LA
ESTATUA DE PUMBY
En la calle de Alcalá, de Madrid, frente a la
entrada del Retiro, hay una estatua ecuestre del general Espartero. No hay
constancia de que el animal fuera muy valiente y decidido pero ciertos
atributos morfológicos le han valido aquello de “tiene más cojones que el
caballo de Espartero”.
A la entrada del Museo de Ciencias Naturales de
Nueva York hay otra estatua ecuestre de testículos no relevantes: la de Franklin
D. Roosvelt, cuatro veces elegido Presidente de los EEUU, partícipe en la
derrota del nazismo e impulsor del New
Deal, que sacó a su país de la Gran Depresión de 1929. El monumento
representa al hombre a caballo (era eso o hacerlo en silla de ruedas, ya que se
vio confinado a ella por la polio) flanqueado por un indio a un lado y un negro
al otro. El movimiento Black Lives Matter
lo considera racista y el ayuntamiento de Nueva York ha accedido a su retirada.
Al parecer, el hecho de que el presidente vaya a caballo y los otros dos
personajes a pie es para muchos una muestra más de la subyugación de unas razas
sobre otras y la preeminencia de la raza blanca. Y eso que andan los tres en
armonía mirando al frente. No quiero ni pensar lo que pensarán de la conocida
estatua de Santiago en que aparece sobre un corcel blanco matando moros y
liberando doncellas (blanquitas ellas).
Otra estatua ecuestre —esta sí—, derribada por los
ideologizados vándalos ha sido la del general Grant, militar y después
presidente contrario al esclavismo, que pasó a la historia por derrotar y
obligar a rendirse al ejército confederado del general Lee y por ser azote del
Ku-Klux-Klan en su etapa de presidente. ¿Su pecado? Al parecer, en su
matrimonio, recibió como dote a un esclavo, al que dio libertad un año después.
No solo los jinetes están siendo objeto de la ira de
los revisionistas. También los peatones: Churchill, el mismo Cervantes, a quien
los cultos defensores de la moral llaman “bastard”
(cabronazo), ignorando, quizá, que fue apresado y vendido como esclavo en Argel
y rescatado años después por los frailes
trinitarios. Y Fray Bartolomé de las Casas (luchador por los derechos de los
indígenas), cuya estatua en San Francisco ha sido derribada, gesto aplaudido por
Sonia Vives, Concejala de Justicia Social, Feminismo y LGTBI de Palma por
Podemos, que ha invitado, vía Twitter, a derribar “pacíficamente” la que el
fraile mallorquín tiene en la capital de la isla.
Pero si un personaje está siendo objeto de las iras de
los nuevos bien pensantes, ese es Cristóbal Colón.
En Barcelona está la estatua de Colón. Antes incluso
de que la ciudad se convirtiera en un enjambre turístico, ese era el punto
icónico y reconocible de la ciudad, con el navegante señalando con el dedo la
dársena en la que atracan los cruceros, como diciendo: “mirad lo que se nos
viene encima”. Pues bien, también hay quien se la quiere cargar. Jessica
Albiach, la presidenta del grupo parlamentario de En Comú-Podem en el
parlamento catalán quiere desmontarla
para que el genovés no dé mal ejemplo a las personas de bien. La alcaldesa
Colau, haciendo equilibrios, dice que no es necesario, que aunque el tipo no
era trigo limpio, bastará con una “contextualización” de la figura histórica. Habrá
que ver en qué consiste tan ridícula intervención.
Me pregunto qué quieren hacer con todos estos
trastos viejos e incómodos de la historia. Podían llevarlos a algún sitio todos
juntos, como en Budapest. Allí hay un lugar, el Memento Park, en el que se han ido
arrinconando los incómodos monumentos de su vergonzante pasado comunista y han
llevado a Lenin, Marx y toda clase de parafernalia proletaria haciendo del
parque un evocador y nostálgico paraíso socialista.
Tras muchas cavilaciones, he creído dar con la
figura sin mácula que pudiera pasar el filtro de perfección que hoy demandan
los acólitos de la nueva moral puritana. Una vez descartada la figura de Mickey
Mouse —por icono capitalista— y de Toni Soprano —por razones obvias—, propongo
que en los lugares prominentes de las ciudades se erija la estatua de Pumby,
“el gatito feliz”. Y si resulta monótono, se puede echar mano de sus amigos,
Blanquita y el Profesor Chivete. ¿Pasaría Pumby la prueba del algodón?
Román Rubio
Junio 2020
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