MONSIEUR
CHIRAC
El 2 de abril de 2005 me encontraba en Roma de
turismo con mi familia. Coincidió con la muerte de Juan Pablo II, y como es natural
fuimos a la Plaza de San Pedro a vivir el ambiente. Allí, de improviso, me vi
con una persona con un micrófono en la mano preguntándome si quería responder
unas preguntas para no sé qué cadena de televisión americana. Había muchas
televisiones aquella noche grabando entrevistas y por una vez las sotanas y los
hábitos eran los más buscados por las cámaras. Yo aportaba la imagen de padre
de familia acompañado de mujer e hijos adolescentes, imagen que se evaporó en el momento en que se encendió el foco y me
dejaron solo ante la entrevistadora.
Me vi allí opinando sobre alguien extremadamente
conservador y anticomunista furibundo con quien yo no tenía en común ni
siquiera la fe, pero como no está bien hablar mal del muerto en los velatorios,
destaqué la oposición firme y clara al gobierno de Washington cuando este declaró
la guerra a Irak.
En el momento de enfrentarse al poderoso, el polaco no se
amilanó y le dijo a Bush y a quién quiso oírle que aquella maniobra era
criminal y que no podía contar con la complacencia de la Iglesia Católica.
Esto me vino a la cabeza hace un par de días cuando
me enteré de la muerte de Chirac. El francés, pilar de la República, tuvo un
episodio de corrupción en su vida que afeó parte de su carrera política pero,
como el Papa polaco, tuvo la decencia y la dignidad de oponerse al Presidente
del Imperio en su injusta, mentirosa, torpe y criminal aventura. La Historia
encontró a Chirac y Chirac se encontró con la Historia. No fue fácil para él,
como tampoco lo fue para Francia. En EEUU se desató una fuerte reacción y se llegaron
a boicotear los productos franceses, pero enfrente se encontraron con la firme
posición de la digna República Francesa y de su Presidente, un hombre de
derechas, decente, que, junto con su Ministro de Asuntos Exteriores, Dominique
de Villepin, se plantaron ante el poderoso, arropado este por el Judas de la Izquierda
(Tony Blair), para denunciar sus villanías.
¿Y qué hizo, entretanto, el Gobierno de España?
Me porté como quién soy,
doncel petulante y chulo,
arrogante con David,
y con Sansón, lameculos.
Y dejó la imagen de España a la altura del betún. Y
a muchos de nosotros, avergonzados.
¡Va por ti, Chirac!
Román Rubio
Septiembre 2019