IDEAS CLARAS
En la primavera de
2007 presencié por televisión un debate para las elecciones presidenciales
francesas entre la socialista Ségolène Royal y el candidato derechista Nicolas
Sarkocy. Cuando terminó el debate yo tenía la convicción de que el presidente de
la República sería Sarkocy. La elegante y elocuente socialista presentaba un
programa progresista y sólido y andaba bien en el debate, hasta que el astuto Petit Napoleon la acorraló con una
pregunta: “Señora Royale, ¿está usted a favor o en contra de la energía
nuclear?”, pregunta a la que la candidata empezó a contestar con vaguedades
aludiendo a la “cesta energética” y cosas así. La pregunta volvía a caer una y
otra vez como coz en cristalería. “Sí, sí, eso ya lo sabemos, pero ¿está usted
a favor o en contra de que Francia siga con su programa nuclear? Y vuelta con
las vaguedades de la “cesta energética”. La postura de la candidata era
difícil. Por una parte, un número importante de su electorado estaba a favor del
cambio de modelo hacia las renovables. Por otra, Francia es el país con mayor
número de centrales nucleares por habitante, capaces de garantizar la autonomía
energética, con una tecnología propia (y exportable) y de la que depende gran
número de empleos. Ganó Sarkocy. En aquel momento comprendí que no es que los
franceses prefiriesen la energía atómica a otra clase de energía. Los franceses
querían que su presidente fuera capaz de decir sí o no. Sin ambages ni medias
tintas.
En este mar de
indefinición, entre el sí, el no, el depende, y el sí pero no —a lo Ségolène—
anda de lleno este gobierno. No soy politólogo, pero intuyo que lo pagará.
Hace una semana o
así que la ministra de defensa anunció a bombo y platillo que no serviría el
encargo de 400 bombas de fabricación española a Arabia Saudita por su presunto
uso en el conflicto de Yemen, para, a la semana siguiente, caerse del guindo y
darse cuenta de que hay un encargo de cinco corbetas a Navantia por valor de
1.800 millones que garantizan el empleo durante años de miles de trabajadores
en la zona de mayor número de parados de España. ¿Pero, no lo sabía la
ministra? Y si lo sabía, si no es ético que España venda bombas a los saudíes, ¿lo
es que venda barcos de guerra? Ya estamos con el sí, pero no. O es ético o no lo
es. Y si no lo es, pues construyan cruceros, oiga. O
cállense.
Durante toda la
gestión de Rajoy, el PSOE y Podemos se dedicaron a maldecir la instalación de
concertinas en las vallas de Ceuta y Melilla. Son peligrosas y hieren a quien
intenta saltarlas. Es así. Con ese propósito se diseñaron. Hasta que han
llegado al poder y se han encontrado con las avalanchas de inmigrantes, momento
en que las concertinas parecen ser menos hirientes y las devoluciones en
caliente ya no son tan antihumanitarias. Eso, o encontrar acomodo y ser capaces
de proporcionar un trabajo y un futuro a todo el que quiera venir. ¿Eres capaz
de hacerlo?
Al principio del
verano, Valencia (y el gobierno de España) se ofreció para acoger al barco de
Aquarius, de la ONG Open Arms, con 600 inmigrantes a bordo, al que Italia y
Malta habían negado la acogida. Se preparó un gran recibimiento con
televisiones, radios, vítores, bombos y platillos. Al fin, gobierno y opinión
pública andaban aunados en feliz sintonía. En ese mismo fin de semana,
Salvamento Marítimo rescató a 982 personas que viajaban en 69 pateras en aguas
del Estrecho de Gibraltar y el Mar de Alborán. Entre ellos, cuatro cadáveres.
Sin focos ni clarines. ¿Y qué hay de los barcos y los fuegos de artificio?
¿Y con Cataluña?
Todos sabemos que el asunto de la permanencia de Cataluña en España tiene
difícil solución. Esta pasaría por convocar un referéndum y ganarlo. Hay otra
salida (transitoria): negarse a hacerlo —por anticonstitucional—. Y uno se
sitúa en una u otra posición. Pues bien; el gobierno de Sánchez ha elegido la
vía Ségoléne —de sí, pero no—. Vamos a hacerlo, pero este va a ser de
autogobierno, no de autodeterminación ¿?, consiguiendo solo enzarzarse en una
pintoresca discusión de vodevil, lo que puede que amenice la función, pero lo
que es solucionar, nada de nada.
Lo siento. Me
prometí no hablar de política y ya me estoy traicionando. No volverá a ocurrir
(creo). Que tengan un feliz —y caliente— otoño.
Román Rubio
Septiembre 2018
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