lunes, 19 de octubre de 2020

UNA FAKE

 

UNA FAKE


Olvídense, por favor: la fake new no existe. Al menos en inglés. En español es otra cosa: desde que la Academia aceptó pósit por Post-it para designar esos papelitos con adhesivo para colgar del ordenador o la nevera, acepto al escarabajo pelotero como “medio de transporte”.

La palabra news, en lengua inglesa, es un sustantivo incontable que siempre se emplea en plural, como paraguas, en español. Así, decimos “the good news are…” que se puede traducir como la buena noticia es… Si en alguna ocasión nos queremos referir de manera explícita a una sola cosa o noticia, en inglés habrá que recurrir a un cuantificador como a piece of news o an item of news.

Por el contrario, la palabra new es un adjetivo que significa nuevo (o nueva), y como todos los adjetivos en inglés  nunca, nunca puede ir en plural; así, se dice “these are the new models of the year” (los nuevos modelos del año).

Algunas personas —comunicadores y particulares por igual— incurren en el error de decir que algo es una fake new, lo que en inglés suena tan estridente y ajeno como  llamar “Rollings” a los Stones. Los Stones son los Stones y en todo caso los Rolling Stones. O los Rolling, si así lo prefieren.

Hay comunicadores que, listillos ellos, al bulo lo llaman “una fake” o “es fake”, lo que suena también ridículo cuando se refiere a las noticias, ya que cuando la palabra es un sustantivo tiene el significado de falsificación o imitación, con lo que sería aceptable llamar fake o una fake a la copia del Goya que vende el del rastro asegurando que es un cuadro descatalogado e inédito del pintor aragonés, pero no a una noticia falsa.

La fake, como el spoiler todavía no ha sido aceptada por la Academia como lo han sido otras, pero si se aceptó pósit, verán cómo no tardará. Y veremos noticias como: El vagamundo estaba comiéndose unas almóndigas sentado en una toballa con un pósit en la frente que pone: “Vivan los Rollings”.

No se preocupen, es una fake.

Y ya saben: ¡“Si me queréis, irse”! ¿O era iros? ¿O idos? Ufff, estoy hecho un lío.

 

Román Rubio

Octubre 2020


jueves, 15 de octubre de 2020

GENGIS KAN

 

GENGIS KAN



Andaba yo transitando por una calle de Mislata, que según la placa de la esquina se trataba ¡oh, sorpresa! de la calle Che Guevara, y me he hecho la pregunta: ¿Cuánto tiempo aguantará el nombre en el callejero? Probablemente hasta que haya un cambio de gobierno en el Ayuntamiento y/o el alcalde se sienta en la obligación de “hacer algo” sencillo, barato, efectista, polémico y, a ser posible, que no sirva para nada. En definitiva, algo que sea totalmente irrelevante en términos de bienestar de la ciudadanía.

El museo histórico del Château des Ducs de Bretagne de la ciudad de Nantes, en Francia, ha decidido cancelar la apertura de la exposición sobre el Emperador mongol Gengis Kan (1162-1227) por interferencias del gobierno chino a través de su embajada parisina. Se quejan los organizadores de que las autoridades chinas exigían que no se utilizaran ciertas palabras, entre las que se incluían “Gengis Kan”, “Imperio” y “Mongol” y querían también el control de los folletos, carteles y mapas de la exposición. Ya me dirán ustedes qué clase de exhibición se puede hacer en la que al Gran Kan se le llame por el nombre de pila, a los mongoles chinos desnaturalizados y al Imperio comoquiera que al Partido del Pueblo le parezca bien. Y todo ello debido al severo trato impuesto por el Régimen Comunista a la etnia mongol, que habita la región autónoma china de Mongolia Interior.

Lo cierto es que Temuyín (que así se llamaba el personaje antes de ser nombrado Gran Kan) construyó el segundo imperio más grande de la historia, que abarcaba desde la Europa del Este hasta el Pacífico, y desde Siberia a Mesopotamia, la India e Indonesia, incluyendo la totalidad de la actual China, lo que parece no ser del gusto del ideario del Partido Único. ¿Imperio has dicho? ¿Y además mongol? Imposible.

Hoy los imperios no están nada de moda: para forjarlos se necesitaban soldados, guerra y a menudo crueldad, con lo que muchos españoles, británicos y soviéticos reniegan del suyo y hasta Alejandro Magno y Napoleón, si vivieran, lo harían escondidos y avergonzados en algún rincón remoto a resguardo de los paparazzi, cual Teniente Coronel Tejero.

Así pues, como la historia no se puede cambiar, podemos, al menos, cambiar los nombres: al Imperio Español podríamos llamarlo, por ejemplo, Confederación de la Bota de Vino y el Pasodoble Torero; al Británico, Federación de Pueblos de la Taza de Té con el dedo Meñique Estirado; al Romano, Coalición de Naciones de Gladiadores contra Fieras; y al Soviético, Asociación de Pueblos de la Hoz que no corta y el Martillo que no clava ni un clavo. Al Yanqui, la Mancomunidad de la Hamburguesa y los Gordos en Carrito Eléctrico.

