lunes, 16 de marzo de 2020

WILT


WILT




A los libros y a las películas les pasa como a las personas: algunas soportan mal el paso del tiempo. Otras, sin embargo, atraviesan las épocas con una gran dignidad y solvencia: por ejemplo, la película Casablanca; no importan los años ni las veces que la vea: cada vez que la cojo en la tele y me quedo a verla continúa emocionándome la historia y de manera notable, la categoría moral de ese Rick, el héroe auténtico, el que lo es sin pretenderlo ni mucho menos buscarlo.

Me acaba de ocurrir lo mismo con Wilt, de Tom Sharpe,  la novela satírica por excelencia, para mi gusto. Necesitaba acercarme a una obra  humorística por motivos de investigación literaria y me acerqué a Wilt con miedo. ¿Habría pasado la historia la prueba del tiempo con dignidad? ¿Seguiría levantando en mí, no solo la sonrisa que proporciona la fina ironía, sino la carcajada de la sátira inteligente más descarnada y salvaje? ¿Serían aceptables hoy en día los postulados éticos y morales que conforman la trama?

La respuesta es sí, sí y sí. La encontré desternillante y tremendamente inquisitiva. El protagonista, Henry Wilt, profesor de grado básico en una escuela de Formación Profesional con pretensiones de convertirse en Politécnico, había sido rechazado de nuevo para un ascenso, con lo que seguía encadenado a dar frustrantes, humillantes e interminables horas de clase de Humanidades —que incluían, a menudo, la lectura de El señor de las moscas— a cursos de Albañilería, Carnicería y Fontanería cuyo interés estaban muy alejados de la forma y el mensaje de la obra.

Wilt vuelve a casa cada día para encontrarse con Eva, su mujer,  emocionalmente inmadura y físicamente poderosa, permanentemente entregada a sus arrebatos de entusiasmo por la meditación transcendental, el yoga, los arreglos florales o cualquier otra actividad que se cruzase en su camino. Un día Eva conoce a los Pringsheim, una estrambótica pareja de americanos, que invitan al matrimonio Wilt a una fiesta y allí comienza el enredo, que incluye los avatares de Wilt para desprenderse de una muñeca hinchable, la huída de Eva con los americanos y los desternillantes interrogatorios a los que Wilt se va sometido por el Inspector Flint, bajo la sospecha de haber matado a su esposa y haberse desprendido del cadáver.

Así, lo que en 1976, año en el que se publicó la novela resultó ser una desternillante sátira del sistema educativo inglés, del lenguaje pomposo y huero con que se conducían las autoridades académicas y los delirantes postulados de cierto feminismo sexuado y lésbico de la época, hace que sea hoy motivo de fuerte rechazo por gran número de personas. ¿Y por qué? Porque Wilt, en sus cotidianos paseos con el perro fantaseaba con el asesinato de Eva Wilt y lo agradable que podía ser la vida sin ella. O con una Eva diferente, vaya. Lo cierto es que Wilt nunca lo hizo. Pero lo pensó. Y eso, para algunos, parece ser suficiente para condenar al personaje, a la novela y al mismísimo autor, el hoy fallecido Tom Sharpe.

Hay quien es amigo de condenar lo que contradice su moral y ejercerían la censura sobre todo aquello que consideran éticamente reprobable sin llegar a discernir entre ficción y realidad. Habría que explicarles que el hecho de que a uno le guste la película de El silencio de los corderos no quiere decir que acepte el canibalismo; ni el asesinato premeditado y sistemático por la afinidad con El Padrino. La novela negra es un entretenimiento y no conlleva afición de sus devotos por el asesinato.
Los cerditos, las cabritas y el lobo no hablan, ni se construyen casas de paja o ladrillo ni se esconden detrás del reloj. Nosotros lo sabemos. Los niños también lo saben; excepto, quizá, los hijos de los talibanes que no saben distinguir entre lo que es ficción y lo que no.

El concepto se conoce como Concepto de suspensión de incredulidad (willing suspensión of disbelief” y lo formuló Samuel Taylor Coleridge en el siglo XIX, sobre algo que Aristóteles ya había descrito como uno de los principios del teatro. Se trata de la voluntad del sujeto para dejar de lado (suspender) su sentido crítico, pasando por alto hechos fácticos (existencia de unicornios, dragones, etc.) y su percepción cognoscible de la realidad en la obra de ficción permitiendo adentrarse y disfrutar del mundo ficticio recreado.

Pues, eso. Si quieren pasar un buen rato, lean Wilt y véanlo como lo que es: como una excelente y bien escrita obra de ficción humorística para divertirse. Sin más. Ni menos.



Román Rubio
Mrzo, 2020

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