martes, 23 de junio de 2020

LA ESTATUA DE PUMBY


LA ESTATUA DE PUMBY




En la calle de Alcalá, de Madrid, frente a la entrada del Retiro, hay una estatua ecuestre del general Espartero. No hay constancia de que el animal fuera muy valiente y decidido pero ciertos atributos morfológicos le han valido aquello de “tiene más cojones que el caballo de Espartero”.

A la entrada del Museo de Ciencias Naturales de Nueva York hay otra estatua ecuestre de testículos no relevantes: la de Franklin D. Roosvelt, cuatro veces elegido Presidente de los EEUU, partícipe en la derrota del nazismo e impulsor del New Deal, que sacó a su país de la Gran Depresión de 1929. El monumento representa al hombre a caballo (era eso o hacerlo en silla de ruedas, ya que se vio confinado a ella por la polio) flanqueado por un indio a un lado y un negro al otro. El movimiento Black Lives Matter lo considera racista y el ayuntamiento de Nueva York ha accedido a su retirada. Al parecer, el hecho de que el presidente vaya a caballo y los otros dos personajes a pie es para muchos una muestra más de la subyugación de unas razas sobre otras y la preeminencia de la raza blanca. Y eso que andan los tres en armonía mirando al frente. No quiero ni pensar lo que pensarán de la conocida estatua de Santiago en que aparece sobre un corcel blanco matando moros y liberando doncellas (blanquitas ellas).

Otra estatua ecuestre —esta sí—, derribada por los ideologizados vándalos ha sido la del general Grant, militar y después presidente contrario al esclavismo, que pasó a la historia por derrotar y obligar a rendirse al ejército confederado del general Lee y por ser azote del Ku-Klux-Klan en su etapa de presidente. ¿Su pecado? Al parecer, en su matrimonio, recibió como dote a un esclavo, al que dio libertad un año después.

No solo los jinetes están siendo objeto de la ira de los revisionistas. También los peatones: Churchill, el mismo Cervantes, a quien los cultos defensores de la moral llaman “bastard” (cabronazo), ignorando, quizá, que fue apresado y vendido como esclavo en Argel y  rescatado años después por los frailes trinitarios. Y Fray Bartolomé de las Casas (luchador por los derechos de los indígenas), cuya estatua en San Francisco ha sido derribada, gesto aplaudido por Sonia Vives, Concejala de Justicia Social, Feminismo y LGTBI de Palma por Podemos, que ha invitado, vía Twitter, a derribar “pacíficamente” la que el fraile mallorquín tiene en la capital de la isla.

Pero si un personaje está siendo objeto de las iras de los nuevos bien pensantes, ese es Cristóbal Colón.
En Barcelona está la estatua de Colón. Antes incluso de que la ciudad se convirtiera en un enjambre turístico, ese era el punto icónico y reconocible de la ciudad, con el navegante señalando con el dedo la dársena en la que atracan los cruceros, como diciendo: “mirad lo que se nos viene encima”. Pues bien, también hay quien se la quiere cargar. Jessica Albiach, la presidenta del grupo parlamentario de En Comú-Podem en el parlamento catalán  quiere desmontarla para que el genovés no dé mal ejemplo a las personas de bien. La alcaldesa Colau, haciendo equilibrios, dice que no es necesario, que aunque el tipo no era trigo limpio, bastará con una “contextualización” de la figura histórica. Habrá que ver en qué consiste tan ridícula intervención.

Me pregunto qué quieren hacer con todos estos trastos viejos e incómodos de la historia. Podían llevarlos a algún sitio todos juntos, como en Budapest. Allí hay un lugar, el Memento Park, en el que se han ido arrinconando los incómodos monumentos de su vergonzante pasado comunista y han llevado a Lenin, Marx y toda clase de parafernalia proletaria haciendo del parque un evocador y nostálgico paraíso socialista.

Tras muchas cavilaciones, he creído dar con la figura sin mácula que pudiera pasar el filtro de perfección que hoy demandan los acólitos de la nueva moral puritana. Una vez descartada la figura de Mickey Mouse —por icono capitalista— y de Toni Soprano —por razones obvias—, propongo que en los lugares prominentes de las ciudades se erija la estatua de Pumby, “el gatito feliz”. Y si resulta monótono, se puede echar mano de sus amigos, Blanquita y el Profesor Chivete. ¿Pasaría Pumby la prueba del algodón?

Román Rubio
Junio 2020

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