La cuestión es escribir la historia como querríamos que hubiera pasado. Los españoles se quieren quitar de encima los episodios de crueldad y avaricia con la misma fruición que los británicos, mientras que los portugueses y holandeses se quieren desprender del pasado esclavista, los alemanes de su demostrada belicosidad, los japoneses de sus turbios manejos coloniales y los chinos de cualquier cosa que fomente el orgullo étnico de cualquiera de los pueblos impuros que integran su territorio. Así de simple: ¿no me gusta? Pues niego que haya ocurrido.

De modo que, en un mundo empeñado en devolverle el nombre de Temuyín al Gran Kan de los Mongoles, ¿quién había de extrañarse de que a Largo Caballero y a Indalecio Prieto se les elimine del callejero de Madrid? En cuanto al Che Guevara, le queda de estar en Mislata lo que al PP en ganar la alcaldía. Ya lo verán.

Mientras tanto, pueden pasear por tan agradable vía bajo la custodia del guerrillero barbudo. Está junto al Parque de Cabecera, a pocos metros del aljibe-museo de Valencia.

 

Román Rubio

Octubre 2020


jueves, 8 de octubre de 2020

TRUTHFUL NEWS

 

TRUTHFUL NEWS


Ramón de Campoamor escribió aquello de: “…Y en este mundo traidor nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira” Como tantas otras frases lapidarias tienen sus antagonistas, como aquella popular de “más fácil es coger a un mentiroso que a un cojo”, locución hoy controvertida que se podría convertir en algo como: “más fácil es coger a un descuidado gestor  de la verdad que a una persona con discapacidad motora”.

Decía Truman Capote que “el que algo sea convincente, en la vida y en el arte, no quiere decir que sea cierto”, pensamiento tan cierto como puesto del revés: “el que algo sea cierto, en la vida y en el arte, no quiere decir que sea convincente”. En resumen, que la capacidad de convencer no tiene por qué estar vinculada a la verdad o la mentira. Uno no suele ir por ahí queriendo que le cuenten la verdad (de hecho le da igual); lo que quiere es que le cuenten lo que quiere escuchar.

Esta discusión tuve en una ocasión con un buen amigo que opinaba que el pueblo británico había votado por el Brexit engañado. Nada de eso: Boris Johnson, Farage y un puñado de patriotas contaron a los británicos que iban a vivir mejor, más independientes, ricos y libres si abandonaban la Unión Europea y otros igualmente patriotas —entre los que se encontraban los Primeros Ministros Cameron, Gordon Brown, John Major y Tony Blair— explicaron lo contrario. Y la mayoría de los británicos “quisieron” creer a los primeros, no por la veracidad de sus argumentos sino porque era exactamente lo que quería oír.

A esto se le ha llamado y se le llama prejuicios, que, como su nombre indica, son “juicios anticipados, a priori”. No importa lo que me vayas a decir, yo ya tengo mi juicio formado y ni se te ocurra contradecirlo; solo espero que con tu discurso me lo confirmes, y que lo hagas de la manera convincente, haciendo buena aquella frase del moralista R.W. Emerson de: “El que persigue un sistema le tiene horror a la verdad”.

He leído que Facebook y Twitter han censurado un mensaje de Trump en el que comparaba la COVID19 con la gripe, sacando pecho y tratando de minimizar su peligrosidad en lo que se considera una mentira intencionada. ¿Mentira? Por supuesto: sabe que no es así ya que él mismo ha necesitado de hospitalización y agresivos y sofisticados tratamientos experimentales para poder salir (transitoriamente) de la gravedad. Y es intencionada porque quiere sacar rédito de la trola.

No es, pues, la veracidad  lo que se cuestiona sino el hecho de que se le censure. Trump, como Bosé, como Losantos y otros iluminados, espantajos o simplemente imprudentes tienen el mismo derecho a decir sus boutades como otro a desmentirlas. El hecho de dar información falsa puede ser motivo de delito, pero lo que hacen Trump (por muy presidente que sea) y otros es opinión y si, con la información que hoy se tiene, hay estúpidos que le creen, no va a haber un razonamiento que les haga creer lo contrario. Donald sabe que no va a convencer a nadie. Solo le dice a los suyos lo que estos quieren oír.

Lo curioso del caso es que el censor, el árbitro que marca la raya entre la verdad y la mentira sea el dúo Facebook-Twitter, que no dejan de ser empresas privadas y que, no sé a ustedes, pero a mí, el hecho de que unos empresarios informáticos de Palo Alto  se constituyan en comité de la ética universal y puedan censurar la opinión de un Presidente electo me parece una interpretación muy sui géneris de la democracia, además de un destarifo monumental del Monstruo de las Calabazas.

Román Rubio

Octubre 2020