúngaro,
que era tan inclusivo que abarcaba 13 estados actuales y un montón de lenguas.
Quien ha demostrado
toda su vida no ser nada nacionalista es Eduardo Zaplana. Patriota sí, pero del
dinero. Lo demás, (Comunidad Valenciana, Benidorm, Panamá, España…) son rayas
el mapa y no asientos en el banco.
“Machista” es otra etiqueta maldita. Denota supremacía
masculina, algo execrable, que se aplica a todo aquel que no grita indignado
ante tal o cual sentencia judicial o no emplee en sus discursos el “ciudadanos
y ciudadanas”. No importa que el machista sea padre de dos hijas a las que haya
educado en la convicción de que el mundo es igual para todos y que no deben
conformarse con menos. En cambio, “feminista”,
como significante, goza de todos los beneplácitos, aunque si la Botín (de quien
no dudo de la honestidad de su postura) y todos y cada uno de los famosos y
famosas a los que se pregunta declaran serlo, me da la impresión de que se
refiere a cosas tan diferentes que su significado abarca desde la supremacía
femenina hasta la igualdad de oportunidades.
Otra etiqueta
maldita es la de “racista”. Nadie,
ni los racistas quieren llevar el cartel. No hace mucho que Aaron Schlossberg,
un joven abogado de Nueva York, se encaró con unos empleados de una “deli”
neoyorkina recriminándoles que hablaran español y amenazando con llamar a la
policía acusándoles de ilegales. Pues sí, hasta él se disculpó unos días
después vía Twitter con la frase “No soy racista”. Para que vean.
Román Rubio
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