WILT
A los libros y a las películas les pasa como a las
personas: algunas soportan mal el paso del tiempo. Otras, sin embargo,
atraviesan las épocas con una gran dignidad y solvencia: por ejemplo, la
película Casablanca; no importan los
años ni las veces que la vea: cada vez que la cojo en la tele y me quedo a
verla continúa emocionándome la historia y de manera notable, la categoría
moral de ese Rick, el héroe auténtico, el que lo es sin pretenderlo ni mucho
menos buscarlo.
Me acaba de ocurrir lo mismo con Wilt, de Tom Sharpe, la novela satírica por excelencia, para mi
gusto. Necesitaba acercarme a una obra humorística por motivos de investigación
literaria y me acerqué a Wilt con miedo. ¿Habría pasado la historia la prueba
del tiempo con dignidad? ¿Seguiría levantando en mí, no solo la sonrisa que
proporciona la fina ironía, sino la carcajada de la sátira inteligente más
descarnada y salvaje? ¿Serían aceptables hoy en día los postulados éticos y
morales que conforman la trama?
La respuesta es sí, sí y sí. La encontré
desternillante y tremendamente inquisitiva. El protagonista, Henry
Wilt, profesor de grado básico en una escuela de Formación Profesional con
pretensiones de convertirse en Politécnico, había sido rechazado de nuevo para
un ascenso, con lo que seguía encadenado a dar frustrantes, humillantes e
interminables horas de clase de Humanidades —que incluían, a menudo, la lectura
de El señor de las moscas— a cursos
de Albañilería, Carnicería y Fontanería cuyo interés estaban muy alejados de la
forma y el mensaje de la obra.
Wilt vuelve a casa cada día para encontrarse con Eva,
su mujer, emocionalmente inmadura y
físicamente poderosa, permanentemente entregada a sus arrebatos de entusiasmo
por la meditación transcendental, el yoga, los arreglos florales o cualquier
otra actividad que se cruzase en su camino. Un día Eva conoce a los Pringsheim,
una estrambótica pareja de americanos, que invitan al matrimonio Wilt a una
fiesta y allí comienza el enredo, que incluye los avatares de Wilt para
desprenderse de una muñeca hinchable, la huída de Eva con los americanos y los
desternillantes interrogatorios a los que Wilt se va sometido por el Inspector
Flint, bajo la sospecha de haber matado a su esposa y haberse desprendido del
cadáver.
Así, lo que en 1976, año en el que se publicó la
novela resultó ser una desternillante sátira del sistema educativo inglés, del
lenguaje pomposo y huero con que se conducían las autoridades académicas y los
delirantes postulados de cierto feminismo sexuado y lésbico de la época, hace
que sea hoy motivo de fuerte rechazo por gran número de personas. ¿Y por qué?
Porque Wilt, en sus cotidianos paseos con el perro fantaseaba con el asesinato
de Eva Wilt y lo agradable que podía ser la vida sin ella. O con una Eva diferente,
vaya. Lo cierto es que Wilt nunca lo hizo. Pero lo pensó. Y eso, para algunos,
parece ser suficiente para condenar al personaje, a la novela y al mismísimo
autor, el hoy fallecido Tom Sharpe.
Hay quien es amigo de condenar lo que contradice su
moral y ejercerían la censura sobre todo aquello que consideran éticamente
reprobable sin llegar a discernir entre ficción y realidad. Habría que
explicarles que el hecho de que a uno le guste la película de El silencio de los corderos no quiere
decir que acepte el canibalismo; ni el asesinato premeditado y sistemático por
la afinidad con El Padrino. La novela
negra es un entretenimiento y no conlleva afición de sus devotos por el
asesinato.
Los cerditos, las cabritas y el lobo no hablan, ni se
construyen casas de paja o ladrillo ni se esconden detrás del reloj. Nosotros
lo sabemos. Los niños también lo saben; excepto, quizá, los hijos de los
talibanes que no saben distinguir entre lo que es ficción y lo que no.
El concepto se conoce como Concepto de suspensión de incredulidad (willing suspensión of
disbelief” y lo formuló Samuel Taylor Coleridge en el siglo XIX, sobre algo
que Aristóteles ya había descrito como uno de los principios del teatro. Se
trata de la voluntad del sujeto para dejar de lado (suspender) su sentido
crítico, pasando por alto hechos fácticos (existencia de unicornios, dragones,
etc.) y su percepción cognoscible de la realidad en la obra de ficción
permitiendo adentrarse y disfrutar del mundo ficticio recreado.
Pues, eso. Si quieren pasar un buen rato, lean Wilt y véanlo como lo que es: como una
excelente y bien escrita obra de ficción humorística para divertirse. Sin más.
Ni menos.
Román Rubio
Mrzo, 2020
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