lunes, 10 de septiembre de 2018

IDEAS CLARAS



IDEAS CLARAS




En la primavera de 2007 presencié por televisión un debate para las elecciones presidenciales francesas entre la socialista Ségolène Royal y el candidato derechista Nicolas Sarkocy. Cuando terminó el debate yo tenía la convicción de que el presidente de la República sería Sarkocy. La elegante y elocuente socialista presentaba un programa progresista y sólido y andaba bien en el debate, hasta que el astuto Petit Napoleon la acorraló con una pregunta: “Señora Royale, ¿está usted a favor o en contra de la energía nuclear?”, pregunta a la que la candidata empezó a contestar con vaguedades aludiendo a la “cesta energética” y cosas así. La pregunta volvía a caer una y otra vez como coz en cristalería. “Sí, sí, eso ya lo sabemos, pero ¿está usted a favor o en contra de que Francia siga con su programa nuclear? Y vuelta con las vaguedades de la “cesta energética”. La postura de la candidata era difícil. Por una parte, un número importante de su electorado estaba a favor del cambio de modelo hacia las renovables. Por otra, Francia es el país con mayor número de centrales nucleares por habitante, capaces de garantizar la autonomía energética, con una tecnología propia (y exportable) y de la que depende gran número de empleos. Ganó Sarkocy. En aquel momento comprendí que no es que los franceses prefiriesen la energía atómica a otra clase de energía. Los franceses querían que su presidente fuera capaz de decir sí o no. Sin ambages ni medias tintas.

En este mar de indefinición, entre el sí, el no, el depende, y el sí pero no —a lo Ségolène— anda de lleno este gobierno. No soy politólogo, pero intuyo que lo pagará.

Hace una semana o así que la ministra de defensa anunció a bombo y platillo que no serviría el encargo de 400 bombas de fabricación española a Arabia Saudita por su presunto uso en el conflicto de Yemen, para, a la semana siguiente, caerse del guindo y darse cuenta de que hay un encargo de cinco corbetas a Navantia por valor de 1.800 millones que garantizan el empleo durante años de miles de trabajadores en la zona de mayor número de parados de España. ¿Pero, no lo sabía la ministra? Y si lo sabía, si no es ético que España venda bombas a los saudíes, ¿lo es que venda barcos de guerra? Ya estamos con el sí, pero no. O es ético o no lo es. Y si no lo es, pues construyan cruceros, oiga. O cállense.

Durante toda la gestión de Rajoy, el PSOE y Podemos se dedicaron a maldecir la instalación de concertinas en las vallas de Ceuta y Melilla. Son peligrosas y hieren a quien intenta saltarlas. Es así. Con ese propósito se diseñaron. Hasta que han llegado al poder y se han encontrado con las avalanchas de inmigrantes, momento en que las concertinas parecen ser menos hirientes y las devoluciones en caliente ya no son tan antihumanitarias. Eso, o encontrar acomodo y ser capaces de proporcionar un trabajo y un futuro a todo el que quiera venir. ¿Eres capaz de hacerlo?
Al principio del verano, Valencia (y el gobierno de España) se ofreció para acoger al barco de Aquarius, de la ONG Open Arms, con 600 inmigrantes a bordo, al que Italia y Malta habían negado la acogida. Se preparó un gran recibimiento con televisiones, radios, vítores, bombos y platillos. Al fin, gobierno y opinión pública andaban aunados en feliz sintonía. En ese mismo fin de semana, Salvamento Marítimo rescató a 982 personas que viajaban en 69 pateras en aguas del Estrecho de Gibraltar y el Mar de Alborán. Entre ellos, cuatro cadáveres. Sin focos ni clarines. ¿Y qué hay de los barcos y los fuegos de artificio?

¿Y con Cataluña? Todos sabemos que el asunto de la permanencia de Cataluña en España tiene difícil solución. Esta pasaría por convocar un referéndum y ganarlo. Hay otra salida (transitoria): negarse a hacerlo —por anticonstitucional—. Y uno se sitúa en una u otra posición. Pues bien; el gobierno de Sánchez ha elegido la vía Ségoléne —de sí, pero no—. Vamos a hacerlo, pero este va a ser de autogobierno, no de autodeterminación ¿?, consiguiendo solo enzarzarse en una pintoresca discusión de vodevil, lo que puede que amenice la función, pero lo que es solucionar, nada de nada.

Lo siento. Me prometí no hablar de política y ya me estoy traicionando. No volverá a ocurrir (creo). Que tengan un feliz —y caliente— otoño.

Román Rubio

Septiembre 2018

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