lunes, 8 de julio de 2019

LGTBI


LGTBI




Hace un par de semanas me acerqué al desfile de carrozas de la fiesta del Orgullo en Valencia, mucho más modesta que la de Madrid pero divertida, al fin y al cabo. En una de ellas aparecía el lema “No nos mires, únete”. Me sentí algo incómodo, puesto que yo no tenía ninguna intención de unirme. Iba allí de mirón. Como voy de mirón al desfile de la Ofrenda en Fallas, el del Año Nuevo Chino o la manifestación feminista de marzo. (Ahora que lo pienso, voy de mirón a tantos eventos que empiezo a pensar si no iré de mirón en la vida, lo que, por otra parte, no es ni mejor ni peor que ir —por ejemplo— de héroe). El hecho es  que en todos estos eventos me siento bienvenido. Y sí. También en la fiesta del “colectivo” (perdón por el término) LGTBI (perdón por el acrónimo).
Las personas que celebran ese acto de manera activa (y no de mirones, como un servidor) han sido objeto de burla y menosprecio, han sufrido marginación, persecución, rechazo y violencia. En mi ya lejana infancia, en épocas franquistas, no solo estaban estigmatizados sino perseguidas al amparo de la Ley de peligrosidad  social.

Afortunadamente hoy no hay nada de eso. No solo no hay estigma que valga ni ley que las persiga sino que, por el contrario, el personal se ve protegido por el Código Penal y sus estipulados “delitos de odio”, entre los que se incluyen aquellos contra  la identidad sexual. Solo se puede contar alguna agresión verbal o física puntual que es vista con desaprobación y rechazo por el común de los mortales, además de ser perseguida por la justicia.

Por todo ello me sentí muy pero que muy decepcionado por lo que ocurrió en la celebración del Orgullo en Madrid. Allí, de manera más o menos espontánea se “prohibió” a los representantes de Ciudadanos tomar parte en la jornada de celebración (y  -como dicen muchos de los organizadores-  de reivindicación).
Los amantes de la libertad y víctimas de la intolerancia se convirtieron ellos mismos en sectarios bucéfalos censores, constrictores de la libertad ¡Qué pena!

Me llama la atención que desde el Cogam (colectivo de lesbianas, gais, trans y bisexuales –o algo así-) se diga que los políticos tienen derecho a manifestarse “como cualquiera”. “Y la gente a responder contra lo que los políticos hacen”. Bueno, pues todo vale, ¿no?  ¿Cómo puede pensar eso un “colectivo”  que ha sido vilipendiado, insultado, maltratado y zaherido desde tiempos inmemoriales? ¿Acaso tenían los demás derecho a hacerlo, en aras a una pretendida  libertad de expresión? Pues no. La libertad de expresión, como la libertad, en general, tiene sus limitaciones. Como decía Isaiah Berlin, la libertad del pez grande es la perdición del chico.

En estos momentos pienso en aquellas personas gais, lesbianas transexuales y bisexuales que pertenezcan o simpaticen con el partido de Ciudadanos y cómo se deben de sentir. Una vez superada la culpa de sentirse “diferente” por su identidad sexual, ¿tienen ahora que avergonzarse por su tendencia política liberal?

Alá confunda a quienes vetan o hacen avergonzarse a los demás por su identidad sexual, política o ideológica. 

Por mi parte, sean bienvenidos los de Ciudadanos, los curas y hasta los mirones.

Román Rubio
Julio 2019 


P.D. La ley sobre la peligrosidad y rehabilitación social fue promulgada por las Cortes franquistas en 1970 y venía a sustituir la  famosa ley de vagos y maleantes, aprobada por las Cortes de la II República en 1933, conocida como La Gandula, y dirigida contra vagabundos, nómadas, proxenetas y otros elementos antisociales, a los que el franquismo añadió los homosexuales.
Se consideraban tipos antisociales, entre otros, a:
Vagos habituales, rufianes y proxenetas, los que realicen actos de homosexualidad, los que habitualmente ejerzan la prostitución, los que promuevan o favorezcan el tráfico, comercio o exhibición de cualquier material pornográfico, los mendigos o ebrios habituales, los toxicómanos, los menores de 21 años abandonados por la familia y moralmente pervertidos, etc.
Entrada la democracia, la ley siguió en vigor, aunque sin aplicación de facto para los homosexuales. En 1979 fueron suprimidos algunos artículos de la ley, fue de nuevo modificada en 1983 y 1989 en lo referente a la tipificación de escándalo público y finalmente derogada en 1995.

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